Extranjera II

Extranjera II

Alguien me dijo hace un tiempo que Nueva York tiene una fecha de caducidad de siete años. No sé si Nueva York, o el extranjero en general, pero parece que hay algo de cierto en eso de que en un momento dado la tierra tira.

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Foto: Getty Images.

Llevo cinco años en el extranjero, pero creo que estoy tan al tanto de bodas y bautizos, viajes, amores y desamores, y éxitos y debacles profesionales, como el cotilla más astuto de todo pueblo. Facebook e Instagram no han hecho más que ponérnoslo más fácil a nosotros, los españoles en el extranjero, que cuando llamamos a casa, nos dedicamos a preguntar por la vida de otros.

Por lo que me cuentan, Mikel se ha casado, María está embarazada de su segundo hijo, a Pedro al parecer le dejó la mujer (el primer divorcio, éste, de nuestra quinta) y Ane y Diego han lanzado una startup y se han comprado una casa en Madrid. El escuchar acerca de la vida de los otros, de los que decidieron quedarse, me genera por un lado confort--como si el saber de sus vidas hiciese un poco menos cierto el hecho de que ya no formo parte de ellas--y por otro, duda. El extranjero hace a uno añorar lo que nunca tuvo ni fue en España. El extranjero pone la vida no vivida, aquella a la que dijimos no al marcharnos de España, bajo una nueva luz y atractivo, y despierta en uno dudas sobre si el marcharse fue la decisión acertada o no.

Aquellos en el extranjero viven dos vidas paralelas: la que activamente protagonizan en su día a día, y aquella que podrían haber tenido de no haber dejado España. La primera es a menudo fuente de frustraciones, anhelos, etc., mientras que la segunda es aquella en la que uno se cobija cuando arrecia la tormenta. Esa vida no vivida que recreamos en nuestras cabezas con frecuencia (ese trabajo que no solicitamos, ese amor que dejamos escapar, ese país del que nos marchamos) hace de muleta cuando el tedio del día a día se vuelve insoportable. Funciona como un mecanismo de protección ante la realidad de la insatisfacción vital. La posibilidad del regreso, la posibilidad de algún día poder satisfacer esa vida no vivida, es lo que en ocasiones da energías para continuar en el extranjero. Pero, ¿hasta cuándo?

A medida que pasan los años, los amigos dejan de preguntar por el regreso, y comienzan a ver a una como la que se marchó para no volver.

Al principio, el extranjero se siente como una pausa en el camino, como un "me estoy tomando un respiro" de mi vida real, mi vida en España. "¿Cuando vuelves?", preguntan los amigos en cada visita. "En un par de años", responde una no queriendo poner fecha límite a la "aventura". Pero a medida que pasan los años, los amigos dejan de preguntar por el regreso, y comienzan a ver a una como la que se marchó para no volver.

Alguien me dijo hace un tiempo que Nueva York tiene una fecha de caducidad de siete años. No sé si Nueva York, o el extranjero en general, pero parece que hay algo de cierto en eso de que en un momento dado la tierra tira. Quiero pensar que el que recientemente Instagram me sugiriera seguir a Mujeres y Hombres y Viceversa no fue una señal de los dioses para que emprendiera el camino de regreso a España; sino una llamada de atención para que no olvide que algunas cosas... no cambian.