¿Cuándo podemos decir que hay recesión?

¿Cuándo podemos decir que hay recesión?

Usamos con mucha familiaridad el término, pero no vayamos tan rápido: no hay fórmulas exactas para emplearlo ni estamos todavía en ello... aunque veremos en 2023.

Recesión. La palabra que pone los pelos de punta pero que no sabemos cuándo usar. ¿Estamos ya pasando por una de ellas? ¿Es preciso emplear la temida etiqueta? ¿Qué supone eso para la economía mundial?

La recesión es “un descenso significativo de la actividad económica que se extiende por toda la economía y dura más de unos meses”, según la define la Oficina Nacional de Investigación Económica (NBER, en inglés), el grupo privado de investigación no partidista, ubicado en Estados Unidos, que designa estas etapas de contracción económica a partir de diferentes indicadores.

Este descenso puede ser visible en la producción industrial, el empleo, los ingresos, el comercio mayorista y minorista y los sueldos, pero el Comité espera a que concluya un ciclo para determinar si existe o no una recesión. La prudencia se debe a que una recesión, así declarada, debe afectar ampliamente en la economía, y el Comité no tiene una única medida que afecte a su decisión. Sin embargo, “el ingreso personal real menos las transferencias y el empleo en nómina no agrícola” han sido los dos factores más importantes tomados en consideración en los últimos años.

Tradicionalmente, una recesión se ha definido como dos trimestres consecutivos de contracción del PIB, pero a medida que las economías se globalizan y se interrelacionan, la definición clásica ha resultado ser demasiado limitada. El citado Comité, de hecho, no utiliza el indicador de los dos trimestres consecutivos de descenso del PIB como principal indicador de una recesión, que es lo que están empleando muchos partidos de la oposición, tanto en Europa como en Estados Unidos, para atacar a los Gobiernos actuales. No es suficiente. Hay que reparar en el aumento de los despidos, la ralentización de la contratación o el descenso de la expansión de la industria. Todos estos factores son signos de un declive económico. El propio EEUU ya ha registrado este 2022 dos trimestres de caída del PIB, pero no por ello ha calificado oficialmente ese periodo como de recesión.

Cuando la hay de veras, las empresas tienden a despedir más y aumenta el desempleo. No son, por ahora, situaciones que se estén viviendo en países occidentales como España. Es probable que los precios de la vivienda y los alquileres caigan como consecuencia, ya que la gente debe frenar el gasto por necesidad. Esto también hace bajar la inflación porque hay menos demanda, pero tampoco es causa-efecto, tiene sus peros.

Por ejemplo, la presidenta del Banco Central Europeo (BCE), Christine Lagarde, consideró el pasado 18 de noviembre “improbable” que una recesión vaya a reducir mucho la inflación. A su entender, “la inflación seguirá elevada durante un periodo de tiempo prolongado” y que el riesgo de recesión ha aumentado pese a que las últimas cifras del crecimiento del producto interior bruto han sido mejores de lo esperado, según la presidenta.

Los precios persistentemente altos de la energía han alimentado una inflación récord, poniendo a muchos hogares y empresas bajo una tensión financiera insostenible. Las familias se enfrentan a la perspectiva de la pobreza energética cuando llegue el invierno, mientras que las empresas luchan por llegar a fin de mes y evitar la insolvencia. El Banco Central Europeo cree que la inflación en la Eurozona todavía no ha tocado techo ,pese a superar el 10 % en octubre, y prevé seguir subiendo los tipos de interés para contener el aumento de los precios, según Lagarde.

En una comparecencia ante la comisión de Asuntos Económicos del Parlamento Europeo, la jefa del emisor incidió en que los tipos de interés seguirán siendo “la principal herramienta” para llevar la inflación al objetivo del 2 % a medio plazo en un contexto de ralentización del crecimiento de la economía europea.

El consenso entre los economistas, basado en las condiciones económicas actuales, es que podríamos entrar en recesión en 2023, casi con seguridad. La suma de una inflación elevada y unas tasas de interés más altas podría desencadenar una recesión si desembocan en una subida del desempleo y una desaceleración sustancial medida del producto interior bruto y de las inversiones empresariales.

La pandemia de coronavirus sumió al mundo en la última recesión, especialmente en los meses de confinamiento severo. De media, se entiende que estos periodos duran unos 17 meses. La recesión más larga conocida se produjo de agosto de 1929 a marzo de 1933, la Gran Depresión. La más corta, de apenas un trimestre, fue la del covid-19.