Entre el miedo y la ira en campaña
El líder de Podemos, Pablo Iglesias, en un acto electoral.EFE

Solo sentimientos, y casi todos, negativos en esta campaña electoral. Luego dirán que la política de hoy es incorporar el sentimiento a la razón, como si descubriesen el Mediterráneo. Porque ya desde Cicerón en las cartas a su hermano, desde Maquiavelo o, mucho más cerca en el tiempo y el espacio, nuestro presidente Azaña hablaban de razón y sentimiento como ingredientes de la política. Una razón política que encauzase el sentimiento de pertenencia nacional o de clase. 

Sin embargo, en esta campaña se están viendo pocos sentimientos o afectos positivos como la ilusión, la esperanza o la empatía. Por el contrario, hay demasiado miedo y rabia. Y casi nada de razón política, sino una suerte de fatalismo entre el ‘que me quede como estoy’ de unos y el ‘sálvese quien pueda’ de los otros.

Las derechas aprovechan la inseguridad de las clases medias y agitan la bandera de la unidad nacional frente al separatismo y el peligro comunista. ‘Antes Roja que rota’, que dirían, pero en el fondo, como diría Ortega, no para conllevar el problema, ni para encauzarlo, ni mucho menos para solucionarlo.

Un 155 permanente o un Estado de Emergencia localizado en Cataluña (y luego dónde más) que continúe alimentando la hidra del agravio que sumar o multiplicar a los más que probables efectos de la vía judicial y penal, y así engordando el independentismo como rechazo o como distopía.

Sin embargo, el problema persiste: el de una crisis social que continúa provocando el malestar en plena recuperación, también los interminables procesos por corrupción que causan la desafección y el rechazo hacia la política y las instituciones democráticas. Impotentes y venales para muchos.

Para el PP, en particular, es la corrupción que no cesa, unido a los efectos presentes y futuros de la depuración y los fichajes de una salida en falso a su obligada catarsis y refundación. El reto de Ciudadanos es la pérdida del centro, con su apuesta por la coalición conservadora, y la sangría de votos por la vía de agua del nacionalismo reactivo de la extrema derecha. El problema elevado al cubo es que la competencia sobreactuada de ambos favorece la ira que alimenta el voto de la extrema derecha. Una nueva edición de la indignación trasmitida en ira y rabia contra el sistema político y por extensión contra la democracia.

En esta campaña hay demasiado miedo y rabia. Y casi nada de razón política, sino una suerte de fatalismo entre el ‘que me quede como estoy’ de unos y el ‘sálvese quien pueda’ de los otros.

Por su parte, el PSOE amenaza el miedo a la extrema derecha y a la nostalgia del franquismo convertido en el centro, el equilibrio y la sensatez frente al ruido y la furia agitada por las derechas. Una edición más del ‘voto útil’ como forma de amnesia y de monopolio del progresismo, si no fuera por el magro resultado de sus gobiernos presente y pasados y por los acompañantes de la moción de censura, explotados hasta el hartazgo por parte de las derechas y sus agitadores. El ‘virgencita que me quede como estoy’ de la modernidad frente a la vuelta atrás de las derechas triunfantes en Andalucía.

Podemos vuelve de nuevo con el agravio y la indignación de los de abajo, como si no hubieran pasado los años y no hubiera tenido lugar su accidentado aterrizaje en la política y las instituciones. Vuelve intentando combinar el agua y el aceite de las dos orillas con su papel de izquierda influyente desde fuera del Gobierno sobre un PSOE que no se atreve con los poderosos. Un relato épico que tampoco se compadece con la realidad de un período agitado y confuso de rectificaciones continuas en la identidad, la estrategia política, las alianzas y las posiciones políticas del proyecto de muy contados resultados para la mayoría, y de perspectivas a la baja.

Las cloacas del Estado serían, en este sentido para Podemos, a la vez la denuncia necesaria de un escándalo democrático que es urgente esclarecer y depurar, y la muestra de lo que uniría al PP y al PSOE en sucesivos gobiernos en tiempos del bipartidismo. Una reedición de la continuidad de las fuerzas de Seguridad de la dictadura afines al PP y su relación con el GAL del periodo final del PSOE de González. Las dos orillas de nuevo, aunque muy forzadas, ahora en la seguridad del Estado.

En suma, una campaña donde las emergencias son nacionales o políticas, donde los sentimientos agitados son negativos, y donde la razón oscila entre el inmovilismo y el orden público, pero siempre desde el escepticismo sobre la posibilidad de un futuro mejor.

Podemos vuelve de nuevo con el agravio y la indignación de los de abajo, como si no hubieran pasado los años y no hubiera tenido lugar su accidentado aterrizaje en la política y las instituciones.

Para Actúa, sin embargo, la emergencia es social y democrática. Es la desigualdad con su rastro de precariedad, pobreza y deslegitimación de la democracia. Son también la corrupción y la crispación políticas y su erosión de la credibilidad de los partidos y las instituciones. Por ello creemos que no sólo es necesario y posible basar la campaña y la acción política futura en sentimientos como la seguridad, la serenidad, la solidaridad y la esperanza frente al agravio, el miedo y la ira y la rabia.

Sentimientos positivos que alienten la razón política de las reformas posibles en materias prioritarias como la justicia social frente a la desigualdad obscena de clase y de género, y la regeneración democrática frente a la corrupción.

Todo ello recuperando la buena política mediante el diálogo y la cooperación frente a la agitación, la confrontación y su degeneración en forma de crispación, insulto, la mentira y la difamación. Un código de conducta que deberíamos haber aprobado para esta campaña y más allá para la refundación de la política representativa en tiempos de pluralismo. Por una nueva cultura pluralista para los nuevos tiempos.

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Médico de formación, fue Coordinador General de Izquierda Unida hasta 2008, diputado por Asturias y Madrid en las Cortes Generales de 2000 a 2015.