El que esté libre de culpa que 'Lance' la primera piedra

El que esté libre de culpa que 'Lance' la primera piedra

El ciclista, el filántropo, el ser humano es una figura pública generosa, caritativa y compasiva como lo demuestran las miles de fotos que han circulado en los medios a lo largo de su vida visitando hospitales, escuelas y niños con cáncer. Lo que haya hecho tras las cortinas de las clínicas en las que experimentaban con su sangre nos debería tener sin cuidado.

Ahora que ha pasado el vendaval y ha amainado la tormenta que caía sobre Lance Armstrong, al escarnio que se ha hecho de él le sigue una terrible sucesión de juicios y demandas que auguran cifras estratosféricas e incontables horas en tribunales. Los tiburones disfrazados de abogados y las aves de rapiña harán un festín con el cuerpo del botín. La desmedida reacción que se dio en contra de Lance Armstrong sólo fue producto de una profunda envidia. Un vicio de carácter que lleva a la mayoría de los seres humanos a patear y hacer leña del árbol caído hizo presa del siete veces ganador del Tour de France. Nada le da más gusto a los mediocres que ver caer a los habitantes del Olimpo. Lapidarios juicios de miles de decepcionados seguidores llovían en los medios y en las redes sociales. La polarización de la que es objeto el mundo encuentra en hechos como el infortunio del ciclista más veloz de la historia, la ruta ideal para seguir dividiendo al género: puros contra inmundos.

Si la cada vez más inminente necesidad de legalizar el uso de sustancias como la marihuana y otros psicotrópicos han despertado a linchadores profesionales que desde el púlpito vociferan contra el libertinaje, nada más apremiante que empezar un verdadero y serio diagnóstico para entrarle de lleno al tema de las sustancias que mejoran el rendimiento de los atletas. Ni se vuelven el increíble Hulk, ni dejan de ser humanos al ser tratados con productos químicos que oxigenan la sangre, duplican los glóbulos rojos y revientan los tejidos de sus músculos. El caso de Armstrong despierta pasiones por la complejidad del personaje, por los escándalos que pedaleaba con la facilidad con la que recorría circuitos y por haber sido mejor que sus compañeros de camilla. La cacería de brujas de la que es objeto sólo recuerda los peores momentos de civilizaciones que nos espantan y que condenamos pero que nos gusta revivir: el macartismo, Salem y a la Santa Inquisición por mencionar algunas.

Sin embargo las horas de entrenamiento, los eternos ejercicios de concentración y las interminables prácticas no se las podrá quitar nadie como hoy que le son arrancados sus títulos y medallas.

Lance Armstrong es más que un ciclista, su trabajo, carisma y circunstancia le permitieron recaudar miles de millones de dólares para investigaciones valiosísimas en relación al cáncer. La moda de las fundaciones de caridad (charitable foundations) encontraron en él al aliado perfecto que les permitió inventar esquemas y buscar nuevas formas de hacerse de fondos. Hoy Oprah sale al quite. Ya había salido en defensa de muchos otros, entre ellos Clinton y Obama (cuando peligraba su elección).

Lance Armstrong el ciclista, el filántropo, el ser humano es una figura pública generosa, caritativa y compasiva como lo demuestran las miles de fotos que han circulado en los medios a lo largo de su vida visitando hospitales, escuelas y niños con cáncer. Lo que haya hecho tras las cortinas de las clínicas en las que experimentaban con su sangre nos debería tener sin cuidado si todos fueran medidos con la misma vara. Hay más que se drogan por menos, otros que se drogan lo mismo y no obtienen sus resultados. Muchos los que se dopan y no consiguen nada y los hay quienes se medican con prescripciones o recetas que legitimizan lo proscrito por el hombre para simplemente existir. Lo que molesta de este caso es la hipocresía de quienes sostienen la balanza con una mano y la jeringa con la otra.