El embargo al gas ruso, la jugada para hundir a Putin que divide a la UE

El embargo al gas ruso, la jugada para hundir a Putin que divide a la UE

Rusia empieza a cerrar el grifo a países como Polonia y Bulgaria, mientras Bruselas estudia el castigo mayor, que obligaría a reestructurar todo el sistema energético.

Cada día que pasa, la Unión Europea (UE) le da 28,5 millones de euros a Ucrania y casi 1.000 millones a Rusia. Por un lado, ayuda al invadido y, por otro, tiene que pagar religiosamente al invasor por su gas y su petróleo. Un disparate fruto de la elevada dependencia de Moscú, de la falta de fuentes alternativas, de una transición energética por acometer. Los Veintisiete tienen claro que la situación debe cambiar -y más aún ahora que Gazprom ha suspendido unilateralmente la entrega de gas a Polonia y Bulgaria por negarse a pagar en rublos- pero no se ponen de acuerdo en cómo, con qué prioridades y a qué velocidad. Hay todo un abanico de posicionamientos, dependiendo de cuánto se tire de Vladimir Putin para encender la estufa.

Esta semana, y ante dificultades para que los Veintisiete se pronuncien con una única voz sobre el embargo al petróleo y gas rusos, Bruselas ha acabado abriendo la puerta a la posibilidad de que sea cada país quien decida qué hace al respecto. Hay un compromiso-marco de todos para reducir esa dependencia energética, dice la Comisión Europea, pero los pasos concretos se pueden ir dando estado a estado, porque acuerdo total no hay para dar pasos unánimes. No en un horizonte inmediato, al menos. Y sólo así, de forma unánime, se pueden aprobar sanciones en el Consejo Europeo. Otra vez la sombra de la Europa a dos velocidades.

Europa ya impuesto ya cinco paquetes de sanciones al Kremlin desde que el 24 de febrero inició su ofensiva contra Ucrania. Han sido medidas unitarias, contundentes, aprobadas en muy poco tiempo, que han transmitido una idea esperanzadora de fuerza común, de músculo diplomático y de verdadera unión para debilitar al régimen. Ha sido así hasta hasta el pasado 7 de abril, cuando se incluyó el embargo a la importación de su carbón en respuesta a la masacre de civiles en ciudades a las afueras de Kiev, como Bucha. Rusia era el tercer mayor exportador de carbón del mundo en 2020, detrás de Australia e Indonesia, según la Agencia Internacional de Energía (IEA), y Europa, con mucho, era su principal cliente. Fue un primer golpe, aunque algo light, a una de las principales fuentes de financiación de Rusia.

Sin embargo, en la cita que desbloqueó este castigo ya se apuntó claramente que iba a ser complicado ir a por más. Países como Hungría, Alemania o Austria se mostraron contrarios a impedir también las importaciones del gas y el petróleo, que sería la gran jugada económica contra Putin, y avisaron de que bloquearían el acuerdo si se ponía en serio encima de la mesa. La razón es su altísima dependencia de estos recursos: casi el 100% del gas que consumen los húngaros es ruso y el porcentaje baja al 50% en el caso de alemanes y austríacos, aún altísimo. Este es uno de los motivos por los que los precios de la energía se han disparado por la invasión rusa de Ucrania.

En España, por contra, no se pasa del 10% de dependencia. Por eso nuestro país, junto con Francia (su dependencia del gas ruso es del 25%), es uno de los que sí están dispuestos a renunciar a ese crudo (el 26,9% del total que consume la UE ) y a ese gas (45,3%), aún sabiendo las consecuencias económicas que puede acarrear.

No están solos: el Europarlamento votó a favor de un embargo “total e inmediato” de carbón, gas, petróleo y combustible nuclear (uranio), con un apoyo de 513 votos a favor y apenas 22 en contra y 19 abstenciones. Lo sintetizó a la perfección la presidenta del grupo socialista, la española Iratxe García: “No hay mejor forma de garantizar nuestra soberanía energética que dejar de depender de tiranos que utilizan sus combustibles fósiles como instrumento de chantaje”, sostuvo. Los eurodiputados reclamaron además que se abandonen por completo los gaseoductos Nord Stream 1 y 2, que conectan directamente Rusia con Alemania a través del mar Báltico, sorteando el territorio de Ucrania. Nada más estallar la guerra, el canciller Olaf Scholz congeló el Nord Stream 2, que está terminado pero aún no ha entrado en funcionamiento. Pero el Nord Stream 1 sigue funcionando con normalidad.

