El postpujolismo de Esquerra

El postpujolismo de Esquerra

El acuerdo de ERC con el PSOE para facilitar la aprobación de los presupuestos supone que el pragmatismo vuelve a la política catalana.

Pere Aragones.EFE

La política ha vuelto a Catalunya (La política entendida como negociación, encuentro y un instrumento para mejorar la vida de la sociedad, que es, al fin y al cabo, su función). El acuerdo entre ERC y el gobierno de Pedro Sánchez que permitirá la aprobación de los presupuestos del 2022, supone que, tras años de turbulencias y agitación, la política catalana vuelve a poner encima de la mesa un catálogo de acuerdos que deberían traducirse en resultados concretos.

De entrada, la protección para el catalán en la nueva Ley del Audiovisual obtenida por Esquerra ya es un logro significativo y de notable valor en el universo del catalanismo. Pero también lo será, si finalmente se lleva a cabo, el cumplimiento de los compromisos por parte del Estado con las inversiones y los programas en Catalunya, ya que de poco sirve pactar si luego no se traduce en hechos. Conviene no olvidar que el malestar entre amplias capas de la sociedad catalana que acabó derivando en el Procés se originó, en muy buena parte, por el déficit permanente de las inversiones del Estado en Catalunya.

La política vuelve a Catalunya y la noticia es que lo hace de la mano de un partido tradicionalmente orientado a buscar la agitación en vez del acuerdo y el consenso. Que sea ERC la formación que adopta un posicionamiento moderado y una estrategia pragmática es doblemente significativo. En primer lugar, porque, excepto en los primeros compases de la recuperación de la democracia, Esquerra siempre ha priorizado la diferencia en vez del acuerdo (También cuando formó los dos Tripartits, entre 2003 y 2010, acabó siendo un elemento interno de desestabilización). Y en segundo y no menos importante, porque ostenta la presidencia de la Generalitat y es el partido con mayor influencia institucional en Catalunya, lo cual supone un peso determinante en el conjunto de la política catalana. Que desde la máxima instancia del autogobierno se apueste por el acuerdo en vez del enfrentamiento supone un cambio radical respecto a la estrategia y los escenarios de los últimos diez años.

La duda que surge es hasta cuándo y hasta dónde podrá aguantar ERC este rol de pragmatismo. Que sea Gabriel Rufián quien levante la bandera del acuerdo y se vista el traje de la moderación resulta, como mínimo, incrédulo. La actual Esquerra asume sin discrepancias el rumbo posibilista marcado por Oriol Junquera, y que ahora reencarna Pere Aragonès, tras el viaje a ninguna parte del Procés. Pero las bases y el entorno son los mismos que en 2014 consideraban que la consulta del 9N era una cesión y que en octubre de 2017 no había otra opción que el suicidio de la declaración unilateral de independencia. Junqueras y Aragonès disponen de créditos sobrados para mantener los avales internos, pero llegará un momento que esta confianza tendrá fecha de caducidad si no se produce algo que todo el mundo sabe que no sucederá ni a corto ni a medio plazo: un referéndum de independencia.

Esquerra transita por un terreno ya conocido: va a Madrid a negociar y gestiona en Barcelona con el ánimo de ampliar el autogobierno. Paso a paso, como no hay otra en política. Es lo que hizo Jordi Pujol durante décadas, con la diferencia que CiU (como el PNV) no sólo ocupaba una posición central, sino también de centro y, por lo tanto, se podía entender con el PSOE, pero también con el PP. Han pasado 25 años del tan denostado Pacto del Majestic entre Pujol y Aznar y no ha habido acuerdo posterior que haya trasladado mayores competencias y financiación a la Generalitat: ni el postpujolismo, ni los tripartits, ni el Estatut ni tampoco el Procés.

Pero además de las contraprestaciones propias de cualquier negociación, los votos de ERC en los presupuestos del 2022 también garantizarán al Gobierno de PSOE-UP llegar a final de legislatura. Estos dos años de margen –que serán de recuperación económica– deberían permitir a Pedro Sánchez disponer de más herramientas para asegurarse revalidar la presidencia y, por lo tanto, alejar el riesgo de un gobierno de PP y Vox. Y este escenario también tiene una lectura de vital importancia en clave catalana: la única carta del independentismo radical –que hoy encarna Junts per Catalunya y que discrepa abiertamente del posibilismo de ERC– es confiar que vuelva el PP, para que actúe como revitalizador de una masa social cada vez más desmovilizada. Por eso Junts nunca aceptará que Esquerra de aire al gobierno progresista.