El odio a madrileños y vascos, o como gestionar las emociones Covid-19

El odio a madrileños y vascos, o como gestionar las emociones Covid-19

Gente de pueblo versus gente de ciudad; gente de provincias frente a gente de la capital.

La céntrica Puerta del Sol, en Madrid, normalmente abarrotada, luce así este sábado. Pablo Cuadra via Getty Images

Es imposible adivinar qué rastro nos habrá dejado el coronavirus en nuestro adn social, pero de momento ya ha despertado odios y antipatías tan antiguas como la Reconquista. Aquello de “odio sarraceno”... La huida de madrileños y vascos (las comunidades primero contaminadas y de las más numerosas) hacia la costa y las zonas rurales, como si los confinamientos fueran las mejores vacaciones del mundo, ha reavivado antipatías y manías atávicas. No es más que una emoción de las muchas que vamos a tener que gestionar en las próximas semanas.

“Los alcaldes de varios municipios de Cantabria ligados con la actividad turística, como Comillas, Suances o Noja, afearon este viernes la conducta irresponsable de algunas familias recién llegadas de las comunidades autónomas más afectadas por la expansión del coronavirus (Madrid, País Vasco y La Rioja, principalmente) que no se han enterado bien de que Cantabria, España y el resto del mundo se encuentran en una situación de emergencia sanitaria extrema. No de vacaciones”. Es una noticia del Diario Montañés (Cantabria) de este mismo sábado.

Antes que Comillas, Suances o Llanes (Asturias), el personal se metió en coches y trenes hacía las playas de Murcia, Alicante, Andalucía. La alcaldesa de Aguilás fue de las primeras en verbalizar la falta de responsabilidad y de solidaridad de todos los madrileños que llegaban a sus segundas residencia o a pasar un puente de vacaciones.

  Colas en un supermercado de Irun (Gipuzkoa)Gari Garaialde via Getty Images

“Si fuesen respetuosos y se quedasen en sus casas, pero hasta van por ahí preguntando dónde pueden llevar a sus niños a pasarlo bien. Cierran colegios y residencias, todo, y ellos llegan aquí a divertirse. Con la manía que ya les tenemos... En verano, cuando están todos, ocupan los hospitales, van al médico con el niño por un resfriado. ¿Qué va a pasar ahora?”, se pregunta Pili, una vecina del Val de San Vicente, limítrofe entre Cantabria y Asturias.

Sabe que no todos los madrileños son iguales -de hecho, tiene amigos en la capital- pero el convencimiento de que son individualistas y egoístas está arraigado, pese a que luego reconocen que mucha gente vive de su turismo.

La receta es muy fácil: respeto y tolerancia, con unas cuantas dosis de solidaridad. Y esa empieza por los que tienes más cerca.

Con indignación recibieron a Joseba, un abogado laboralista vasco que fue sin muchas ganas pero por obligación a un juzgado del norte de Castilla el pasado jueves. “‘¡Cómo se te ocurre venir a pegarnos el coronavirus, vuélvete a casa!’ es lo que me dijo sin tapujos un colega. Aunque lo peor fueron las caras que me ponían, cuando yo no estaba allí por placer”, explica.

No solo en el norte o en el sur, también en la Sierra de Madrid, en los otros pueblos de la comunidad, son tan víctimas de los madrileños como murcianos, andaluces o cantábricos. “Tranquilos, que aquí tenemos las vacas y los corderos ahí enfrente. Con calma, que lo único que nos falla es el suministro de pollo. De verdad, que no va faltarles comida”, explicaba un carnicero de Rascafría (Sierra de Madrid, Valle del Lozoya) el viernes, sobre cinco y media de la tarde, cuando al reabrir ya había una importante cola de personas.

  Un hombre en la plaza Mayor de Madrid. Anadolu Agency via Getty Images

Una docena de filetes, kilos de morcillo y huesos para el cocido, salchichas para un regimiento, picadillo, cordero… los pedidos eran asombrosamente grandes, así que se da por hecho que la gente con segunda residencia ha llegado para quedarse y teletrabajar. “Vale, que vengan, pero con respeto y prudencia. No puede ser que entren como ayer por la tarde y se dediquen a tocar, sobar, hablar entre ellos, pararse, no respetar la distancia. Entran familias que no recuerdan o no se enteran o no se toman en serio lo que está pasando”, explicaba una de las vendedoras del Udaco de Rascafría. Esta mañana ya tienen guantes y mascarilla, se ha regulado la entrada de tres en tres. Nadie sabe qué va a hacer la gente que está en casas rurales. ”¿Han venido para quedarse si no les dejan volver a entrar en Madrid?”, se preguntaban, aunque a estas alturas ya se sabe que pueden regresar a su primera residencia, tal y como establece el decreto del Gobierno. Así que en numerosos puntos de España, la propia población les animará a coger el coche de vuelta a casa.

Gente de pueblo versus gente de ciudad; gente de provincias frente a gente de la capital. Atenienses, troyanos y romanos ya practicaban la superioridad frente a los núcleos rurales. Hay miles de ensayos sobre el asunto, que afecta a todas las culturas. No hay más que leer como los de Pekín o Shanghái tratan a los campesinos. O en la literatura rusa misma. “Que sí -acepta una panadera a primera hora de la mañana, en Rascafría- pero que vengan con modales, los mismos que cuando entran en un hotel de lujo en Nueva York, ¿no? Mira, si además de la que se nos viene encima -imagina lo que van a ser los pueblos con los bares cerrados, lo que van a tener que aguantar madres, esposas, hijas- nos vienen a tocar las narices, esto va a ser complicado de llevar”.

Gente de pueblo versus gente de ciudad; gente de provincias frente a gente de la capital.

La otra cara está en Madrid, en el mercado de Vallehermoso. “Ahora nos van a poner chinchetas bocarriba allá donde vayamos. Los madrileños parecemos apestados, con todo lo que nos llevan rentabilizando en época de vacaciones”, comentaba una mujer de mediana edad en la conversación espontánea surgida entre la gente que esperaba para ser atendida en la pollería. Mientras, algunos de los clientes respondían que no se puede colapsar el sistema siendo imprudentes.

Han pasado unas pocas horas del anuncio del confinamiento y ya vamos experimentando una parte de la que se avecina. Gestionar las emociones no va a ser nada fácil, no solo con la familia encerrados en casa, sino con los vecinos paseando por el campo; o mantener la calma ante los grupos de WhatsApp. La receta es muy fácil: respeto y tolerancia, con unas cuantas dosis de solidaridad. Y esa empieza por los que tienes más cerca.

Pero por si acaso, para los momentos en que sintamos que el asunto se nos va de las manos, ahí van los consejos de los expertos en psicología. Que vamos a tener mucho tiempo de leer.