Franco Battiato, el alma dentro de las sombras

Franco Battiato, el alma dentro de las sombras

Como a tanta gente de mi generación, con aquellos tres álbumes, 'Ecos de danzas sufí', 'Nómadas' y 'Fisiognomica' me dispuse a buscar el centro de gravedad.

El cantante y compositor italiano Franco Battiato canta en el festival 'Club To Club' en Turín (Italia). Elena Aquila / Pacific Press / LightRocket via Getty Images

Vagaba por los campos de Tennesse, quién sabe cómo había llegado hasta allí, cuando una voz me preguntó: ”¿no tienes flores blancas para mí?”. Yo ya estaba lejos de los 30, empezaba a pensar en otra formas para el deseo. Me habló de los caminos que llevan a la esencia. Al descubrirlo, casi 10 años antes, Francesco Battiato, nacido cuando Riposto era Iona, pocas semanas antes de que acabara la guerra, era ya tan conocido en España como Modugno, Mina o Battisti. No lo sabía. Me había perdido su época experimental y sus incursiones en el rock progresivo, aunque recuerdo haber visto a principios de los 80 en la discoteca de la radio L’arca di Noe, que en España editó con mucho sigilo la discográfica EMI.

A pesar de mi propensión al Festival de Eurovisión, un certamen ya en horas bajas, tampoco reparé en la canción que representó a Italia en 1984, aquella que 20 años después tarareé sin descanso durante mi primer viaje a Túnez, I treni di Tozeur. Debo admitir que me interesó más su compañera de dúo, Alice.

Conservo todavía Gioielli rubati, una casete editada por Hispavox en 1985 en la que se incluía otra canción para mí iniciática, Prospettiva Nevsky. Con su voz ronca, la cantante repetía: “Y mi maestro me enseñó qué difícil es descubrir el ama dentro de las sombras”. Así me di de bruces con él, con Battiato, el tipo de la nariz grande, que hablaba en su repertorio de los sufíes, de sentimientos nuevos y de amores que se pierden en el infinito, igual que los viejos trenes en el paisaje de la tarde.

Como a tanta gente de mi generación, esa que ahora acaba de ser vacunada, con aquellos tres álbumes, Ecos de danzas sufí, Nómadas y Fisiognomica me dispuse a buscar el centro de gravedad que garantizaba el trabajo fijo, un recibo mensual de hipoteca y una semana de vacaciones cada año en un país diferente. Cuanto más lejano, mejor. Ahí, mientras vagaba por los campos de Tennesse, perdido el norte sentimental y sin noticias ya de Battiatto, escuché de nuevo la voz, su voz. “Te salvaré de toda melancolía, porque eres un ser especial y yo cuidaré de ti, yo si que cuidaré de ti…”, decía la letra de El cuidado.

Alguien me contó que el de Sicilia, convertido en un vegetariano recalcitrante y acompañado de cerca siempre por su mamá, se había puesto en manos de un filósofo, Manlio Sgalambro, del que terminé leyendo La consolación, que publicó Pre-Textos.

Ha dicho en un tuit mi admirado Octavio Salazar Benítez que El cuidado es parte de su educación sentimental. También de la mía porque el concepto de cuidado es el eslabón que une dos miradas sobre una misma emoción. De la juventud a la madurez, del deslumbramiento físico a estar atento de las necesidades del otro o la otra. Para que sea auténtico, todo te quiero debe llevar implícito un te cuido. La pandemia lo ha dejado claro.

En alguna tregua que nos concedió el confinamiento, salí más de una tarde a pasear con una de las versiones que hizo de sus canciones favoritas en la serie de cedés Fleurs, el Avec le temps de Leo Ferré que el siciliano transformó en “Col tempo sai: Con el tiempo sabes/  que con el tiempo todo se va/, no recuerdas ya el fuego,/ no recuerdas las voces de la gente reciente,/ y sus susurros./ No me demoraré en cubrirte,/ con el frío que hace”.

Llevaba mucho tiempo sin saber de él. Esta mañana, acaba de fotografiar una flor en mi jardín cuando saltó una alerta informativa. Dicen que Franco Battiato ha muerto. No sé la edad que tenía. Tampoco es importante. Mientras viajaba por los campos de Tennesse me prometió que me protegería de los miedos, de las hipocondrías, de los engaños del tiempo, que no me dejaría envejecer.

Y yo lo creí.

MOSTRAR BIOGRAFíA

Miguel Fernández (Granada, 1962) ejerce el periodismo desde hace más de treinta y cinco años. Con 'Yestergay' (2003), obtuvo el Premio Odisea de novela. Patricio Población, el protagonista de esta historia, reaparecería en Nunca le cuentes nada a nadie (2005). Es también autor de 'La vida es el precio, el libro de memorias de Amparo Muñoz', de las colecciones de relatos 'Trátame bien' (2000), 'La pereza de los días' (2005) y 'Todas las promesas de mi amor se irán contigo', y de distintos libros de gastronomía, como 'Buen provecho' (1999) o '¿A qué sabe el amor?' (2007).