"Hay partidos completamente racistas y xenófobos, por mucho que tengan un negro, dos, o cien"

"Hay partidos completamente racistas y xenófobos, por mucho que tengan un negro, dos, o cien"

Lucía Mbomío publica 'Hija del camino', donde reflexiona sobre identidad y raza: “Lo fuerte no es que te llamen negro, sino que sientan que es un insulto ser negro”.

Lucía MbomíoCARLOS PINA

Cuando de pequeña le decían “tú manchas, vete a África”. Cuando de adolescente le impidieron entrar a una discoteca de Alcorcón por ser de color. Cuando dejó pasar a una señora en el autobús y esta le espetó: “Hombre, normal que me dejes pasar, bastante que nos quitáis los puestos de trabajo”. Cuando la han confundido con una limpiadora o con una cuidadora. Cuando por la calle le han preguntado: “¿Cuánto cobras?”.

Lucía Asué Mbomío Rubio (Madrid, 1981) ha vivido mil y una experiencias racistas, pero, para ella, no son más que anécdotas. Concretamente, anécdotas que reflejan algo sistémico en la sociedad: el racismo. “Es para que la gente pueda ponerle piel a cosas sistémicas, pero son anécdotas. Lo heavy es el sistema que provoca esas experiencias en el día a día, que provoca que haya Centros de Internamiento de Extranjeros, etcétera. Eso es lo verdaderamente fuerte. Lo otro son flequitos con los que bregamos como podemos”, explica la periodista y escritora.

Mbomío acaba de publicar Hija del camino (Grijalbo), una novela que narra la historia de una joven española de madre blanca y padre negro —como ella— que se siente a caballo entre dos mundos: el real —Alcorcón, España—, que no siempre la acepta, y el platónico —Guinea Ecuatorial—, idealizado “por culpa de la nostalgia, de un padre que lleva mucho tiempo fuera de su casa y echa de menos un sitio que ya no existe”. “Lo había idealizado porque necesitaba sentir que había un lugar en el que sí se iba a encontrar en casa”, cuenta Mbomío refiriéndose en parte a la protagonista de su libro y en parte a sí misma. “El hecho de que ella se busque es porque la han extranjerizado todo el tiempo y acaba por asumir que pertenece a otro mundo”, señala.

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“Es complicado insistir en ser de un sitio en donde no te sienten, en donde tienes que dar explicaciones, donde tienes la pregunta con eco: ‘¿Española, española?‘; ‘¿De Madrid, Madrid?‘; ‘¿De Alcorcón, Alcorcón?’. Luego está la pregunta al cubo: ‘¿De dónde eres?’; ‘ya, pero ¿de dónde?’; ‘ya, pero ¿de dónde?’. Y tú respondes, respondes, respondes. España, Madrid, Alcorcón, ¿parque Ondarreta? Mi calle, mi piso, ¿hasta cuándo respondes?”, reflexiona la escritora. Mbomío plantea en Hija del camino cuestiones de identidad, raza, lazos familiares, relaciones y lucha contra el racismo.

¿Todavía la gente sigue cuestionando que exista el racismo en España?

Ese es el problema, se sigue cuestionando su existencia o se apela al tiempo como ingrediente para transformar todo. Es cierto que cuando era pequeña, yo era la única negra en el cole, fui la única negra en el insti, en la facultad de Periodismo de la Complutense éramos seis personas de 10.000. Y la gente te dice: “Bueno, ahora que sois más...”. Pues no, porque ahora el racismo se da de otras formas, se ha convertido en algo mucho más específico. Cuando era pequeña, me decían: “Vete a África”. Ahora me dicen: “Tú, que eres de República Dominicana, o cubana…” o “Vosotras, las latinas, que sois así”. Quizás ya no va a asociado al maremágnum de todo un continente, pero sí a una bandera específica, y a todos los estereotipos asociados a la inmigración. 

Yo estaba sola en el cole y era una especie de marciano. Pero sacaba buenas notas, era la hija del profe, y todo bien. Ahora mismo, la gente no mete a sus hijos a los coles porque hay muchos inmigrantes, cuando seguramente esos chavales ya han nacido aquí, hablan perfectamente el idioma, son sus padres los que migraron. Pero esas escuelas se guetifican. Así que no creo que haya menos racismo, creo que se manifiesta de una manera distinta. Los estereotipos siguen haciendo muchísimo daño. Además ahora hay un clima feísimo, por el cual se están soltando absolutas barbaridades sin que haya un contraste contundente por parte de los medios de comunicación. Y no sólo por medios específicos, como Maldito Bulo. Es algo que se tiene que hacer por salud democrática. Sé que se hace, pero quizá no con la suficiente intensidad. Cuando mientes, algo queda.

