El problema de Podemos es la prematura aluminosis

El problema de Podemos es la prematura aluminosis

Pablo Iglesias, como ‘camarada en jefe’, tuvo la fortuna de acaudillar el momento de una confusión por encantamiento masivo.

Imagen de archivo de Pablo Iglesias durante un mitin de Podemos en el marco de las elecciones autonómicas gallegas. Cristina Andina via Getty Images

Todos los grandes partidos europeos han hecho, en algún momento de su trayectoria, un examen de situación. Por ceñirnos a la socialdemocracia europea el SPD tuvo su Bad Godesberg. Después de ahí es uno de los grandes partidos europeos, y, junto con la CDU, que también nació de las ruinas de la derecha alemana que se hundió con el Reich, pero que se renovó con gran sentido práctico bajo la dirección de Konrad Adenauer, han duopolizado el Gobierno alemán desde la fundación de la RFA.

El PSOE, bajo el liderazgo de Felipe González, acometió un hondo proceso de reflexión para adaptarse a la España que nacía con la Constitución de 1978. El socialismo de 1931 y el del exilio, aunque pragmático y posibilista no era el de una nación con honda y sincera y hasta ansiosa vocación europea, sin remilgos, dudas ni medias tintas. Felipe, pues, planteó el abandono del marxismo, y la organización fundada por el original Pablo Iglesias sufrió una honda catarsis. El secretario general apostó a todo o nada. Presentó la dimisión en el XXVIII Congreso, se creó una gestora y sacó adelante su proyecto de modernización ideológica e instrumental. En 1982 ganó las elecciones por una formidable mayoría absoluta.

Antes de eso, había nacido Alianza Popular de la mano del temperamental franquista Manuel Fraga Iribarne, exministro franquista, acompañado por otros significados próceres del plano político de la dictadura. En cierta forma me lo había anunciado el ‘viejo león’ de la CEDA, José María Gil Robles, a principios de los 70. “Volverán los partidos políticos; es inevitable. Siempre han existido, y existirán”. 

Fraga, a pesar de su carácter, era posibilista ambicioso y se fue convirtiendo en reformista. La primera adaptación renovadora fue pasar el Rubicón de la Constitución. Los de los discursos más inasequibles al desaliento enseguida se desalentaron y se fueron. Con los que se quedaron, ‘Don Manuel’ quiso abrir las puertas de la ‘casa común’ del conservadurismo español, una reedición actualizada de la antigua CEDA, a todas las tendencias de ese arco ideológico, desde la democracia cristiana a la europea hasta algunos franquistas nostálgicos que encarnaron el ala de la extrema derecha interior. 

La máquina funcionó, hasta que la extrema derecha impenitente alentada por el populismo trastornado que empezaba a recorrer la ‘ruta de la sangre’ en el Viejo Continente, renació en medio de la gran crisis de 2008 y de la revolución digital que todo lo estaba removiendo. De esas entrañas salió Vox; aunque Casado y sus rasputines no hayan captado la gran ocasión que la diosa fortuna les ha puesto a su alcance. 

Pablo Iglesias, como ‘camarada en jefe’, tuvo la fortuna de acaudillar el momento de una confusión por encantamiento masivo: el invento socio-político tuvo un éxito inesperado.

La evolución de esta derecha desde el franquismo a la democracia formal se ejemplifica en el propio Fraga: opuesto al Título VIII de la Constitución, el de la creación  de las autonomías, ha sido en el fondo el creador de un actualizado galleguismo. Sus mayorías absolutas y las de Feijóo en la Xunta demuestran la fortaleza del invento. En la realidad constituyen una enmienda a los planteamientos centralistas y uniformadores de FAES y Aznar. La vía casadista es una vía a la que se le está taponando la salida desde dentro: si el PP pierde el arraigo en Cataluña, y en el País Vasco, y mutatis mutandis en Baleares y Valencia, cada vez con más devotos de los disparatados (así los consideraba Tarradellas) ‘països catalans’ como algo más que una afinidad lingüística, será muy complicado gobernar España.

Podemos, como todos o casi todos los populismos revolucionarios, surgió de un  enorme desgarro nacional y de un sentimiento trágico: la pérdida de la esperanza ante la magnitud de los recortes y el paso de una era de certezas a una de incertidumbres y de temores. Del confort logrado con años de sacrificios, otra vez al purgatorio. El futuro ya no era luminoso. Se había oscurecido de repente. La crisis ennegrecía el futuro de la potente clase media y de los trabajadores que tenían puestas sus esperanzas en formar parte de ella. Ser mileurista era una maldición. Ahora ser mileurista es una bendición. O tempora o mores.

La ocasión en que se le alinearon todos los planetas al núcleo de profesores más o menos chiflados que planeaban un experimento de masas se presentó cuando los colectivos más damnificados por las recetas neoliberales fueron tomando las calles hasta confluir el 15M en Sol. Lo que se había ensayado en las aulas y en las reuniones de autoestima de los adoradores de la gran revolución bolchevique parecía plasmarse en la sincronía de las protestas y movilizaciones.

