El jaguar contra el escorpión

El jaguar contra el escorpión

A muchos Italia nos parece un conjunto temible pero no admirable, efectivo pero no envidiable, como resultan los verdaderos villanos.

Italia es el rival perfecto, porque es el mal. Si nos hubiese tocado Alemania en la final habríamos concebido ese duelo como un combate entre las dos mejores selecciones del campeonato. En un principio sería una noble liza midiendo a los equipos más sólidos y elegantes. El choque, además, tendría la grandeza de ser una lícita revancha de la final de la última Eurocopa e incluso una posibilidad de vendetta para los teutones tras haberles fulminando del Mundial.

Sin embargo, a muchos Italia nos parece un conjunto temible pero no admirable, efectivo pero no envidiable, como resultan los verdaderos villanos. El auténtico contendiente ha de ser el opuesto al héroe. España es una selección limpia, ordenada, equilibrada, modestamente campeona. Italia, sin embargo, es caótica y algo cicatera, luchadora y poco estética. La Roja es un jaguar. Italia, un escorpión.

Sus sospechas de que amañaríamos el partido contra Croacia para dejarles fuera de la Eurocopa fue una manera de herirnos pero, quizá, también de expresar lo que ellos hubieran hecho. O a lo mejor no, no importa, lo trascendente es que gracias a sus declaraciones y a su juego pegajoso, a su fama de ultradefensivos y a las acusaciones de comprar partidos que aún sombrean a alguno de sus jugadores, Italia se presenta como el enemigo ideal. Un adversario rencoroso por aquella tanda de penaltis en Viena, un silencioso quebrador de tabiques nasales.

España no tiene un líder claro como, por ejemplo, Portugal. El rostro de nuestra selección es poliédrico. Quizá Casillas, por ser el más veterano y el capitán, es la figura representativa. Pero los porteros no intimidan. Lo hacen los delanteros. En caso de medirnos contra Mario Gómez en la final, nos estaríamos retando con el tipo más guapo de la Eurocopa. Es complicado concebir al alemán como el malo. Sus antecedentes españoles reflejados en su nombre lo familiarizan y su flequillo de llama, su quijada altiva y sus ojos claros recuerdan más a un Clark Kent sin gafas que a un Lex Luthor. Pero Italia sí cuenta con la encarnación prototípica del malvado: Balotelli.

El italiano se despojó de la camiseta tras marcar su segundo gol contra Alemania tensando los músculos del torso y los brazos. La mirada criogenizada. Se quedó clavado en el césped, hierático y desafiante como un superhéroe del lado oscuro, imponente y silencioso con su cresta de gremlin perverso. El enemigo tiene que dar miedo. Balotelli daba miedo. Su fama de inestabilidad, su historial de patadas e insultos proferidos a rivales y árbitros configuran su perfil de niño conflictivo y suburbial, de hombre física y futbolísticamente despiadado. El antagonista preciso al que condenar.

El rival no puede ser tu opuesto, sino tu antítesis. Italia lo es de España, Balotelli lo es de Cesc, de Silva o de Iniesta. A España, que hoy no cuenta con la extra motivación de la revancha ni con la de conquistar lo jamás alcanzado, le puede beneficiar concebir a Italia y a su delantero fieramente loco como al enemigo que gran parte de Europa espera ver por tierra. La azzurra es el púgil antipático de esta final. Ni siquiera es aquella Grecia pobre y solidaria, peleona y afortunada que se llevó la Euro en 2004.

El fútbol es un juego de colores, de estereotipos, es el simulacro de una batalla épica, es una metáfora, la representación deportiva de ancestrales relatos de luchas entre ideales, de nuevos sueños frente a viejos orgullos. Por eso nada es del todo verdad. Porque si conocemos la historia personal de Balotelli encontramos a un niño de padres inmigrantes ghaneses que, incapaces de hacerse cargo de un hijo con una importante enfermedad intestinal, tuvieron que darlo en adopción a los tres años. Así que Balotelli es, en todo caso, más un Anakin que un Hannibal Lecter. Y la Selección Española, supongo, es más un Gran Héroe Americano, incrédulo y buscando su estabilidad en el firmamento, que un Superman. Pero lo que sí serán reales al término del partido serán las lágrimas. Las de plata y las de kriptonita.