En el mismo pleno en el que los eurodiputados avalaron este bloqueo energético múltiple, el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, confesó: “Creo que tarde o temprano también se necesitarán medidas sobre el petróleo e incluso sobre el gas”. La jefa de la Comisión, Ursula von der Leyen, confirmó que se están “estudiando” vías para hacerlo, junto a nuevas medidas como recargos impositivos o el envío de los pagos a una cuenta de garantía bloqueada, que también ayudarían a limitar los ingresos que obtiene Rusia del gas.

Y es que los números son claros: como indica el documento sometido a votación en el Parlamento Europeo, la prohibición de las importaciones de combustibles fósiles de Rusia tendría un impacto en el crecimiento económico de la UE que correspondería a pérdidas estimadas de menos del 3% del PIB, mientras que las pérdidas potenciales para la economía rusa durante el mismo período ascenderían al 30% de PIB y “sería fundamental para detener la agresión rusa”, lo que no es la ya vigente prohibición del carbón, por el que Europa paga cada día unos 10 millones de euros.

Gas y petróleo, eso sí que le haría verdadero daño a Putin y su equipo. Eso sí puede ser desequilibrante para sus ingresos, para el dinero que tiene para la guerra, para verse forzado a un alto el fuego aunque sea temporal o para ceder en unas negociaciones con los ucranianos. “En algún momento sucederá y Rusia sentirá con dolor cómo pierde sus ingresos”, amenaza el jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell. La cumbre ordinaria de finales de mayo podría ser, si las circunstancias no lo fuerzan antes, el lugar para el debate definitivo sobre el tema, aunque el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, lo pedía para anteayer. Diecisiete países de la UE han respondido ya a la oferta de la Comisión Europea de proporcionarles informes técnicos para ayudarles a eliminar su dependencia de los combustibles fósiles rusos.

  "No más dinero a asesinos. Parad los tratados de petróleo y gas", se lee en la fachada de un edificio, durante una protesta proUcrania en Frankfurt (Alemania), el 4 de abril. via Associated Press

La dependencia de Alemania

El principal escollo para que este castigo en bloque salga adelante es Alemania. La negativa de la que es la mayor economía del club comunitario es un reflejo de la profunda y prolongada dependencia del país al gas de Putin. “En este momento, el suministro de energía de Europa para la generación de calor, movilidad, y electricidad, no puede asegurarse de ninguna otra manera”, sostuvo en un comunicado su canciller, el socialdemócrata Olaf Scholz. Según datos de las aduanas rusas, Alemania registró casi un 20% de todas las exportaciones de gas ruso en 2020, siendo así su mayor cliente.

Aún así, hay “conversaciones profundas”, dice Bruselas, como eran impensables hace un mes. Berlín sabe que no es sostenible estar a expensas del Kremlin y que tendrá que ir reduciendo su consumo de gas ruso. Por eso, ya ha activado la “fase de alerta temprana” de su ley de emergencia (la primera de tres), que por ahora no implica la intervención estatal, pero sí un plan para que empresas y particulares “empiecen a reducir su consumo de energía tanto como sea posible”, pues de este combustible dependen en gran medida tanto la industria del país como las calefacciones de 83 millones de habitantes. El rostro del ministro de Economía, Robert Habeck, de Los Verdes, al hacer el anuncio, dice mucho de las tensiones por las que está pasado el nuevo Gobierno germano ante esta crisis.

Defiende que desde el inicio de la ofensiva las importaciones de petróleo ruso se han reducido del 35% al 25%, y las de gas del 55% al 40%, pero sigue siendo muy elevada y, además, arrastra una serie de amistades, servidumbres y compromisos que hoy lastran la política nacional hasta el escándalo. No hay más que ver el caso del excanciller Gerhard Schröder, el lobista de Putin que no es ni capaz de condenar su ofensiva.

Un replanteamiento integral

Ya se están haciendo cosas desde Bruselas: Europa ha adelantado que reducirá en dos tercios las importaciones de energía provenientes de Rusia para 2023 y quiere que en cinco años su dependencia sea cero. “Es difícil, puñeteramente difícil -resume el vicepresidente de la Comisión Europea, Frans Timmermans-, pero podemos hacerlo y hay que hacerlo.

