El imperialismo bravucón de Trump

El imperialismo bravucón de Trump

La UE ha de resistir el embate y aumentar sus capacidades militares.

Donald Trump.POOL New / Reuters

La reciente visita a Reino Unido del presidente América First Donald Trump confirmó las expectativas: como dice un viejo refrán, ‘loro viejo no aprende idiomas’. El líder norteamericano y sólo norteamericano (condición que comparte con Canadá), porque está enfrentado al resto de América, confirmó que no había cambiado su visión del mundo (ni del demonio, ni de la carne).

Poco antes de iniciar el viaje en el Air Force One, una alta ¿carga? del Departamento de Defensa había enviado una carta amenazante a Bruselas si no se corregía inmediatamente el plan de inversión para el fomento de la industria militar europea. Este era un proyecto soñado casi desde el mismo momento en que nació el Mercado Común, pero que no llegó a cuajar. Al final, la UEO se integró en la UE y terminó diluyéndose.

En aquellos momentos, y hasta el mandato de Barack Obama, se daba por supuesto que EE UU no era únicamente  un país amigo y un aliado valioso, era ‘alguien’ en quien se podía confiar. Todos los desencuentros, que son lógicos y habituales en organizaciones de tantos estados, tan diferentes y con intereses a veces contrapuestos, se resolvían mediante el diálogo, muchas veces agotador.  Un ejemplo clarificador: en materia de Defensa las dos potencias nucleares europeas, Gran Bretaña y Francia, convivían ‘pacíficamente’  en la Organización del Tratado del Atlántico Norte.  El Brexit, sin embargo, constituye una pérdida importante para la estrategia europea de seguridad. Y también para la seguridad de Gran Bretaña, que además de depender más intensamente del Pentágono necesitará llegar a acuerdos de colaboración con Bruselas.

Donald Trump no ha esperado ni siquiera a que se consume el Brexit y ya ha indicado, a través de portavoces autorizados, que Washington espera que el Gobierno británico abra las  puertas del Sistema Nacional de Salud a las compañías sanitarias estadounidenses. El NHS (National Health System), que ha sido el mejor del mundo mundial, pasando a imitar el modelo absolutamente  contrario, basado en el beneficio y no en la salud pública, del más retrógrado de los modelos posibles. Las tímidas mejoras que pudo introducir Obama, a pesar del fuego graneado de un Partido Republicano cada vez más echado al monte (un proceso de vértigo desde la presidencia de Ronald Reagan) han sido consideradas excesivas y viciosas por el actual inquilino de la Casa Blanca. O sea, ‘agüita’.

Las injerencias en las políticas y en los asuntos internos de Gran Bretaña y de la Unión Europea han sido constantes e insultantes , y una zafia anomalía en las prácticas diplomáticas aceptadas mundialmente y en las relaciones entre democracias aliadas. Una cosa son los naturales desencuentros, y hasta enfrentamientos, pero dentro de las formas de mutuo respeto, y otra muy distinta ser un metomentodo maleducado y soberbio que trata de romper sin ningún disimulo y presumiendo a la Unión Europea, que fomenta y piropea el matonismo del presidente ruso Vladimir Putin, que es una amenaza real para el este europeo, que aún tiembla al recordar los años del secuestro de su soberanía por Moscú… La tramposa anexión de Crimea y la guerra con Ucrania, en la que intervinieron fuerzas rusas camufladas y sin uniforme, no fue un hecho aislado: los movimientos militares, tanto de acantonamiento como de maniobras de tierra, mar y aire, algunas de mucha temeridad y riesgo en las fronteras con los estados bálticos y Polonia, de manera principal pero no única, han obligado a estos países a pedir la ayuda de la OTAN. España es uno de los miembros del ‘club’ que ha enviado fuerzas a este escenario de riesgo.

El problema no es ya ‘este’ Donald Trump: es que en el futuro pueda haber otro que quiera superar al primero. Y la líe de verdad.

