Las elecciones estadounidenses son la viva imagen de lo que ocurrió en 1968

Las elecciones estadounidenses son la viva imagen de lo que ocurrió en 1968

Pero esas elecciones iniciaron una era de discordia y de anarquía tanto en las altas esferas como en las bajas. Abrió heridas que aparentemente las presentes elecciones están destinadas a reabrir. El sistema político no pudo lidiar con el caos de 1968, y está aún menos claro que pueda hacerlo en 2016.

TIMOTHY A. CLARY/GETTY IMAGES

WASHINGTON - Era la primavera de un año de elecciones presidenciales en Estados Unidos, pero no había esperanza ni espíritu de renovación.

En su lugar, el país estaba sumido en el tribalismo y se palpaba el miedo. A los votantes se les animaba con enfado y resentimiento. La prensa hacía su agosto gracias al lenguaje violento y a las calles llenas de manifestantes y policías.

Los principales candidatos eran un deteriorado, pero favorito demócrata que representaba las bases del partido; un catedrático de pelo blanco en contra de la guerra y querido por los universitarios; un desconocido en el mundo de la política que se servía de comentarios racistas para hacer política y que tenía un don para llamar la atención de la prensa; y un abogado de ojos pequeños del Partido Republicano al que le gustaba jugar sucio.

En verano, en la convención nacional en una ciudad de uno de los estados centrales del país, uno de los dos partidos políticos acabó completamente dividido, dentro y fuera de la convención, porque los manifestantes se enfrentaron a la policía. Quienes, como se confirmó más adelante, habían sido los impulsores de los disturbios.

Las elecciones generales dependían del partido que fuera capaz de ganar más votos entre la clase trabajadora de ciudadanos blancos, un grupo social que ya había sido alentado por el candidato ajeno a la vida política, que se había opuesto a la idea de unos poderosos "ellos" en contra de "nosotros".

Estábamos en 1968, no en 2016.

Presuntamente, Mark Twain dijo que "la historia no se repite, pero sí que rima". Si eso es cierto, 2016 ha sido la repetición de aquel año lejano, pero importante.

Y eso no significa que haya sido bueno. El progreso siempre duele, y hubo mucho dolor en la década posterior al desastroso, violento y divisivo 1968. Lo único que podemos hacer es esperar que este año no traiga consigo una racha de violencia y asesinatos que llevamos sin ver desde la Guerra Civil de Estados Unidos y que no deberíamos volver a ver nunca más.

Pero esas elecciones iniciaron una era de discordia y de anarquía tanto en las altas esferas como en las bajas. Abrió heridas que aparentemente las presentes elecciones están destinadas a reabrir. El sistema político no pudo lidiar con el caos de 1968, y está aún menos claro que pueda hacerlo en 2016.

"Las instituciones políticas y las tradiciones que lo sostienen todo no son igual de sólidas que entonces", explicó Norman Ornstein, un investigador del American Enterprise Institute. "No hay confianza y las fuerzas que se supone que tienen que canalizar y calmar la ira, como es el caso del Congreso, funcionan en la dirección opuesta".

Por qué es importante George Wallace.

Puede parecer raro relacionar a un millonario de Manhattan con un gobernador de Alabama, pero sus mensajes son, en esencia, los mismos, pero con unas cuatro décadas de diferencia.

Como hacía el difunto George Wallace, Trump rezuma un odio hacia la clase política y culpa de los problemas del país a aquellos cuya raza, fe o lugar de nacimiento hace que sean "no estadounidenses".

Wallace se ablandó un poco con el paso de los años, pero Trump, a sus 69 años, no da muestras de que vaya a hacerlo. De hecho, está duplicando sus esfuerzos para permitir la violencia verbal e incluso la hostilidad física en su nombre y en el de sus mítines de campaña.

Son sus mítines -más que sus tuits o sus entrevistas emitidas por televisión- los que se han convertido en protagonistas de su campaña electoral, un teatro de enfrentamientos deliberados que Trump considera que aportan energía y significado a su candidatura caracterizada por el enfado.

Trump tiene mucho peso y dinero en un sistema mucho más fragmentado y fácil de acceder. Lejos de ser un candidato al margen -que es lo que era Wallace, en el fondo-, Trump es el favorito de su partido.

Los conflictos sociales generan discordia en los partidos.

En 1968, la guerra de Vietnam provocó la aparición de un candidato que protestaba, el senador Eugene McCarthy de Minnesota, que tuvo un papel muy similar al que desempeña este año el senador Bernie Sanders.

