El síndrome de la rana hervida: Trump y el golpe de estado que no cesa

El síndrome de la rana hervida: Trump y el golpe de estado que no cesa

Los políticos republicanos, aterrados por el poder que Trump, han hecho la vista gorda a todas y cada una de las muchas transgresiones que ha ido cometiendo.

Seguidores de Donald Trump en un acto electoral previo al asalto del Capitolio. Anadolu Agency via Getty Images

Una conocida parábola dice que, si se mete una rana es una cazuela con agua hirviendo, saltará fuera de inmediato, pero, si se mete en una cazuela de agua templada y ésta se va calentando poco a poco, morirá porque no se dará cuenta del peligro y no será capaz de reaccionar.  Esta parábola, que se ha usado para explicar todo tipo de situaciones humanas, es aplicable a la América actual.  

Los políticos republicanos, aterrados por el poder que Donald Trump tiene sobre las bases del partido, han hecho la vista gorda a todas y cada una de las muchas transgresiones que ha ido cometiendo. Poco a poco, Trump ha ido calentando el agua y ellos se han ido adaptando a los incrementos de temperatura. Ahora Trump ha aumentado mucho la presión sobre ellos, exigiendo que lo ayuden a mantenerse en el poder ilegítimamente, a la vez que ha incitado a asaltar el capitolio a sus fanáticos seguidores, furiosos porque ha perdido las elecciones debido al fuerte apoyo que las minorías étnicas prestaron a Joe Biden, lo que califican de fraude.  Al ver este episodio de violencia, algunos de los políticos republicanos quisieron llamar a los insurrectos al orden, pero era demasiado tarde. Ya no podían salir de la cazuela, que se había convertido en su tumba política.      

El día 3 de Enero de 2021, The Washington Post publicó la grabación y transcripción de una llamada telefónica de una hora de duración que hizo Donald Trump a Brad Raffensperger, secretario de Estado de Georgia, a quien, entre ruegos y amenazas, intentó persuadir sin éxito para que “encontrase” suficientes votos para cambiar el resultado de las elecciones presidenciales en Georgia. Esta situación ha sido descrita como contraria a la ley, habiendo sido calificada también por algunos como un golpe de estado. Y efectivamente este acto forma parte de un golpe de estado perpetrado a cámara lenta durante los últimos cuatro años, cuando Trump ha roto, unas tras otra, las reglas y tradiciones democráticas sin oposición alguna por parte de los republicanos, un golpe de estado que no cesa.  

Se habla de invocar la enmienda número XXV de la Constitución, que permite quitar de su puesto al presidente si éste se encuentra incapacitado física o mentalmente

La llamada telefónica de Trump a Raffensperger es muy parecida a la que hizo el 25 de Julio de 2019, cuando le dijo al presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky, que retiraría el apoyo a su país si no lo ayudaba a conseguir información comprometedora sobre el hijo de Biden. Ese contacto resultó en un proceso de impeachment. En ambos casos, Trump emitió amenazas con el objeto de intentar forzar a sus interlocutores a falsificar pruebas. En el caso de Ucrania Trump quería “pruebas” de que el hijo de Biden había actuado de manera corrupta. En el caso de Georgia deseaba “pruebas” de que había habido fraude electoral. A pesar de que la culpabilidad de Trump en el caso de Ucrania estaba clara, el Senado, controlado por los republicanos, se negó a desalojarlo de su puesto, por lo que sus abusos continuaron hasta desembocar en la crisis presente.

Las reacciones al caso de Georgia no se han hecho esperar. Se piden investigaciones a nivel federal y estatal. Asimismo, se ha sugerido que haya otro proceso de impeachment para condenar los actos de Trump oficialmente y descalificar a éste como posible candidato a la presidencia en el futuro. Hay ideas para todos los gustos. Lo que éstas tienen en común es estar animadas por el sentimiento de que, por el bien de la democracia, hay que reprobar este comportamiento. Ahora que a la lista de ofensas se ha añadido el incitar a sus seguidores a la violencia y llevarlos a asaltar el Capitolio e interrumpir la ratificación de los resultados de las elecciones presidenciales, la presión para castigar los desmanes de Trump aumenta y está cobrando fuerza la idea de iniciar otro proceso de impeachment. También se habla de invocar la enmienda número XXV de la Constitución, que permite quitar de su puesto al presidente si éste se encuentra incapacitado física o mentalmente.

Ahora que acaban de ganar el Senado y controlan también el Congreso, los demócratas tienen por fin poder para actuar

Muchos políticos demócratas quieren olvidarse de estos desagradables acontecimientos y mirar hacia el futuro.  No desean dedicarle tiempo al pasado, ya que piensan que deben consagrar todas sus energías a resolver la crisis sanitaria y económica y mover el país hacia delante. Sin embargo, si no se hace nada, se corre el peligro de que acaben con el síndrome de la rana hervida no solamente los republicanos, que dejaron que Trump actuase con impunidad, sino también los demás ciudadanos. Sería un error tolerar las transgresiones de Trump pasivamente.

Es importante que, en el futuro, cuando el país se encuentre en otra situación peligrosa, pueda reaccionar con energía y saltar fuera de la cazuela de inmediato. Ahora que acaban de ganar el Senado y controlan también el Congreso, los demócratas tienen por fin poder para actuar. Está en su mano sancionar a los infractores. Los ataques a la democracia no deben tolerarse. Y, para que la tolerancia a estos ataques desaparezca, hay que calentar bien el agua de la cazuela.

Cristina González es catedrática emérita de la Universidad de California, Davis, donde ha impartido clases de Literatura y cultura hispánicas en el Departamento de Español y de Historia y situación actual de la universidad americana en la Facultad de Educación.