El traje rojo de Penélope Cruz

El traje rojo de Penélope Cruz

Da igual cuántas evidencias existan, hay quien insiste y reinsiste en rotular el cine español con el mensaje de que no vale nada. Qué quieren que les diga, una imagen es una imagen, una opinión es una opinión, y por mucho que lo intenten, en nuestro cine seguiré viendo el talento donde otros no encuentran el arte.

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Su silueta zigzagueante atraviesa varias pantallas de Wien Mitte. Es un cuerpo femenino enfundado en cuero rojo, una catwoman carmesí que acompaña al viajero a lo largo de un infinito videowall. Todos los espectadores de la estación austriaca frenan en seco ante la revelación del rostro de la mujer. La expectación crece conforme se va mostrando su figura: primero unos Snakilta de Louboutin, después un cuerpo esbelto al que sigue una melena oscura. Finalmente, un cuello sutil descubre el rostro de Penélope Cruz, la intérprete de Zoolander 2 que ha reunido a ciudadanos de medio mundo en su camino hacia el centro de Viena. Créanme que jamás había evidenciado hasta qué punto una actriz podía hacer saltar los plomos de un público tan desigual y tan disperso. Y da la casualidad de que esa actriz, internacional y multipremiada, es española.

Aquello se me antojó premonitorio en una ciudad que siempre me parecerá cinematográfica, por cuyas calles ha caminado Billy Wilder, Michael Haneke o Ulrich Seidl y a la que he ido viendo transformarse con el paso del tiempo. Ya poco conserva de aquel bucólico perfil que mostraba en Antes del amanecer, aunque sus emplazamientos todavía guardan la inteligencia que destilaban las palabras de Julie Delpy y Ethan Hawke. Si bien con mi efímero viaje Richard Linklater apenas tendría material para rodar un corto, dejémoslo en un videoclip, lo cierto es que en esta ocasión pude ver lo que nunca antes había visto. Estación de metro, otro pasillo infinito. La gente va y viene por suburbano que condensa aires de otra época. De repente, una pared anuncia la cartelera en los cines de la ciudad. Producciones austriacas y francesas compiten con el inenarrable póster de Dirty Grandpa, cinta norteamericana en la que los protagonistas parecen ser Robert De Niro, Zac Efron, un fragmentado cuerpo femenino y una manguera de repostar. Espeluznada como estaba ante aquella imagen, tardé en darme cuenta de que al lado más películas me aguardaban. En concreto, Colonia dignidad y Freunde fürs Leben.

Se preguntarán por qué me llamaron la atención semejantes títulos, yo se lo explico: la primera, por estar protagonizada por el actor Daniel Brühl; la segunda, por ser la película española Truman, traducida de manera muy libre y más o menos acertada como "Amigos para siempre/de por vida". Que en pleno suburbano extranjero se anuncien dos películas cuyos pósters contiguos presentan a un barcelonés y a un riojano, me maravilló de una manera indescriptible. Y lo hizo no porque no entienda que nuestros intérpretes triunfen allende las fronteras, ni tampoco porque admire y haya tenido la suerte de conocer a quienes se anunciaban, sino porque allí, en las profundidades de Viena, casi en los terrenos donde Carol Reed situó El tercer hombre y por donde corría Harry Lime (Orson Welles), estaba una granada representación del cine español, una inmensa y pulcra fracción de nuestro cine atrayendo la atención de los viajeros. Ver aquella imagen de Truman, con nuestros Cámara y Darín (porque también es nuestro, adoptado hace mucho), y al magnífico Brühl, me dio una extraña sensación de optimismo cinematográfico, nada trivial en los tiempos que corren.

Cavilando sobre ello me introduje en un tren. Sopesaba si la presencia de Cruz, de Cámara, de Gay y de Brühl eran suficientes para demostrar que el cine español, sus creaciones o sus intérpretes, son más valorados fuera que dentro de nuestras fronteras. Sin mediar palabra, en la pantalla televisiva del vagón emergió Pedro Almodóvar departiendo sobre cine. Lo interpreté como una señal. Qué más tenía que decirme el destino para demostrarme que el cine español es un gran cine, a pesar de que haya quien siga denostándolo. Y es que siempre que escucho el argumento de que escasea talento en nuestras filas, irrumpe en mi mente el cuadro Ceci n'est pas une pipe de Magritte señalando: "esto no es una pipa". En él el autor intentaba evidenciar la fragilidad de los constructos, el error al que llevan las representaciones. La imagen no es una pipa, es solo la representación de ésta, por mucho que así lo veamos. De otra forma aplicado, lo mismo puede decirse del cine español. Está en todas partes, cuentan con él, lo valoran, aprecian a nuestros artistas y afirman que es grande allí donde va. Pero da igual cuántas evidencias existan, hay quien insiste y reinsiste en rotular el cine español con el mensaje de que no vale nada. Qué quieren que les diga, una imagen es una imagen, una opinión es una opinión, y por mucho que lo intenten, en nuestro cine seguiré viendo el talento donde otros no encuentran el arte.

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Lucía Tello Díaz. Doctora y profesora universitaria de cine. Directora y guionista.