El paternal McCarthy, que criticaba la guerra y tenía el don de parecer ajeno a la política, sirvió de inspiración para que una generación de estudiantes fueran voluntarios a nivel comunitario. Se centraron en New Hampshire (al igual que ha hecho Sanders) para exponer sus argumentos allí.

Al contrario que McCarthy (que se quedó sin tiempo, sin energías y sin dinero), Sanders cuenta con una plataforma más amplia y con financiación gracias a las campañas de crowdfunding por Internet. Además, tiene mucho más genio, es mucho más terco y está mucho más motivado que McCarthy.

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Hubert Humphrey.

El papel de Hillary Clinton en 1968 lo desempeñó Hubert Humphrey, el acosado vicepresidente del por aquel entonces impopular presidente Lyndon B. Johnson. Como Clinton, Humphrey contaba con el apoyo de la mayor parte de su partido: los votantes afroamericanos, sindicalistas y judíos y los funcionarios electos a nivel local, estatal o federal.

Pero a Humphrey le traicionaron las impopulares políticas de la administración, como la decisión de entrar en la guerra y del reclutamiento. Esta vez, Hillary está teniendo problemas a la hora de defender su versión de la intervención en Oriente Medio y las políticas de su marido y de Barack Obama: para favorecer los grandes negocios y el libre comercio.

Y esta vez no se espera que sea la asamblea del Partido Demócrata la que acabe mal, sino la del Partido Republicano.

Para empezar, no es seguro que Trump consiga los 1237 delegados que necesita para sacar una mayoría antes de la Convención Nacional Republicana en Cleveland (Ohio) en julio. No es seguro que el hecho de obtener mayoría consiga que los miembros de su propio partido dejen de intentar detenerle.

Será un asunto feo, en parte porque el Partido Republicano lleva desde 1976 sin experimentar una situación así (cuando Ronald Reagan perdió por un estrecho margen ante el presidente Gerald Ford) y porque aquellos que apoyan a Trump no saben qué esperar ni cómo llevar a cabo un plan.

"No estoy seguro de que la gente que apoya a Trump comprenda lo que la clase política va a intentar hacer con ellos en Cleveland", declaró Roger Stone, amigo y asesor de Trump y un aprendiz de cómo ganar (o alterar) este tipo de congresos políticos.

El panorama más allá del escenario principal de Cleveland puede ser incluso más caótico. La semana pasada, varios grupos de protesta (Black Lives Matter, MoveOn.org y varios grupos defensores de los hispanos y de los musulmanes, entre otros) se unieron para manifestarse en contra de una aparición pública de Trump en Chicago. Estos grupos tienen muchos meses por delante para preparar protestas en Cleveland y tienen toda la razón al indignarse y asustarse. También harán acto de presencia ante el Partido Demócrata en Filadelfia, sin importar lo que intenten hacer Hillary y Bernie para mantener la paz.

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Ted Cruz.

El senador Ted Cruz de Texas, que intenta desempeñar el papel de unificador y defensor de la paz dentro del Partido Republicano, evoca al hombre que hizo lo mismo en 1968, Richard Nixon: nadie le quería, especialmente sus colegas del Senado; era un maestro en ocultar acusaciones vulgares con retórica jurídica; y era tan despiadado como beato.

No parece que Cruz se retire antes de llegar a Cleveland. Puede que ni siquiera lo haga entonces. Si Trump sale victorioso, ¿se llevará Cruz a un sector del partido?

En cambio, si Trump se queda corto, ¿el multimillonario se irá corriendo y organizará su propia candidatura independiente? Eso fue lo que hizo Wallace a los demócratas en 1968.

Si la historia rima, a Cruz todavía le queda una oportunidad. Y, desde el principio, su estrategia ha consistido en ganarse a los votantes de Trump al final de la campaña.

En 1968, Nixon ganó en parte por haber conseguido apropiarse de los votantes de Wallace. En nombre de una "mayoría silenciosa" (un término que Trump utiliza en la actualidad), Nixon se comprometió a "unirnos" en un solo pueblo, igual que ahora promete hacer Hillary Clinton si gana.

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Richard Nixon.

Lejos de unir a Estados Unidos, Nixon abandonó la presidencia en 1974 ante un juicio político pendiente.

A ninguno de los candidatos les gustaría que la historia rimara de esta manera. Pero estamos en 2016 y están dispuestos a correr el riesgo.

Nota del editor: Donald Trump es un mentiroso compulsivo, un xenófobo, un racista, un misógino y un agresivo que ha prometido en repetidas ocasiones que prohibirá la entrada a todos los musulmanes -1.600 millones de personas pertenecientes a una misma religión- a Estados Unidos.

Este post fue publicado originalmente en la edición estadounidense de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Irene de Andrés Armenteros.