El miedo a la intimidad y el dilema del erizo

El miedo a la intimidad y el dilema del erizo

En la actualidad, vivimos en un marco cultural que premia la independencia, y castiga lo que entiende por dependencia.

Un erizo en otoño. Pillcsi via Getty Images

Aún recuerdo lo asustado que estaba, no había dudado ni un instante en venir al psicólogo. Me contó que había tenido una crisis de pánico, “de repente”.

Ese era su motivo de consulta, aquel ataque de ansiedad. Sin embargo, él no estaba preocupado por que le pudiera volver a suceder, quería entender la causa. Recuerdo que me decía:

Soy una persona  muy tranquila, no entiendo que haya podido tener un ataque de ansiedad. 

Entonces yo le pregunté: ¿Y qué estabas haciendo cuando te dio el ataque de ansiedad...? 

Cuando profundizamos en él episodio, acabamos entendiendo que el de repente no había sido tan de repente. Algo le sucedía, y el ataque de ansiedad era la menor de las cuestiones.

En 1851, Arthur Schopenhauer escribe una parábola que titula El dilema del erizo:

En un día muy frío, los erizos deciden buscar la compañía de sus semejantes para mediante el contacto corporal, entrar en calor. Lo intentan y, aunque en primera instancia consiguen reducir esa sensación de frío, según se van acercando, comienzan a sentir las púas de sus compañeros.

Estas púas les hieren, y para poder satisfacer esas necesidades de contacto o cercanía, necesitan encontrar la distancia adecuada en la que pueden sentirse arropados sin hacerse daño.

Hay personas que son como erizos, que quieren y necesitan estar con los demás, pero les ocurre que cuando se acercan demasiado esto les hace daño y entran en pánico.

A este fenómeno en psicología, lo llamamos miedo a la intimidad

El miedo a la intimidad representa lo que definimos a través de la expresión popular como él “no ser capaces de dejar entrar”. Algunas personas han aprendido que la mejor manera de sobrevivir y sentirse mejor, es actuar mediante la completa independencia emocional.

La razón de esto es que si yo no coloco nada de mí en lo externo, el control pasa únicamente por mí. La seguridad, la autoestima y el compromiso quedan a resguardo, pero también la ilusión y el sentimiento de pertenencia.

Esta forma de ser y sentir no es una decisión consciente, consiste en una serie de mecanismos y esquemas que se desarrollan en función de lo que hemos vivido, y también, de nuestra genética.

En la actualidad, vivimos en un marco cultural que premia la independencia, y castiga lo que entiende por dependencia.

Sin embargo, depender no es algo tan negativo como a priori cabría pensar. Si no dependemos, no llegamos a vincularnos del todo. En la independencia emocional, se niega la vulnerabilidad frente a los demás. Esto se lleva a cabo prescindiendo, en parte, de uno mismo dentro de la relación y  sin llegar a entender que el otro puede ser una forma de satisfacer las propias necesidades.

Y el mayor problema de esto es que, sin vulnerabilidad, nunca llegamos a sentirnos queridos, aceptados, y apoyados del todo.

¿Podemos dejar de ser erizos si así lo deseamos?

La filofobia o miedo al amor, ocurre en gran parte por esta razón. No es que la persona filofóbica no quiera ser amada o amar, sino que triunfa en él o ella la necesidad de seguridad. En este conflicto, donde por un lado se necesita el afecto de los demás, y por el otro, la independencia, la persona puede comportarse como los erizos de la parábola de Schopenhauer. Relacionándose así, desde cierta distancia emocional, manteniendo una barrera entre el otro y uno/a mismo/a.

En la actualidad, vivimos en un marco cultural que premia la independencia, y castiga lo que entiende por dependencia.

El asunto sobre si podemos dejar de ser erizos es, cuanto menos, peliagudo. No podemos dejar de ser quiénes somos ni como nos sentimos, pero tal y como yo lo entiendo, el objetivo es llegar a ser capaces de soltar el control y entregarnos.

Esta es una ardua tarea para muchas personas, el miedo que esto provoca puede ser mayor que cualquier fobia que te puedas imaginar. Para algunas personas unirse significa perderse a sí mismos y el perder el control sobre las cosas. Y para nuestro cerebro, la supervivencia está antes que el amor.

Si te sientes identificado en estas líneas o conoces a alguien que pudiera hacerlo, he de decirte que sí que hay algo positivo que podemos aprender de lo que hacen los erizos. Ellos intentan acercarse todo lo posible, y avanzan más según van comprobando que no les hacen daño.

Cada persona tiene su ritmo, y para cambiar esta forma de vinculación, sólo hacen falta tres cosas: tener la voluntad de practicar la vulnerabilidad y tratar de ser uno mismo junto a alguien, ese alguien que sepa aceptar los límites de la otra persona con serenidad y alegría; y por último, tiempo.

En la serie The big Bang Theory vemos como el personaje de Sheldon tiene serias dificultades para establecer intimidad y compartir su espacio, y sin embargo Amy, con mucha paciencia (quizás demasiada) consigue que él vaya, poco a poco, flexibilizándose. Y esto ocurre porque ella admira como es Sheldon a pesar de sus rarezas.

Cuando le pregunté por el ataque de ansiedad, él me contó que cuando ocurrió estaba discutiendo con su pareja. Ella llevaba mucho tiempo enfadada detrás de él. Le hacía continuos reproches y expresaba con frecuencia su disconformidad respecto a la relación, o al menos, así lo entendía él.

Ella, en el fondo, lo que demandaba era sentirse más importante, quería sentirse deseada, querida y una prioridad en su vida. Él recogía el mensaje y trataba de “comportarse” mejor para que ella estuviera satisfecha.

Sin embargo, aunque tras cada discusión que tenían él se volvía más atento y trataba de hacerla sentir importante, cuando transcurría un tiempo volvían a entrar en la misma dinámica. Durante aquella discusión fue diferente, fue muy acalorada y ella le llevó a un límite donde él casi pierde el control.

El cerebro prefiere la supervivencia al amor.

Cuando digo que casi pierde el control no penséis en una situación de maltrato. Simplemente, comenzó a decir todo lo que pensaba de verdad y a ser “emocional” con ella (que es lo que yo creo que ella pedía en el fondo y le generaba tanta impotencia: no ser capaz de encontrar la manera de acceder a él).

El ataque de ansiedad lo tuvo porque estuvo a punto de “romper” sus mecanismos y perder el control de sus sentimientos, poniéndolos en manos de otra persona. Sin embargo, ella trataba de entrar en él a la fuerza, y aquello estoy seguro de que repercutía en que él se volviese más erizo.

Como os decía anteriormente, el cerebro prefiere la supervivencia al amor. Ante la predicción de lo que estaba a punto de hacer, desencadenó una respuesta de pánico que al final tuvo como resultado que el tema se olvidara y pasasen a otra cosa.

Y es que ser vulnerable puede dar mucho miedo.

Síguenos también en el Facebook de El HuffPost Blogs