Es muy importante que los medios actúen, porque eso en el día a día tiene consecuencias. Mi madre, que es blanca, tiene una experiencia muy distinta a la de mi padre, y muy distinta a la mía, por ser mujer negra. Esas experiencias pueden ser más o menos duras, puedes llevarlas de una manera o de otra. Pero sacarlas a la luz no es victimismo, es contar algo que lleva sucediendo mucho tiempo, y que quizás tú no lo habías escuchado porque o bien nos habían atado el bozal demasiado fuerte o bien estábamos demasiado lejos como para que nos escucharas. No son relatos nuevos, pero quizás ahora mismo hay más espacios donde se nos puede escuchar. 

Cuando nos llaman victimistas, pienso: 'Ya me gustaría verte con mi piel puesta'

Justo hace unos días salió un vídeo de una brutal agresión racista en un autobús de Madrid.

Sí. Me llama mucho la atención que la gente empieza a decir: “¡Qué barbaridad, ese será un loco!”. No. A mí me ha pasado subir al autobús, dejar pasar a una señora, y que ella me diga: “Hombre, normal que me dejes pasar, bastante que nos quitáis los puestos de trabajo”. 

En el libro lo cuento con una metáfora: nosotras llevamos mucho tiempo bailando una coreografía. Casi nos sabemos el paso que viene después y, si no no lo sabemos, tenemos la capacidad de poder interpretarlo prácticamente a la perfección. Estamos preparados para ello. Vas viviendo cosas según vas cumpliendo años. Recuerdo que una vez no me dejaron pasar a una discoteca y mi amiga se puso a llorar como una magdalena: “¿¡Pero cómo no te van a dejar pasar?!”. Yo la mirada supersorprendida, en plan: “¿Pero qué te pasa?”. Sin ser consciente, yo sabía que eso podía pasar. No sabía cuándo ni dónde, pero entendía que era algo que cabía. Lo contrario es la sorpresa de las personas blancas: como no han estado con personas racializadas en su día a día, os seguís sorprendiendo de cosas que para nosotras, sin ser cotidianas, no son inusuales, no son sorprendentes. Al menos, en ciertos contextos.

Es decir, que de algún modo vais con la coraza puesta…

Claro. Cuando nos llaman victimistas, pienso: “Ya me gustaría verte con mi piel puesta, a ver cómo reaccionarías tú a ciertas cosas”. De entrada, con sorpresa, que es algo que yo no. Eso es una coracita. 

  La periodista acaba de publicar 'Hija del camino' (Grijalbo).CARLOS PINA

Me da la impresión de que el libro es una recopilación de anécdotas que has vivido tú o tu entorno con respecto a la raza o la identidad. No sé cuánto hay de autobiografía.

Hay cosas que sí son mías, pero he creado otros personajes para hablar de cosas que suceden aunque a mí no me hayan pasado, como el endorracismo. Ahora se habla de black love, chicos que te dicen: “No estoy con negras porque son interesadas”, o chicas: “No estoy con negros porque son violentos o mujeriegos”. Eso es endorracismo: cómo hemos aceptado los estereotipos que han construido sobre nosotras y cómo estamos a gusto en las cárceles que diseñaron para que nos quedáramos dentro.

El tema del racismo es como un secreto, algo que practicas sólo en un entorno, porque sabes que puede generar incomodidad. Rubén H. Bermúdez, el fotógrafo, siempre dice que hablar de racismo resulta violento, porque la gente se toma por no racista. Entonces lo primero que dicen es: “¡No, yo no!”, en lugar de decir: “Cuéntame”. El racismo viene de que nos construimos en una sociedad que lo es, con lo cual tiene consecuencias para ti.

Cuando salía a la calle no me llamaban “niña de mierda”, a mí me llamaban “negra de mierda”

Entre mujeres a veces pasa. Es decir, si no eres mujer, seguramente no hayas vivido muchas cosas…

Claro, y luego está el racismo de género. Pero por ejemplo, la hipersexualización, que entre las personas blancas atañe más a las mujeres, entre las personas negras también les pasa muchísimo a los hombres. No olvidemos el negro del WhatsApp. Recuerdo el reality Adán y Eva; entró un chico negro y la frase de una concursante fue: “Una chica no está completa hasta que un negro no se la meta”. Y luego, una de las prácticas de racismo institucional más heavies, que es la identificación por perfil racial, afecta más a los hombres que a las mujeres, y eso hay que reconocerlo.

