Lo que España no consigue: así son los Gobiernos de coalición en Europa

Lo que España no consigue: así son los Gobiernos de coalición en Europa

Cuando se trata de hacer políticas de Estado, cuando el país está bloqueado, cuando hay un enemigo común, en el Viejo Continente lo tienen claro: negociar y pactar.

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Seamos originales, citemos a Winston Churchill: “No es momento para la comodidad y el confort. Es el momento de la osadía y la resistencia”. O arrimando el ascua a nuestra sardina: cuando las sumas no dan, cuando el Gobierno de un país se queda bloqueado, cuando hay un enemigo común contra el que unirse, en Europa lo tienen claro: toca abandonar las trincheras y adentrarse en la aventura de tomar al otro de la mano, negociar y pactar.

En España, la propia vicepresidenta, la socialista Carmen Calvo, descartaba ya este viernes que pueda haber un Gobierno de coalición con Unidas Podemos. Lo que aquí está costando tanto, tanto, tanto, en el Viejo Continente es ya norma, no excepción, especialmente en los últimos años. Los motivos son varios: el fin del bipartidismo obliga a buscar socios para que los grandes puedan sostenerse en el poder, han irrumpido con fuerza partidos liberales y populistas capaces de ser llave de Gobierno y hasta de mandar, y han crecido la ultraderecha y los euroescépticos, que a veces han servido de muleta para los conservadores y, a veces, como acicate para que los demás hagan frente común contra ellos. Fuera han sabido ser más pragmáticos y menos ultramontanos que en nuestro país, donde no levantamos cabeza desde las elecciones de 2016, donde nunca en la historia se ha logrado un acuerdo de Gobierno en la Administración central.

Ahí fuera hay pactos de todo tipo: de dos partidos y hasta de cinco, de afines ideológicos y de extraños compañeros de cama, en mayoría o minoría, Gobiernos en los que el primer ministro no procede de la lista más votada y acuerdos que van del todo -la gran coalición- a la parte -un apoyo puntual para sacar adelante los presupuestos o un conjunto de leyes-. En lo que coinciden es en que son, pese a la diversidad, notablemente estables.

“No hay que tener miedo a trabajar con otro. Eso enriquece. Siempre, claro, que se busque lo mejor para los ciudadanos. Si esa premisa está clara, todo es posible”, resume Emmanuel Arras, del tanque de pensamiento Friends of Europe, en Bruselas. Otra cosa, apunta irónico, es que obviamente cada cual quiera su parte del pastel y “puedan darse” escenas propias de la serie Borgen, pero “la política de estado suele estar por encima y hay escasas crisis de Gobierno”.

Actualmente, en la Unión Europea sólo hay siete Gobiernos monocolor: Chipre, Dinamarca, Grecia, Irlanda, Malta, Portugal y Reino Unido. Tres de ellos, Dinamarca, Irlanda y Portugal, se sostienen en acuerdos externos de gobernabilidad, que se activan de forma puntual, como justo el jueves recordó en el Congreso el presidente español en funciones, Pedro Sánchez, en su fallida investidura.

Hay otros 19 Gobiernos comunitarios de coalición, de todo signo político, de la derecha a la izquierda, pasando por el centro inclinado a uno de los dos lados. Siguiendo la tendencia conservadora de los últimos tiempos en el continente, el 57% de los acuerdos hoy en vigor son de centro-derecha o derecha. También hay sumas de estado como la alemana, parida entre conservadores y progresistas por el bien común”. Para completar los 28 estados socios nos falta uno, Austria, donde ha habido hasta este año un Gobierno en coalición pero donde hoy gestiona el país un equipo tecnócrata, tras el desmoronamiento del gabinete por una crisis de corrupción.

“No hay que tener miedo a trabajar con otro. Eso enriquece. Siempre, claro, que se busque lo mejor para los ciudadanos. Si esa premisa está clara, todo es posible

En España, Sánchez era reacio, según dijo en el proceso negociador inicial con Unidas Podemos, a esta alianza a dos porque en Europa, decía, no había muchos precedentes de pactos que no llegaran a la mayoría absoluta (los 123 escaños socialistas y los 42 morados hacen 165 y no 176, que sería el 50% más uno en nuestra Cámara Baja). Sin embargo, hoy hay siete países que avanzan teniendo un Ejecutivo en minoría: son Bélgica, Chipre, Irlanda, Lituania, Reino Unido, República Checa y Suecia.

