El intruso

El intruso

Parece que, cuando los cuidados -imprescindibles para la vida- salen de lo privado y se muestran, los ojos escuecen y la imagen se vuelve insoportable a la vista. En nuestro país, la palabra 'conciliación' sigue siendo una reivindicación y un concepto políticamente correcto que todos los partidos asumen en campaña electoral, pero, aún, una lejana realidad.

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Foto: EFE

Desde que tuvo lugar la constitución del Congreso, el pasado día 13 de enero, una de las cosas que más atención ha acaparado en las diferentes tertulias y medios de comunicación ha sido el hecho de que Carolina Bescansa, diputada por Podemos, fuera a la sesión acompañada de su bebé lactante. Se han emitido todo tipo de opiniones y valoraciones sobre la conveniencia o no de este gesto. Algunos medios destacaban la importancia de este tipo de acciones como forma de reivindicar la importancia de los cuidados; otros señalaban que sólo era una pose con el único objetivo de llamar la atención. Políticos y periodistas se apresuraban a expresar sus opiniones al respecto, abochornados por lo que consideraban un show mediático. Todos tenían algo que decir. El bebé de Carolina fue tratado como un intruso en el hemiciclo. Estaba ocupando el lugar más público que existe, el Congreso de los Diputados, y fue considerado como una amenaza, sólo por ser un bebé que llora y que necesita que le den de mamar.

El hecho en sí ha dado pie a que hoy esté habiendo un debate sobre la conciliación laboral y familiar. Parece que, cuando los cuidados -imprescindibles para la vida- salen de lo privado y se muestran, los ojos escuecen y la imagen se vuelve insoportable a la vista. En nuestro país, la palabra 'conciliación' sigue siendo una reivindicación y un concepto políticamente correcto que todos los partidos asumen en campaña electoral, pero, aún, una lejana realidad. Las jornadas de trabajo que hacen que sólo puedas ver a tus hijos e hijas para darles el desayuno y acostarlos, o que ni siquiera te plantees tener hijos, son el pan nuestro de cada día para muchas personas. Del otro lado, contratos parciales cuyo sueldo apenas te da para llegar a fin de mes. Podríamos concluir que España no es un país para criar y, con los datos en la mano, no nos equivocaríamos: la tasa de natalidad baja cada año en nuestro país, situándose en 1,32 hijos por mujer actualmente. No es casualidad tampoco que, en los países de nuestro entorno donde se ha hecho una apuesta real por las políticas de conciliación, estas tasas sean bastante más altas: 1,89 en Suecia y 1,78 en Noruega.

Mirando las estadísticas, comprobamos también que, a pesar de los avances alcanzados por las mujeres en su lucha por la igualdad, seguimos siendo nosotras quienes cargamos sobre las espaldas las tareas de los cuidados. Así, nos encontramos con que la elección a la que parece que seguimos enfrentándonos las mujeres es entre ser una madre abnegada que renuncie a su proyecto profesional, una perfecta profesional que renuncie a su proyecto personal de ser madre o una falsa superwoman que puede con ambas a costa de su salud física y emocional. Los gobiernos que hemos tenido hasta el momento son responsables de esta situación, pues las intervenciones públicas en esta materia, las llamadas "políticas de conciliación de la vida personal y familiar", han ido dirigidas a dar facilidades para retirarse del puesto de trabajo -parcial o totalmente- durante los periodos en los que existen personas a las que cuidar en la familia, sin considerar que esas medidas (a las que se siguen acogiendo en una desproporcionada medida las mujeres) no fomentaban una corresponsabilización de los cuidados en la sociedad.

El mundo de la política es un mundo de jornadas infinitas, agendas imposibles, reuniones a cualquier hora y cualquier día de la semana. Un mundo incompatible con las necesidades de cuidados y dedicación que requieren los y las niñas.

Una vez dicho esto -y asumiendo la necesidad de un cambio en la políticas públicas, para que ser madre sea una decisión que no suponga ni una prueba de obstáculos interminable ni la renuncia a la carrera profesional, y para que estas fomenten que los cuidados dejen de ser cuestión exclusivamente de las mujeres-, no hemos visto a nadie hablar de la necesidad de conciliar la vida política o militante con la vida familiar. Los mismos que han criticado a Carolina Bescansa por ir con su bebé a la Cámara han aplaudido el hecho de que haya más mujeres que nunca en el Parlamento español. En ningún momento se ha intentado hacer un ejercicio de reflexión sobre la relación que pudiera haber entre ambos hechos; pero, señores y señoras diputadas y periodistas, este es uno de los puntos clave de la cuestión. El mundo de la política es un mundo de jornadas infinitas, agendas imposibles, reuniones a cualquier hora y cualquier día de la semana. Un mundo incompatible con las necesidades de cuidados y dedicación que requieren los y las niñas, personas ancianas o dependientes. El llamado techo de cristal, que utilizamos para referirnos a las dificultades estructurales que nos impiden a las mujeres progresar en nuestra trayectoria profesional dentro del mercado laboral, es en la política de hormigón armado. Los ritmos y los tiempos de la política dificultan que las mujeres que son madres puedan ocupar la primera línea, siendo la renuncia a ejercer y disfrutar de la maternidad la única opción para muchas de las que deciden ser representantes públicos.

El de la política es, además, un mundo que no es ajeno al machismo que impera en nuestra sociedad. El juicio sobre cómo viven y ejercen la maternidad las mujeres demuestra la misoginia en estado puro, y en los últimos diez años han sido varios los ejemplos en los que diferentes políticas se han visto en el ojo del huracán por eso mismo. Es más, hemos visto cómo quien fue víctima de un juicio similar cuando fue nombrada ministra de Defensa estando embarazada ha sido una de las primeras en sumarse a las críticas a Carolina Bescansa. Cada vez que se nos ocurra una crítica o un juicio sobre una mujer que es madre, pensemos si haríamos lo mismo si fuera un hombre. Seguramente la respuesta sea 'no'.

Hemos llegado hasta aquí para democratizar las instituciones y la sociedad. Es momento de reflexionar sobre el cambio que necesitamos en las instituciones y en los partidos para que haya más mujeres alcaldesas, diputadas o presidentas. Reflexionar sobre que, para que haya paridad y más mujeres hagan y participen de la política y den un paso al frente para representar a la ciudadanía, no sólo son necesarios el empoderamiento y las cuotas, pasos imprescindibles, sino también ritmos conciliables con la vida humana.