Pero otra vez, los teóricos con prisas equivocaron los términos de la ecuación: aquellas masas de la clase media que clamaba contra su despojo, los profesionales de la sanidad y la educación, que protestaban  por el desmantelamiento del Estado de Bienestar; los pensionistas, los trabajadores de la minería o de industrias que se desmoronaban… no eran revolucionarios, excepto quizá una ínfima minoría; no querían subvertir el sistema anclado en la Constitución del 78; no querían partir España en trocitos taifeños, cuando la autonomía ya es en la práctica una estructura federal; no creían en los trastornados Chávez y Maduro, o en los ‘bolivarianos’ tan fracasados como el comunismo real. Admiraban, por el contrario, a las democracias, monárquicas o republicanas, de la UE. Querían vivir como ellos. Querían soluciones a los problemas y no avanzar hacia el abismo.

Podemos nace, en fin, de la necesidad de supervivencia: de los afectados por las hipotecas, de los pensionistas congelados, de los sanitarios y los profesores que ven peligrar su empleos y la calidad de la sanidad y la educación, etc.

Pablo Iglesias, como ‘camarada en jefe’, tuvo la fortuna de acaudillar el momento de una confusión por encantamiento masivo: el invento socio-político tuvo un éxito inesperado. Estuvieron a punto de ‘tocar los cielos’. Pero ya entonces hubo analistas y columnistas que vaticinaron el fin del sueño, tal y como se ha ido produciendo. El discurso de la férrea dirección personalista no quiso que la realidad destrozara un sueño. Siguieron soñando, pues, hasta que el sueño se convirtió en desencanto, deserciones, ruptura interna, dolor, delirio y pesadilla.

Iglesias, además, había incinerado su credibilidad cuando cambió su ‘querido’ y modesto pisito de barrio obrero por una mansión de nuevo rico en Galapagar.

Tras el pico del éxito, se han sucedido los fracasos, elección tras elección. El mazazo final han sido las autonómicas del 12 de mayo en Galicia y el País Vasco. En la Xunta las ‘mareas’ moradas tenían 14 escaños. Ahora, ninguno. La mayoría de sus votos pasaron al BNG (Bloque Nacionalista Gallego) que ha experimentado un subidón espectacular… en el preciso instante en el que dejó el discurso de la confrontación territorial y se centró en los verdaderos problemas de los gallegos. En cierta forma siguió la estrategia del PNV, pero en la izquierda. ¿Quién en su sano juicio quiere que el conflicto catalán se extrapole al resto del país...?

Pablo Iglesias, además, había incinerado su credibilidad cuando cambió su ‘querido’ y modesto pisito de barrio obrero por una mansión de nuevo rico en Galapagar; cuando después de defender la ‘okupación’ de viviendas ahora la Guardia Civil protege sus intimidades; cuando tras considerar jarabe democrático los escraches a la derecha abominó de la tamborrada en cuanto él fue el escrachado… Plenamente integrado en la casta más elitista y condescendiente.

Como tantas obras mal terminadas, el problema es la temprana e incurable aluminosis. Como idea política, Podemos es un partido antiguo, hecho con materiales de desechos, que copia sin abrir los ojos al mundo de verdad que le rodea. No al de los desahuciados por la historia y a los resentidos por el ocaso de sus dioses que se consuelan mutuamente.

La trayectoria dialéctica llena de dobles y triples sentidos del líder podemita me recuerda una frase de Oscar Wilde: “Mantengo largas conversaciones conmigo mismo, y soy tan inteligente que a veces no entiendo ni una palabra de lo que digo”. Pues los demás… ya me dirán.

Lo que quiere la gente es más sencillo, y tampoco lo están viendo con claridad ni el PP ni el PSOE, que están abriendo insensatamente la puerta a los populismos y la charlatanería. Intransigencia frente a la corrupción, honradez en la administración pública, eficacia y eficiencia, austeridad, servicios públicos de calidad… Basta con leer despacio la Constitución para saber qué es lo que hay que hacer. Si alguna revolución hace falta es que se cumpla la Constitución. Y para eso los políticos la tienen que asumir con convencimiento, lealtad y buena fe. Ah, y memoria.

MOSTRAR BIOGRAFíA

Empezó dirigiendo una revista escolar en la década de los 60 y terminó su carrera profesional como director del periódico La Provincia. Pasó por todos los peldaños de la redacción: colaborador, redactor, jefe de sección, redactor jefe, subdirector, director adjunto, director... En su mochila cuenta con variadas experiencias; también ha colaborado en programas de radio y ha sido un habitual de tertulias radiofónicas y debates de televisión. Conferenciante habitual, especializado en temas de urbanismo y paisaje, defensa y seguridad y relaciones internacionales, ha publicado ocho libros. Tiene la Encomienda de la Orden del Mérito Civil.