Ese incómodo asunto de ser feminista

Ese incómodo asunto de ser feminista

Con frecuencia me llaman “feminazi”, aunque muy pocas veces me explican por qué.

A woman hand and feminist sign tattoos on her hand isolate on pink backgroundTAO EDGE via Getty Images

Hace unos días intenté recordar cuándo había sido la primera vez en que había pensado en mí como feminista, un pensamiento extraño que desconcertó porque no pude encontrar una respuesta clara. Recordé pequeñas escenas  - la vez en que un chico en la universidad me había recomendado “bajar el tono” o aquella otra que uno de mis primos me había dicho que una chica “no debe conducir” -  pero nada parecía encajar en esa noción extraña de la apoteosis que sugería el pensamiento. ¿Cuándo decides abrazar una causa? ¿Cuándo crees que es necesario hacerlo? 

—Creo que siempre fuiste un poco reaccionaria. Un poco de jamás aceptar nada. Oponerte por mero instinto a cualquier cosa que pudiera parecerte injusta — respondió mi madre cuando se lo pregunté —.  Supongo que esa es la raíz de cualquiera que se piensa a sí mismo como parte de un movimiento reivindicativo.

 — Nací feminista, entonces  — bromeé. 

 — Naciste inconforme, como les ocurre a todos. Sólo que creo que, en algún punto, decidiste que eso era bueno y que no había necesidad de justificarte por serlo.

Tenía razón. O al menos, me sorprendió pensarme en mí de esa manera. Nunca me he considerado especialmente rebelde, contestataria o idealista. De hecho, con los años he descubierto que quizás mi mayor virtud intelectual es la curiosidad, la necesidad de hacerme preguntas, de cuestionarme una y otra vez lo que cualquiera podía considerar absoluto. En algunas ocasiones, eso me ha resultado útil. En otras, no tanto. Probablemente en lo tocante al feminismo fue el detonante para algo más. 

Con frecuencia me llaman “feminazi”, aunque muy pocas veces me explican el porqué

¿Decidí en algún punto que sería feminista? En realidad, la verdadera pregunta que podría hacerme es si tuve otra opción. Si una vez que asimilé la desigualdad  — que alguien me exigiera “ocupar mi lugar” o me prohibiera hacer algo por mi género —  podía dar marcha atrás, ignorar algo semejante. Es un pensamiento extraño, cuando lo tienes. Y luego no puedes olvidarlo. Porque de alguna manera cambia todo lo demás, lo recompone y lo hace encajar dentro de esa idea. ¿Por qué debo tener el cabello largo o corto? ¿Por qué me debe gustar maquillarme o no? ¿Por qué debo pensar en que seré madre? ¿Por qué debo casarme? ¿Por qué debo obedecer toda esa múltiple y cada vez compleja variedad de pensamientos e ideas que parece conformar la identidad de una mujer? Es curioso pensarlo de esa forma y, sobre todo, doloroso. Porque de pronto encuentras que no estás sola en el asunto. Comienzas a preguntarte cuántas mujeres a tu alrededor  — las que conoces, las que te tropiezas por la calle, las que miras en las revistas —  se esfuerzan como se espera que tu lo hagas por encajar en ese esquema de valores.

Tenía poco más de dieciséis años cuando comencé a llamarme feminista abiertamente. A interesarme de manera directa por toda una serie de temas sobre mis derechos y posibilidades. Las implicaciones de esas inquietudes fueron las que, de alguna forma, me transformaron en una mujer distinta. A pesar de lo joven que era, de pronto, todo en mi mente encajó, tuvo sentido. Dejé de menospreciar esa sensación insistente de malestar, preocupación y dolor que nunca había entendido bien y lo construí a la medida de cierta noción sobre mí misma, sobre mi forma de ver el mundo y, sobre todo, de comprender mi propio motivo para interpretarlo de tal o cual manera. Y qué vivificante resultó no sólo asumir que ese conjunto de preocupaciones apuntaban hacía algún lugar, sino que tenían un significado. ¿Era necesario nombrarlos bajo un calificativo? Descubrí que sí. O que quizás era inevitable.

¿Nace el feminismo de alguna parte o se basa en una sucesión de ideas intelectuales específicas? ¿Eres feminista aún sin saberlo?

Con frecuencia me llaman “feminazi”, aunque muy pocas veces me explican el porqué. Al parecer resulta molesto mi interés por los derechos humanos, civiles y sociales de las mujeres alrededor del mundo y mi preocupación por la igualdad de derechos sin distinción de género. También suele molestar e incomodar cuando me identifico sin medias tintas como feminista, aunque tampoco exista una razón clara para eso. No obstante, supongo que se debe a la fantasía fanática que define al feminismo como una propensión a odiar a los hombres, creer que todo lo masculino es retrógrado y peligroso y, por supuesto, sostener que las mujeres deben atacar cualquier palabra, obra o acción del hombre.

De manera que la pregunta sigue en pie. ¿Nace el feminismo de alguna parte o se basa en una sucesión de ideas intelectuales específicas? ¿Eres feminista aún sin saberlo? Hay respuestas sencillas para eso: En realidad, el feminismo es un movimiento político que aboga por la inclusión, los derechos de las mujeres sometidos a una sensible distorsión, la educación de niñas y niños en condiciones de igualdad alrededor del mundo, derechos reproductivos, concientización sobre las implicaciones de la violencia doméstica (contra cualquiera)... ¿Necesita eso un nombre?

¿Cuándo comencé a ser feminista? Sigo sin saberlo. La pregunta correcta quizás sea: ¿Cuándo no lo he sido? Un cuestionamiento lleno de implicaciones, de preguntas y respuestas. Uno que quizás me defina mejor que cualquier otra cosa.