Sí, se puede, aunque es cierto que la “inestabilidad” crece cuando no hay una suma fija que supere el límite requerido. “Las tensiones son mayores porque hay proyectos que tienen que salir con apoyos de otros partidos, que no siempre van a una. Por distintas sensibilidades económicas, sociales o de tinte nacionalista, puede haber escollos, y entonces la suma a dos como base, por bien avenida que sea, no sirve tampoco. La incertidumbre se multiplica y eso desgasta al gabinete, crea roces, pero pueden ser superables con un proyecto sólido. Como todo en política, depende de la voluntad”, abunda Arras, más bien optimista ante el futuro de estas alianzas precarias, vista su evolución en la historia reciente.

En este excelente cuadro-resumen elaborado por el Barcelona Centre for International Affairs (CIDOB) se puede repasar en un golpe de vista cómo están las cosas en la UE, frente a la anomalía española, donde los pactos siguen sin llegar.

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El paso al costado dado por el secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, cediendo un puesto en el Gobierno para desbloquear la negociación con el PSOE -aunque no haya servido de nada-, es un hecho poco común en Europa. Los líderes de los partidos que pactan con la fuerza principal suelen formar parte de los gabinetes. Cuando eso no ocurre, es porque se le dan puestos elevados en otras instituciones, como los parlamentos. Lo normal es que estén en vicepresidencias o en ministerios de materias clave para sus intereses, pero esa es una cuestión doméstica bien variada.

Como cita El Confidencial, hay que remontarse muy atrás para encontrar casos en los que el líder que coopera y apoya no sale en la foto: es el caso de la Refundación Comunista, que apoyó a Romano Prodi en Italia (1996), o del Partido Comunista Francés, que colaboró con François Mitterrand (1988).

A la belga

El caso belga es especialmente llamativo: el primer ministro es el liberal Charles Michel -que está a punto de dejar el cargo para convertirse en presidente del Consejo de Europa- , presidente del Movimiento Reformador (MR), que no es más que la tercera lista más votada del país (20 escaños de 150). Era de una rama francófona, los demás procedían del nacionalismo flamenco y era una figura de consenso. Por eso ascendió.

Bélgica sirve además para explicar las complejidades de los pactos. Hoy la gobiernan el MR, más los Cristiano Demócratas y Flamencos y los Liberales y Demócratas Flamencos. Hasta el pasado diciembre, lograban la mayoría absoluta sumando además a la N-VA (Nueva Alianza Flamenca, conocidos en España por su apoyo a Carles Puigdemont), pero el grupo se rompió por un asunto clave: la inmigración. La materia estaba en manos de este último grupo, nacionalista y con tintes cada vez más intransigentes, que se opuso a que el Gobierno firmase el Pacto Mundial para las Migraciones de la ONU,  en su línea de mano dura. Michel y los demás no cedieron y firmaron este compromiso internacional, importante en un país con casi un 12% de población extranjera. Desde entonces, el gabinete trabaja en minoría.

Los belgas no entenderían una situación como la nuestra, porque siempre tienen alianzas en el Ejecutivo y, desde 1973, ninguno ha tenido menos de cuatro socios. La multitud de formaciones de todo signo y la necesidad de dar cobertura a las tres zonas lingüísticas lo complica todo y obliga permanentemente al diálogo, más o menos estable, según épocas. En lo que no deberíamos parecernos a ellos es el la crisis que tuvieron entre 2010 y 2011, cuando pasaron 541 días sin gabinete. Tampoco se rompió el país, eh.

Los espejos de Sánchez

Expresamente, Sánchez habló en el Congreso de que, al negociar con Podemos, se tantearon los ejemplos de Portugal y Dinamarca. El primero, por vecindad, paralelismos y buen resultado, es el que siempre sale a relucir en las tertulias. Allí gobierna en minoría el Partido Socialista luso, que cuenta con el apoyo parlamentario de la izquierda radical.

