¿Es la abstención electoral un fenómeno de indefensión aprendida?

¿Es la abstención electoral un fenómeno de indefensión aprendida?

El 10-N casi un tercio de la población ha decidido no decidir.

Un hombre con expresión de aburrimiento y apatía. Westend61 via Getty Images

El 10-N los españoles estábamos llamados a las urnas, una vez más. Las pasadas elecciones son ya parte de nuestra memoria histórica. Más qué serlo por el triunfo o fracaso de algún partido en particular, lo serán por haber sido las elecciones con el ratio de votantes más bajo que podemos recordar, habiendo sido la tasa de participación del 69,87% y 10.506.203 las personas las que se abstuvieron. Casi un tercio de la población ha decidido no decidir.

Cabría pensar que la población española muestra un evidente desinterés por la situación política. Sin embargo, una encuesta reciente del CIS coloca la preocupación por la situación política como la segunda cuestión que más nos preocupa a los españoles, subiendo siete puntos desde julio (38,1%) hasta el 45,3% actual.

¿Qué ocurre entonces?

Una posible explicación a la abstención electoral la podemos encontrar en la psicología y en el fenómeno llamado ‘indefensión aprendida’.

En 1967 el psicólogo Martin Seligman comienza una investigación en torno a un constructo que llama indefensión aprendida, con el objetivo de crear un modelo explicativo de la depresión.

En un primer experimento, Seligman y Maier trabajaron con perros. Crearon tres grupos, cada uno compuesto por un grupo de perros con un arnés puesto. El grupo uno era de control; en los grupos dos y tres su arnés se encontraba fijado a una yunta, de manera que no podían escapar.

Tanto el grupo 2 como el grupo 3 recibían descargas eléctricas. Con una salvedad: si el grupo dos presionaba una palanca, la descarga cesaba, mientras que en el grupo 3 aunque los perros pulsasen la palanca, la descarga continuaría su curso.

En una segunda parte del experimento, llevaron a los perros del grupo 2 y 3 a una habitación donde de nuevo recibirían descargas eléctricas. Comprobaron que los perros pertenecientes al grupo 2 se movían de habitación, mientras que los del grupo 3 quedaban impasibles dentro de la habitación recibiendo las descargas.

El 10-N casi un tercio de la población ha decidido no decidir.

Pasando por encima la crueldad del experimento, las conclusiones son evidentes: cuando nos exponemos reiteradamente a una situación que nos genera impotencia, por mucha aversión, dolor o cualquier otra sensación desagradable que nos provoque, acabaremos instaurándonos en el no hay nada que hacer.

Los experimentos sobre indefensión aprendida han sido replicados posteriormente con animales y seres humanos, de una manera mucho más empática.

En un estudio con personas (Carlson, 2010) tenían que resolver una tarea cognitiva mientras sonaba de fondo un ruido desagradable y distractor. Uno de los grupos podía pararlo y el otro no. El grupo que no tenía acceso a la detención del estímulo aversivo, obtuvo resultados peores en la tarea.

La explicación de esto sigue en la línea del funcionamiento depresivo, cuando sentimos que no tenemos control sobre algo, nos rendimos, aunque sea de forma gradual.

¿Estamos políticamente deprimidos?

Quizás una alternativa a la falta de voluntad y movilización para pedir el cambio, sea la desesperanza.

Como decía anteriormente, la indefensión aprendida surge como paradigma de la depresión. Los seres vivos cuando nos enfrentamos reiteradamente a una situación donde sentimos que no sirve de nada actuar, nos rendimos.

En cierta forma, esta es una respuesta adaptativa. Igual que la tristeza y la depresión tienen su razón de ser. Nuestro organismo comprende que no debemos gastar más energía en balde, sino ahorrar la que nos queda para “aguantar” el tirón.

La indefensión nos coloca en posición de defensa pasiva. No estamos muertos, estamos sobreviviendo en modo ahorro.

Este fenómeno se mueve en la esfera de lo emocional, cognitivo y conductual. Seguramente lo cognitivo cobre un papel especialmente relevante ya que son nuestras ideas, creencias o esquemas fundamentales los que hacen que anticipemos que va a pasar.

Cuando nos exponemos reiteradamente a una situación que nos genera impotencia, acabaremos instaurándonos en el no hay nada que hacer.

Como en el caso de los perros de Seligman, los cuales anticipaban que no podrían librarse de las descargas hiciesen lo que hiciesen, lo cual no era cierto.

Esto en psicología se llama distorsión cognitiva. Las distorsiones cognitivas son hilos de pensamiento o esquemas que construimos sobre la vida o sobre nosotros mismos en base a juicios irracionales y no entorno a la evidencia o el pensamiento racional y/o científico.

Lo que convierte la situación descrita anteriormente en una distorsión cognitiva es sacar una conclusión sobre el presente en basa a situaciones pasadas: Como no pude, no podré.

Es posible entonces que la incapacidad de los partidos políticos principales para negociar y formar gobierno, haya deparado en los votantes la creencia de que votar no sirve, y muchas personas hayan optado por no acudir el domingo a las aulas.

Con la inevitable conclusión a posteriori de qué si hubiésemos ido a votar, quizás ahora la situación sería diferente.

Alejandro Vera es psicólogo y nutricionista. Para más información, haz clic aquí