Yo soy muy consciente del machismo, y creo que además va íntimamente entrelazado. Pero creo que el hecho racial es lo primero, es el golpe inicial. Y luego ya vas dándote cuenta de todo lo demás. Porque yo cuando salía a la calle no me llamaban “niña de mierda”, a mí me llamaban “negra de mierda”. La piel la llevas siempre puesta. Tú construyes a partir de ahí y llega un momento en el que aparece el feminismo, abrazas el feminismo y vuelves de nuevo a ese proceso de toma de conciencia. Cuando ya entiendes más o menos lo que es ser negra en esta sociedad, te preguntas: ¿y ahora qué pasa? Soy mujer negra. ¿Qué connotaciones tiene? ¿Qué ha provocado en mi vida?

Muchas cosas. Vas a hacer un reportaje y que te diga alguien: “Es que no entiendo por qué traes tacones”. Estaba cambiándome de ropa y pensaron que yo era la que iba a limpiar. Lo mismo si vas a presentar un evento. O cuando estoy esperando en la calle; me han pasado dos cosas: o que te pregunten que cuánto cobras, dependiendo de la zona en la que estés, o que te pregunten “¿tú eres la que viene a cuidar, no?”. Eso a mujeres blancas no les pasa, pero a hombres negros tampoco.

Asumir que la gente negra tiene que ser de izquierdas por narices es superesencialista

En el libro hay muchas referencias a la conciencia de clase y de raza. ¿Qué se te pasa por la cabeza cuando un inmigrante defiende a la ultraderecha?

Asumir que la gente negra tiene que ser de izquierdas por narices es superesencialista. Hay mucha gente negra y muchos guineanos que son de derechas, pero no sólo aquí en España. En Marsella, una ciudad con mucha población migrante, especialmente de origen argelino, mucha gente votó al Frente Nacional de Le Pen. Tampoco debería sorprendernos. No soy socióloga, pero pienso que a veces el motivo es que tú ya has conseguido una serie de cosas y temes que el hecho de que entren más personas te puede sustraer derechos ya conseguidos.

A veces, simplemente es una cuestión de ideología. Hay personas que prefieren un tipo de gobierno que consideran fuerte, masculino, machirulo. Yo no estoy ahí, obviamente. Pero opino que hay mucha instrumentalización de gente de partidos radicales que está aprovechándose de esas figuras que utiliza como tótem para excusar actitudes completamente racistas y xenófobas, y lo son por mucho que tengan un negro, dos, o cien. Hay mucha instrumentalización, incluso de los propios votantes que dicen: ”¿Cómo vamos a ser racistas si…?”. A lo largo de toda mi vida he escuchado: “Tú no eres como el resto de negros”. Como si existiera un “los demás”. ¿Qué más da que me consideres excepción si sigues pensando que el resto es basura?

  Lucía MbomíoCARLOS PINA

Hace un tiempo lanzaste un mensaje a Cola Cao para que retirara un anuncio con tintes racistas. ¿En qué quedó eso? 

Me han ignorado. Últimamente he estado un poco más pesada con Conguitos, pero sí. Hace dos o tres años fue lo de Cola Cao, a raíz del anuncio de Cola-Cao shake, que era racista. De manera menos obvia que la canción del ‘negrito del África tropical’ en plena colonización con personas trabajando en las prestaciones (el sistema por el que la gente esclavizada tenía que trabajar en las plantaciones de cacao en un apartheid absoluto), pero racista.

Conguitos y Cola Cao tienen anuncios profundamente racistas de esa época que beben de la colonización y que se consideraba algo normal. Lo que pasa es que va avanzando el tiempo y ahora hay cosas inadmisibles: es inadmisible una representación de un muñeco antropomorfo de unos labios sobredimensionados de color rojo Chanel al que han quitado la lanza, sí, pero que se sigue llamando Congo pequeño. Nos pueden decir una y mil veces que no apelan a las personas negras, pero como conocemos los anuncios de antes, vemos que representaban a lo que llamaban tribu: personas que salen de chozas en un espacio que se supone que es africano, hablando algo que se supone que es africano, esa lengua que no existe. No pueden mentir. No es una cuestión de que a mí me duela; es que detrás hay una historia. En otras partes del mundo, como en Estados Unidos o en Inglaterra, sería impensable que existiera un Conguito.

Rocío Monasterio es hispanocubana, Hermann Tertsch es de origen austríaco, Ortega Smith es de origen argentino, pero nadie cuestiona su españolidad

Hablar de migrantes es hablar del color”, defiendes en un artículo en Verne. ¿Cómo explicas esto?