El Ejecutivo se formó tras las elecciones legislativas de octubre de 2015, en las que en realidad venció el socialdemócrata PSD (centroderecha), que veía de gobernar en la legislatura previa y que conquistó 89 escaños de los 230 que componen el Parlamento. Sin embargo, los socialistas, que obtuvieron 86, pactaron con el marxista Bloque de Izquierda, con 19 escaños, y el Partido Comunista Portugués, con 15, para obtener su voto favorable y así formar Gobierno, un acuerdo inédito en la historia de la democracia lusa -entre otras cosas, porque socialistas y comunistas no colaboran desde la vuelta de la democracia, en 1976, la izquierda dividida como en casa-. Así salió la investidura y el gabinete, pero ninguno de estos dos partidos se sienta en la mesa del Consejo de Ministros que comanda António Costa. A finales de año se llega al final del mandato, con un apoyo popular notable y logros sociales, pese a la época de austericidio fijada por Bruselas.

  Antonio Costa, Mette Frederiksen y Leo Varadkar.AFP / REUTERS

El caso danés también es de partido único en minoría apuntalada de cuando en cuando. Manda Mette Frederiksen, socialdemócrata. En las elecciones generales de junio de este año, su partido venció por mayoría simple como ya le había pasado en la anterior legislatura. Entonces, los liberales y la extrema derecha se aliaron y se quedaron con el poder. Esta vez, el SD tenía base suficiente para gobernar y dio el paso. En la Asamblea del Gobierno del Pueblo, donde tienen 50 de los 179 escaños, cuenta con apoyos puntuales de socios socialliberales (RV), los socialistas populares (SF) y los eco-socialistas de izquierda radical (Enhedslisten).

No lo citó Sánchez, pero del mismo corte es el Ejecutivo de Irlanda. Leo Varadkar gestiona con su partido, el conservador democristiano Fine Gael (49 de 158 diputados) y los del Fianna Fáil (centroderecha) se limitan por ahora a ayudar en la aprobación de los presupuestos.

Dos que suman, pero sin mayoría

Entre los casos de países donde un par de fuerzas han sumado esfuerzos pero ni aún así tienen absoluta (lo que hubiera pasado en España entre PSOE y Unidas Podemos y lo que aún no sabemos si pasará en septiembre), destaca Suecia. Socialdemócratas y ecologistas gobiernan en minoría desde 2014, con algo más de un tercio de los votos; en este caso, el objetivo era aislar por completo a la tercera fuerza en votos, los llamados Demócratas de Suecia, una formación de corte xenófobo. Stefan Löfven apostó por esta fórmula también en las elecciones de este año, pese a que la tradición en su partido, desde los años 60 del pasado siglo, era de la de gobernar en solitario aún en minoría. La amenaza exterior le obligó a cambiar de idea. A sus 116 de los 349 escaños suma ocasionalmente a los centristas y liberales. En este caso, hablamos de una historia plagada de desencuentros, de incertidumbre y de gabinetes que se sostienen casi sobre un palillo, según la época.

También es destacable el caso de la República Checa, porque empieza con un Gobierno monocolor y acaba en pacto por obligación. El primer ministro Andrej Babis inició su gestión en solitario en 2017 y a los tres meses perdió una moción de confianza parlamentaria. Meses más tarde, el presidente le pidió que formase de nuevo Gobierno, y ya esta vez buscó el apoyo de los socialdemócratas. El Partido Comunista de Bohemia y Moravia (KSCM) les da apoyo en el Parlamento para sacar adelante sus proyectos.

Alemania, por mis compañeros y por los tuyos

El Gobierno que comanda Angela Merkel es un modelo único. Rechazado en España de plano, porque implica sumar a izquierda y derecha en busca de la estabilidad, tiene sus problemas pero que por ahora, no sin cierta angustia, se superan, “por el bien de la nación”, en palabras de la canciller.

La coalición está formada por la Unión Cristiano Demócrata (CDU), la Unión Social Cristiana (CSU) y el Partido Social Demócrata de Alemania (SPD). Juntos llevan desde 2018. El crecimiento de los ultras de Alternativa para Alemania (AfD) fue clave para que formaran un frente antifascista. Cuatro Gobiernos ha montado Merkel -que se retira en 2021- y tres de ellos han sido con alianzas. No le ha ido mal, es la gobernante más duradera de la UE.

Siendo formaciones tan diversas, hubo escollos en la negociación. Los principales, la política laboral, la equiparación de trato de las sanidades pública y privada y la política de refugio. El reparto de ministerios tampoco fue coser y cantar. “No ha sido fácil, pero es lo mejor para Alemania”, resumió Merkel. Por ahora, dura.