Miguel Ángel Encinas, economista y especialista en energía, sostiene que “eso supone, aún sin embargo total, una renovación ambiciosa de todo el sistema energético comunitario. Obligará a importar más gas licuado de Estados Unidos o de Qatar, y a hacer inversiones masivas en energías renovables y eficiencia energética. Era insoslayable ya hace años, por la presión del cambio climático, y hoy añadimos la razón de Ucrania. Desvincularnos de ese petróleo y ese gas es duro, pero por un lado sí puede tener un impacto real en Rusia, que desbloquee su posición, y por otro, ayude a Europa a dar el paso de la transformación pendiente”.

Se pueden ir dando, dice, pasos “en la buena dirección” que ayuden a la desconexión final con Rusia: desde la preparación de planes de contingencia para una menor dependencia en el caso de que se cierre el grifo a más países -para lo que la UE dice que ya está “preparada”-, al acelerado del llenado de depósitos de gas, pasando por la posibilidad de una compa conjunta de esta materia, para garantizar suministros de cara al invierno que viene.

Desde Rusia se avisa de que es inviable. “Los actores clave del sector coinciden es que difícilmente se podrá sustituir totalmente el gas y el petróleo ruso en un plazo de 5 a 10 años”, sostiene su viceprimer ministro, Alexandr Novak. “Debido a las turbulencias creadas en el mercado de los recursos energéticos por los propios europeos, los políticos de la UE se ven ahora en la necesidad de buscar urgentemente fuentes de energía alternativa a las rusas (...), pero no hay una alternativa racional”.

¿Lo es realmente? Para Encinas, lo es. El pasado 22 de abril, el Fondo Monetario Internacional (FMI) explicó en un informe sobre las consecuencias planetarias de la guerra en Ucrania que “las importaciones que llegan desde los gasoductos de Rusia [el mayor proveedor de Europa] podrían ser reemplazadas (tal vez hasta dos tercios) con mayores importaciones de gasoductos no rusos, un aumento en las importaciones de gas natural licuado y un cambio de fuentes energéticas en la generación de electricidad”. El experto coincide en esa proyección, aunque avisa de que hay que ser “didácticos y claros con la ciudadanía para que sepa el verdadero coste que puede tener”.

Por ejemplo, EEUU ya ha anunciado que va a triplicar la cantidad de gas licuado que envía a la Unión Europea, hasta 50.000 millones de metros cúbicos de gas por año de aquí a 2030, prácticamente un tercio de todo el que llega desde Rusia. Eso ya es una parte importante que se cubre, lo que pasa es que tiene un precio, hay que llevarlo a terminales para gas licuado y tratarlo antes de poder usarlo, eso conlleva un gasto en transporte y en tratamiento y los precios, forzosamente, van a subir. Un tercio de estas terminales están en la península ibérica, eso en nuestro caso concreto es una situación ventajosa, pero esfuerzos habrá que hacer”, insiste.

Eso sí, “es por parar una guerra y dejar de depender de Putin. No sé si se ven los beneficios”, ironiza, aunque no deja de repetir no echarnos en brazos de EEUU o de Qatar “es casi forzoso, pero no la panacea”, y que también hay que “superar escrúpulos éticos”, teniendo en cuenta que este gas procede de la fracturación hidráulica o fracking, una técnica con enormes riesgos ambientales que Europa rechaza. “Pero no pensemos sólo en quién tiene los recursos y a quién se le pueden comprar, que no sea Rusia. Seamos ambiciosos: lo esencial es el cambio de modelo, ir a las fuentes renovables, limpias, dejar atrás las energías fósiles y ganar en seguridad y en independencia energéticas”, insiste.

Coincide con el grupo de Los Verdes / ALE en el Europarlamento, que reclama un “despliegue rápido y mejorado” de las energías renovables, para lo que hace falta “financiación extra y nuevos instrumentos” que apliquen, de una vez por todas, la tan soñada transición verde. Son ambiciosos y plantean, por ejemplo, la posibilidad de hacer un segundo plan de recuperación, como el Next Generation parido para hacer frente a la crisis del coronavirus, sólo para el cambio de modelo hacia lo ecológico.

El debate está en una fase muy inicial, pero está empezando a calar a marchar forzadas, visto el daño que está causando Putin. También insisten en que hay que revisar la posibilidad de emitir de nuevo deuda conjunta -un tabú superado a causa de la pandemia, escalón esencial en la lucha por la recuperación- expresamente orientada a lo energético.

“No estamos en guerra con nosotros mismos”, como repite el primer ministro belga, Alexander De Croo, por lo que todas las medidas y todas las sanciones “deben tener siempre un impacto mucho mayor en la parte rusa que en la nuestra”. Es la disyuntiva en la que se mueve Europa.