¿Es bueno o malo ser una persona intensa?

¿Es bueno o malo ser una persona intensa?

Somos intensos de fábrica. Después, nos comportamos para ser aceptados socialmente.

Una mujer ríe en la calle. Hero Images via Getty Images

La duda ofende. Por supuesto que es bueno (y malo) ser una persona intensa.

Reprimir las emociones es perjudicial. Y exaltarlas a cualquier precio también, pero voy a ir por partes para no confundirte más de lo que necesitas.

A mí me han dicho muchas veces que soy intensa.

Y de verdad, que mi primera reacción ha sido la de dar las gracias. Después, al ver la cara de quien me lo decía he tenido que frenarme.

Lo que no me gusta es que me digan intensita. Yo quiero ser intensa con todas las letras, nada de diminutivos.

Estamos llegando a creer que cuanto menos se escuche una carcajada, cuanto menos te vean llorar y cuanto menos hables de tus miedos, mejor persona eres.

Nos descafeinamos por si alguien nos está grabando con el móvil. No queremos que nada nos despeine o nos corra el rimel por si alguien envía un tuit riéndose de nosotros.

Y así, se pierde intensidad y se pierde el sentido de la vida.

No hay ningún manual en el que recomienden vivir como si no se estuviera viviendo. De eso nada. Aquí se viene a jugar con todo porque si no lo haces, pagarás las consecuencias.

Ninguno de los sentimientos y emociones que podemos identificar en el cuerpo son en sí mismos negativos y destructivos.

Todos tienen un porqué y un para qué.

Sentir la intensidad de la nostalgia, de la soledad o del fracaso, por ejemplo, trae un aprendizaje. Es necesario conectar con lo que un sentimiento viene a decirte, porque bien escuchado, te proyecta a un futuro más sabio.

Si lo que quieres es ser una persona sanamente intensa te recomiendo encarecidamente un trabajo interno de desarrollo personal. No defiendo los ataques de rabia, de pánico o de llanto por el mero hecho de ser una persona intensa.

Lo que no me gusta es que me digan intensita. Yo quiero ser intensa con todas las letras, nada de diminutivos.

Justificarse en la intensidad del odio para dañar a alguien o a algo, no trae aprendizaje interno.

El aprendizaje se obtiene de la aceptación y del propósito de mejorar.

Vivir la vida sintiéndola plenamente te otorga la capacidad de expresarte sin prejuicios ni exigencias.

Y es que en la represión está el germen del mal. Toda la energía que brota en tu interior cuando tus sentidos reciben una información del exterior, necesita ser bien administrada.

Y ya que nos diferenciamos de los animales por la capacidad de hablar, podemos hacer uso de ella para no morir del estrés de la represión y la inhibición.

¿Habrá algo peor que sentir, y actuar como si no se sintiera?

¿Cuánta energía se derrocha haciéndose el fuerte cuando lo que se siente es miedo, impotencia y debilidad?

Escúchate en la intensidad de tus sentimientos y crea algo positivo con ellos.

No los uses para el chantaje emocional, para llamar la atención o para dominar a otros.

Si vives la alegría intensamente, úsala para contagiar a otros de tu felicidad.

Si lo que sientes intensamente es el abandono o la pena, permíteles que te hablen para comprender qué hacer con ellas.

Si es la ira la que arde con fuerza en tu interior, exprésala, pero sin destruir. Ya sabes que decir una buena palabrota alivia.

Si vivir intensamente es sentir la vida, bienvenida la intensidad.

Porque la vida está hecha de dolor y felicidad. De amor y miedo. Y querer escaparse de cualquiera de estos estados, te lleva a una vida de postizos.

Somos intensos de fábrica. Después, nos comportamos para ser aceptados socialmente.

No es necesario recrearse en la herida y abrirla a diario para sufrir intensamente. Lo que necesitamos es más sinceridad, más humildad y transparencia.

Necesitamos hablar y ser escuchados.

Es más sencillo de lo que parece porque en el fondo todos sentimos intensamente. Hasta que alguien nos dice que no es conveniente o que no está bien tanta intensidad, somos niños que lloramos, pataleamos o corremos a los brazos del abuelo para decirle que le queremos mucho.

Así que sí, somos intensos de fábrica.

Después, nos comportamos para ser aceptados socialmente. Nos engañamos subiendo fotos de catálogo que buscan likes, sin darnos cuenta que lo que nos hace auténticos no es encajar como uno más en la sociedad. Nos hace auténticos nuestra diferente forma de sentir.

Los sentimientos que no se expresan hacia afuera, dejan una marca interna. La cara, y el cuerpo, son el reflejo del alma.

No solo se les nota a los que tienen poca actividad sexual. Si afinas tu vista y tu oído, te darás cuenta de lo que se le nota a la gente que finge ser incansable cuando no pueden más, a quienes sonríen mientras tienen ganas de llorar y a quienes tapan el rechazo con postureo.

Quizás nuestro ejemplo, el de las personas intensas sin complejos, les ayude a vivir de forma coherente. Pensando, sintiendo y haciendo sin complejos.

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