El partido líquido de nuestro tiempo: Ciudadanos

El partido líquido de nuestro tiempo: Ciudadanos

Estaban cómodos, venían a domesticar a los revolucionarios. La cosa pasó de ahí a que ahora un tercio de sus votos se fueron a Vox. Es 'heavy'.

El exlíder de Ciudadanos, Albert Rivera. NurPhoto via Getty Images

Ciudadanos se abre a nivel nacional tras el cambio político en España que genera el nacimiento de Podemos en febrero de 2014. Albert Rivera llegó a la escena repentinamente, poco a poco, ejerciendo una moderación a la impugnación que supuso la primera versión del partido morado. Se les daba bien ser la voz tranquila de un país que necesitaba nuevas identidades que lo representaran. España necesitaba encontrar algo a lo que agarrarse.

Estábamos hartos de nosotros mismos. Después de 40 años sólo teníamos dos partidos a los que acudir, muy difíciles de permear. Aquel fue uno de esos estallidos tan propios de nuestro país, casi de repente.

Somos un lugar con una pasividad política normalmente alta y constante, en la que interrumpen pequeños estallidos de vez en cuando, estallidos que buscan la pureza perdida, España necesita el pueblo exacto, siempre en la búsqueda del buen catalán o el buen español. No nos gustan las medias tintas. Estamos obsesionados con la pureza. Las cosas no pueden ser de cualquier manera.

Ciudadanos lo tenía claro. Venía para quedarse. Está aquí al fin y al cabo, más o menos. Aunque no votaras a Ciudadanos sabías que era un término medio entre almas conocidas de este país, una versión incómoda para muy pocos, pero insuficiente para la mayoría. Faltaba algo. 

Albert Rivera era muy bien valorado en los barómetros y añadía un perfil de catalán nacionalista español de centro liberal al que cualquiera podía dar la razón en alguna cosa. Albert fue como esa persona que no te gusta necesariamente lo que dice pero que sabes que si le hiciéramos caso habría algo más de paz. Quizá exagero, pero en el país que vivimos es difícil encontrar personas que estén dispuestas a unir identidades, confluir culturas políticas, aunando defender el libre mercado y una bajada impuestos a las rentas más altas con la bandera LGBTI rondando por ahí. En sí, Ciudadanos fue una apuesta valiente en su momento más coherente, cuando algunos creíamos que podía apoyar al PSOE en Madrid y Murcia. 

De alguna manera se les respetaba.

Este tipo de partidos, líquidos, surgen en un momento claro de hegemonía de consensos ascendentes de mayorías que no se sienten representadas. Y claro, tienes que aterrizar un poco eso cuando se baja el suflé. Cuando nadie está debatiendo tienen que recordarte por algo.

Cuando llega Ciudadanos a la escena nacional se come parte del espacio de Podemos. Que nadie se olvide de eso. Ciudadanos llega y toma un 13 por ciento, reduciendo el espacio político que acumulaba con un, sí, 30 por ciento, aquel primer Podemos.

El aquel momento se fue todo al traste para los de Pablo Iglesias e Íñigo Errejón. Ahí las tesis para confluir con IU tomaron vigor, y Podemos dejó de ser un partido que aspirase a generar mayorías novedosas: espacios comunes desconocidos. Y es que para cambiar las cosas hay que poner de acuerdo a mucha gente.

Ahí es nada, el significante “cambio” era tan amplio, que los amigos de Ciudadanos se llevaron un cacho para sí. Estaban cómodos, venían a domesticar a los revolucionarios. La cosa pasó de ahí a que ahora un tercio de sus votos se fueron a Vox. Es heavy

Ciudadanos se movió fácil en un escenario de contener y suavizar demandas amplias y no excluyentes, mientras cuando el escenario se radicalizó a la derecha les costó mucho colocarse a la izquierda de la derecha. Nunca los verás decir hoy: “no, mira, es que no vamos a hacer esto porque creemos que te estás pasando de fachita”.

Ciudadanos se atraganta en la liquidez tras haber optado por caminar de la mano de un Partido Popular sin más proyecto que tratar de que Vox no les inunde las conciencias.

Su fracaso contemporáneo no tiene tanto que ver con sus liderazgos o su sweet stetic magnífica –se deben haber gastado todo el dinero en eso, porque lo hacen muy bien– si no con una mala apuesta de aterrizaje.

Para superar la liquidez –desde la barrera es fácil decirlo– Ciudadanos debió insistir un poco más en su complejidad, y explicar a sus votantes que iba a apoyar a un partido en unas circunstancias y a otro en otras, racionalizando así que la nueva política no es readaptar un dogma conocido, sino generar nuevos relatos para nuevos problemas, que no te llevan necesariamente a ganar elecciones.

La realidad es que hoy Ciudadanos agoniza entre coaliciones con el Partido Popular y un mal acostumbramiento al escenario de vivir a la defensiva de una derecha radicalizada. Hoy los partidos de izquierda viven resistiendo una ola conservadora (por eso ganan elecciones) y no tienen, ninguno de ellos, un escenario de optimismo y apertura propio de la progresía. Y ahí Ciudadanos se mueve muy mal, porque su razón de ser era calmar las aguas de una creciente esperanza que alumbraba en España más transparencia, más participación, más debate público, más demandas comunes y más, en definitiva, democracia.

Ciudadanos se atraganta en la liquidez tras haber optado por caminar de la mano de un Partido Popular castizo, corrupto, envejecido y sin más proyecto que tratar de que Vox no les inunde las conciencias.

Y no les auguro un futuro tranquilo, siento que se los comió la ansiedad de creer que podían domesticar a PP y Vox ante la línea de Sánchez de unir fuerzas con Unidas Podemos: una alianza fortuita en Moncloa, y no deseada por gran parte de los que deciden en el Partido Socialista.

Como dicen en mi pueblo, “no les arriendo las ganancias”.