Evocación de Interrail

Evocación de Interrail

Desigualdades, Brexit, el infumable referéndum húngaro contra los refugiados... y una amenaza de multa contra España y Portugal condicionada a aún mayores sacrificios y recortes inasumibles en el curso de los tres próximos años, lastran penosamente la imagen de una UE que se despeña a muchas leguas de distancia de la que hiciera soñar a quienes la identificaron con Interrail y Erasmus.

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En la sesión del primer Pleno de septiembre del Parlamento Europeo en Estrasburgo tuvo lugar el llamado debate sobre el Estado de la Unión. Los miembros de la Eurocámara tuvimos ocasión de contender con el presidente de la Comisión Europea, Jean Claude Juncker, en presencia del Presidente del Consejo, Donald Tusk, tras una primera ronda de los presidentes de Grupos.

En su intervención de arranque, el presidente del Grupo Popular Europeo, el alemán Manfred Weber (de la CSU bávara), tras lamentarse (como haríamos después los demás intervinientes) del mal estado de la Unión, planteó una iniciativa orientada a reanimar el maltrecho espíritu europeísta en las generaciones más jóvenes: ¡obsequiar -sí, regalar- a todos/as los jóvenes europeos una tarjeta Interrail al cumplir 18 años!

Hice memoria entonces. A fines de los años 70, entre mis 16 y mis 19 años, me embarqué en tres ocasiones en la aventura Interrail. Viajando con mi hermano Javier, visité a uña de caballo, malcomiendo bocadillos y trasnochando en cochambrosas estaciones o en albergues tabernarios, cerca de 20 países del continente europeo, desde Londres a Estambul pasando por Copenhague, Brujas, Sarajevo o Estambul. Interrail consistía -consiste aún- en un pase de tren que desde finales del franquismo (1972 en adelante) era posible adquirir por un precio irrisorio (creo recordar que la primera vez, en 1978, costaba 9.000 o 10.000 pesetas, unos 60 euros de hoy) en las oficinas del entonces existente Instituto de la Juventud TIVE, habilitando a los en su momento menores de 26 años a viajar sin límites de recorrido ni distancia ¡durante 30 días y 30 noches! desde los extremos sur del continente europeo (Cádiz o Bríndisi) hasta los extremos norte (Islas Británicas, Escandinavia) y los extremos este (Turquía, incluyendo el trayecto a la Antigua Yugoslavia, Balcanes y península helénica, todavía entonces fuera de la UE).

Del mismo modo que luego sucedería con el espacio Schengen (configurado a partir de los años 90), el perímetro Interrail no coincidía con el de la construcción jurídica de las entonces llamadas Comunidades Europeas, a la que España aún no pertenecía (solo lo haría a partir del 1 de enero de 1986). Pero lo cierto es que Interrail vertebraba una autopista de pasiones europeas para miles de jóvenes españoles que soñábamos Europa anticipatoriamente: identificábamos la integración supranacional como una aventura de libertad, de liberación, de amejoramiento personal y colectivo, un salto de enriquecimiento espiritual e intelectual abierto a emociones y afectos transfronterizos.

En la práctica, viajar en aquellos años como joven español extracomunitario con tarjeta Interrail equivalía a experimentar en carne propia la barrera física de un pasaporte disminuido como era el español todavía en aquel tiempo (-algunos años después Felipe González describió metafóricamente la adhesión europea como una "reconciliación con nuestro pasaporte"-), con los controles de fronteras y cambios de moneda prácticamente diarios, empeorados a menudo por la discriminación no infrecuente hacia los españoles de entonces en según qué latitudes... Pero era una aventura vital que merecía ser vivida. Y así permanece -compruebo- a 35 años de mi experiencia personal y 45 años después de que se pusiera en marcha.

Muchos hicimos valer en el Debate de la Unión la imperdonable postergación de la Europa Social, auténtico eslabón perdido de la construcción europea, de la que se resiente ya el balance en la Comisión Juncker investida en 2014.

Viene todo esto a cuento de la reivindicación de una Europa mejor que la que hoy padecemos, a galope entre la nostalgia de la Europa que tanto echamos de menos por cuanto se deshace ahora ante nuestros propios ojos. Y a propósito también del llamamiento de urgencia a restablecer un contacto personal entre la idea de Europa y los europeos más jóvenes.

¡La sugestión de Interrail y Erasmus -esos intercambios entre estudiantes y universidades a todo lo largo y ancho de la geografía europea que han podido disfrutar las últimas generaciones (no fue el caso de la mía)- resplandece ahora como factoría de entusiasmos y adhesiones intergeneracionales y transfronterizos, precisamente porque Europa (esto es, la Unión Europea) desfallece y retrocede en una sumatoria inédita de egoísmos nacionales y regresiones reaccionarias!

Desde que estalló la interminable (por cronificada) crisis del 2008, la Gran Glaciación europea se ha llevado por delante la credibilidad de las ambiciones proclamadas a todo lo largo del ciclo constituyente que condujo a la adopción y entrada en vigor del Tratado de Lisboa (TL). Por increíble que parezca, los 28 EE.MM (incluido el Reino Unido, actualmente en doloroso proceso de divorcio contencioso respecto del resto de la UE) ratificaron no hace mucho con su firma y con su rúbrica el TL con todos sus contenidos solemnes (primacía del Derecho de la UE, Derechos Fundamentales, vinculación a la CEDH, comunitarización del Espacio de Libertades, Seguridad y Justicia).

La abrupta claudicación de un sustantivo número de Gobiernos europeos ante esta emergente y pujante ola de populismos, nacionalismos, xenofobia y eurofobia, marca un dramático punto de inflexión. Un antes y un después en el tiempo, en que antiguos valedores de la integración supranacional que un día dijo querer ser "una Unión más estrecha" (an ever closer union) se aprestan hoy a la rendición ante quienes abjuran de Interrail y Erasmus y toda su carga vinculante, emocional y vivencial.

Muchos hicimos valer en el Debate de la Unión (septiembre 2016) la imperdonable postergación de la Europa Social, auténtico eslabón perdido de la construcción europea, de la que se resiente ya el balance en la Comisión Juncker investida en 2014. Ni seguro europeo de desempleo, ni garantía juvenil (una idea socialista), ni programas efectivos para la inserción laboral de los parados de larga duración y mayores de 45, ni relanzamiento de la cohesión ni de la solidaridad ni de los Fondos Estructurales ni del Fondo Social, ni avances significativos en la incompleta Unión Fiscal que sigue echando de menos el Financial Transaction Tax (otra idea socialista)..., ni recursos propios para financiar de una vez la inversión y el crecimiento.

Antes al contrario. Desigualdades, Brexit, el infumable referéndum húngaro contra los refugiados... y una amenaza de multa contra España y Portugal condicionada a aún mayores sacrificios y recortes inasumibles en el curso de los tres próximos años, lastran penosamente la imagen de una UE que se despeña a muchas leguas de distancia de la que hiciera soñar a quienes la identificaron con Interrail y Erasmus.

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