Rocío Monasterio es hispanocubana, Hermann Tertsch es de origen austríaco, Ortega Smith es de origen argentino, pero nadie cuestiona su españolidad. Seguramente ellos no tienen la pregunta al cubo. Seguro que a ellos no les preguntan cómo se llaman antes que de dónde son, como a nosotras. 

Lo peor es que apelan al tiempo como ingrediente mágico para hacerte creer que todo va a cambiar. Pero ¿cómo es posible que las hijas de mis amigas escuchen los mismos insultos que yo? Quizá cambian las canciones, pero siguen el: “Tú manchas”, “Tienes el color de la caca”. Según vas creciendo te vas encontrando otras cosas. Pero no pueden tenernos como fenómenos recientes constantemente. Los medios de comunicación tienen mucha culpa, porque siguen retratando la inmigración como gente que llega, llega, llega, pero nunca como gente que está o que es. Si eres, ya se te quita el sambenito de migrante.

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Cuando eres negra y hablas español, o tiran fuegos artificiales o te hacen la pregunta al cubo o te cuestionan. Me pasó hasta con un tío de la universidad que intentó ligar conmigo, no sé si en Liverpool o en Leeds.

El tío empezó:

— ”¿De dónde eres?”

— “De Madrid”

— ”¿Madrid, Madrid?”

— “Sí, esa misma”

Y ya me dice:

— “Ah, yo es que soy profesor de universidad, bla, bla, bla. ¿Y tú, qué? Te dedicas a la Hostelería?”

— “No, soy periodista”

— “Ah, de algún medio de por ahí”, me dice.

— “No, de la tele pública, tu tele, la que pagas”

Y ahí hizo un moonwalker. Quizás porque sintió que ya no podía entrarme de la misma manera. Eso es tremendo: es superxenófobo y es superclasista. Se cuela en el día a día a todos los niveles. 

Me gusta explicar que las anécdotas son para que la gente pueda ponerle piel a cosas sistémicas, pero son anécdotas. Lo heavy es el sistema que provoca que esas historias en el día a día, que provoca que haya Centros de Internamiento de Extranjeros (CIE), etcétera. Eso es lo verdaderamente fuerte. Lo otro son flequitos con los que bregamos como podemos. Pero lo fuerte no es que te llamen negro como un insulto, sino que sientan que es un insulto ser negro.

Ser de izquierdas no te libra de ser racista

¿Hay algún partido que defienda estas cosas?

Como periodista preferiría no mojarme mucho. Creo que ser de izquierdas no te libra de ser racista, ni homófobo, ni clasista, ni machista. A veces, siendo de izquierdas se es más comodón, porque piensas que tienes los deberes hechos por asumir que todos los seres humanos somos iguales. Pero eso es mentira. Cuando salimos a la calle, no somos iguales: no es igual tener papeles que no tenerlos, no es igual que seas hombre o que seas mujer, que seas negro o blanco. No lo es. Con lo cual, esa falsa igualdad no transforma nada.

Para mí fue muy fuerte, por ejemplo, que en el debate del otro día [de los candidatos a la presidencia] se soltaran barbaridades y que no se contrastaran. Me sentí muy sola. Luego vi cosas que escribieron compañeros afro y racializados y todos nos sentíamos igual. Hablábamos de soledad. Decíamos: ”¿Aquí da igual? ¿Se puede decir cualquier cosa? ¿Se pueden soltar esas barbaridades porque tú miente, que algo queda?”. Sí creo que hay partidos más conscientes y que por supuesto están en contra de ciertas medidas abiertamente xenófobas y racistas, pero no significa que la agenda antirracista esté en la matriz de los partidos. Somos pocos votos y, por desgracia, mucha gente ni siquiera puede votar.

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Marina Velasco Serrano es traductora de formación y periodista de vocación. En 2014 empezó a trabajar en 'El HuffPost' como traductora de inglés y francés en Madrid, y actualmente combina esta faceta con la elaboración de artículos, entrevistas y reportajes de sociedad, salud, feminismo y cuestiones internacionales. En 2015 obtuvo una beca de traducción en el Parlamento Europeo y en 2019 recibió el II Premio de Periodismo Ciudades Iberoamericanas de Paz por su reportaje 'Cómo un Estado quiso acabar con una población esterilizando a sus mujeres', sobre las esterilizaciones forzadas en Perú. Puedes contactar con ella escribiendo a marina.velasco@huffpost.es