Mientras Trump (con el silencio cómplice del Partido Republicano, y, todo hay que decirlo, con el temor y las crítica de muchos generales, como los que han renunciado a colaborar con el estrafalario e imprevisible millonario-presidente en crónica adolescencia mental) muestra su apoyo descarado a los nacionalismos y populismos europeos, algunos claramente postfascistas, y hace todo lo posible por romper con el método de la tenaza la unidad europea, también trata de interferir en la soberanía británica y en sus instituciones. Apoya como un pavo real a los antisistema Nigel Farage, fanático antieuropeísta y defensor del Brexit duro (que sin embargo no tiene pudor en cobrar su salario como eurodiputado recientemente elegido; y otra anomalía, que ya decidida la salida, faltando solo el cuándo, Gran Bretaña celebre elecciones al Parlamento de Estrasburgo) y al pintoresco exalcalde de Londres, Boris Johnson, imputado por un juez por su campaña tramposa y mentirosa acerca de cuánto le costaba a los británicos cada semana en la UE, imprevisible como Trump y otro talibán de la marcha rápida hacia atrás, sino que aconseja a la premier May, y lo dice orgulloso,  un Brexit sin acuerdo, que lleve a la UE a los tribunales,  y que se marchen sin pagar lo que deben a Bruselas.

¿Se imaginan cuál sería la reacción de la nación norteamericana si un gobernante europeo hiciera lo mismo con respecto a EE UU, si tratara de dividir la Unión, de influir al presidente sobre su estrategia con Canadá, México o la Micronesia o condicionar su geopolítica…?

Estos consejos, en realidad, son inauditos en la diplomacia con dos dedos de frente pero comprensibles en Donald Trump: según numerosos informes de la prensa USA es lo que ha solido hacer en sus negocios: amenaza, amedrenta, pleitea, intoxica, y si la otra parte no se pliega, no paga. Como se ha publicado, sus empresas tienen decenas de causas judiciales abiertas, unos 50 en 2016 (según La Voz de Galicia) y más de 3.600 demandas a lo largo de su carrera empresarial como acusador o como acusado. Le conocían en NY como ‘el litigante jefe’.

Nada más enseñar la patita al inicio de su mandato (como el lobo de Caperucita) tanto Emmanuel Macron como Angela Merkel dijeron, al unísono, que Estados Unidos había dejado de ser un socio confiable. Otro ‘susto’ en el crudo invierno  de 2009, cuando los europeos de 16 países se helaron de frío por un corte del suministro ruso de petróleo, aconsejó a Berlín diversificar con urgencia estratégica el aprovisionamiento, aumentar el gas y llevar a cabo un ambicioso plan de desarrollo de energías renovables, para asegurar la soberanía energética en todo momento.

Algo similar, salvando las distancias,  es el diseño de un programa especial, el Fondo de Defensa Europeo, dotado con 13.000 millones de euros entre 2021 y 2027, proyectado para aumentar la autosuficiencia militar de la UE. Los primeros 34 proyectos incluirían desde drones de última generación a helicópteros de combate.

La Casa Blanca lo considera inadmisible, y ha exigido con altanería imperialista que la industria norteamericana entre en este plan (ajeno) en condiciones de igualdad con la europea, cosa que EE UU no hace por su lado, y que secuestraría la independencia de la Unión Europea por nada improbables restricciones de uso y exportación caprichosas. La defensa comunitaria no estaría condicionada solamente por el interés soberano de la UE y de sus miembros a través de sus instituciones sino por los arranques, filias y fobias de Donald Trump, que parece empeñado en aplicar a Europa un modelo neocolonial.

La UE ha de resistir el embate y considerar que para su seguridad y fortaleza ha de aumentar sus capacidades militares.

Las constantes amenazas arancelarias, las advertencias de que la superpotencia, como represalia infantiloide y suicida, podría no actuar en caso de una invasión rusa en el Este de Europa, como la de Crimea, o de una desestabilización de las naciones fronterizas con Rusia, a la ucraniana manera, son inadmisibles. Este presidente ha puesto de relieve que EE UU ya no es un país predecible, y que los famosos contrapesos ideados por los padres fundadores para controlar al Ejecutivo no están funcionando. O eso parece.

La UE, a pesar de su actual debilidad interna, con el Brexit y los populismos  eurófobos, ha de resistir el embate y considerar estos episodios como la mejor prueba de que para su seguridad y fortaleza ha de aumentar sus capacidades militares. También los británicos deben reevaluar el coste de su soledad insular. En realidad el problema no es ya ‘este’ Donald Trump: es que en el futuro pueda haber otro que quiera superar al primero. Y la líe de verdad.

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