Gabriela Mistral, 130 años de una poeta revitalizada y claves de por qué es un símbolo

Gabriela Mistral, 130 años de una poeta revitalizada y claves de por qué es un símbolo

La poeta chilena Gabriela Mistral.

Por Santiago Vargas

El domingo 7 de abril de 1889 nació Gabriela Mistral, en el poblado de Vicuña, en los Andes chilenos. Ciento treinta años después la fecha vuelve a ser un domingo. Y ciento treinta años después la poesía de esta maestra de escuela y premio Nobel de Literatura sigue vigente y revitalizada:

“Es la mujer cuya escritura no traduce sino teje a contrapunto una vida llena de pasión trágica; de amores que no conocen fronteras; de experiencias vitales límite; de compromiso radical con su tierra matria y con el sueño de América”.

Es el acertado retrato que la Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua hicieron de Mistral en la edición conmemorativa que reunió su obra en Gabriela Mistral en verso y prosa (Alfaguara). El libro se hizo con motivo del V Congreso Internacional de la Lengua Española, previsto en Valparaíso (Chile) pero que un terremoto suspendió.

El Nobel le fue otorgado en 1945, según el acta de la Academia sueca, “por su poesía lírica que, inspirada en emociones poderosas, ha hecho de su nombre un símbolo de las aspiraciones idealistas de todo el mundo latinoamericano”. Puedes leer en este enlace el discurso completo de la Academia en la entrega del Nobel, el 10 de diciembre de 1945.

WMagazín rinde homenaje a esta poeta esencial de la lengua española al reconstruir su vida a través de algunos pasajes biográficos y literarios que escribieron para esa edición conmemorativa escritores y expertos en la obra mistraliana. El volumen reúne los cuatro poemarios que publicó en vida: Desolación, Ternura, Tala y Lagar, e incluye varios inéditos. Puedes ver en este enlace un análisis de varios libros de Mistral.

Aunque Gabriela Mistral tiene unas señas y marcas muy claras, su poesía procede del modernismo, de Amado Nervo o Rubén Darío. Es un camino marcado por las penas, por la sensación de abandono y de orfandad física, por el partida del padre, y de sentimientos no correspondidos o secretos. Viajó por medio mundo, de Estados Unidos a Europa, en su condición de profesora ejemplar y de poeta reconocida. La naturaleza, la maternidad, la infancia y las personas más necesitadas quedaron reflejadas en su obra.

El siguiente es el arco de su vida en palabas de los expertos:

Gabriela Mistral nació el 7 de abril de 1889 en Vicuña, en el Valle de Elqui en los Andes chilenos, y murió el 10 de enero de 1957 en Nueva York. Recibió el Nobel de Literatua en 1945, después de que se hubiera suspendido por la Segunda Guerra Mundial. Fue bautizada como Lucila de María del Perpetuo Socorro Godoy Alcayaga. Hija de Juan Jerónimo Godoy Villanueva, profesor de escuela, y de Petronila Alcayaga Rojas, de ascendencia vasca, y exviuda de 44 años. Tuvo dos hermanos medios, Emelina Molina Alcayaga, por parte de su madre, que además se convirtió en su primera maestra, y Carlos Miguel Godoy Vallejos, por parte del padre.

Su padre abandonó el hogar cuando la niña apenas iba a cumplir los cuatro años. Vivió su infancia en Montegrande en medio de la naturaleza. En 1904 empezó a trabajar como profesora ayudante en La Serena y desde 1908 como maestra en La cantera. En 1910 obtuvo el título de profesora de Estado. Con 21 años comenzó a colaborar con artículos en la prensa de la región y el 1 de noviembre publicó su primer poema, Tristeza. En 1914 ganó su primer concurso literario en los llamados Juegos florales.

A continuación la vida de Gabriela Mistral a partir de aspectos esenciales de los autores que participaron en el aparato introductorio de Gabriela Mistral en verso y prosa:

“Gabriela era pues una maestra rural, y lo era por sus cuatro lados, pues también lo fue su padre y varios familiares más. Pero ello quedará eclipsado gracias a su vocación por la poesía, que le cambiará la vida enteramente. Es así que la sedentaria y tímida moradora andina pasará a ser una nómada cosmopolita, por añadidura elocuente según veremos más adelante. Porque al ganar unos Juegos Florales, alcanza nombradía en el ambiente literario chileno, la llaman entonces de México para apoyar allí la reforma educativa, y finalmente en 1945 obtiene el Premio Nobel, convirtiéndose en el primer escritor latinoamericano que recibía esta distinción universal.

La tristeza vendría después, cuando su madre decide enviarla a proseguir sus estudios a Vicuña, atendiendo como lazarillo a una señora ciega, doña Adelaida Olivares, a quien la tímida Lucila debía guiar y ayudar en sus tareas de directora de una pequeña escuela”: Carlos Germán Belli.

“Gabriela Mistral, como todo poeta de vuelo y consecuencia, es una ficción de máscaras diversas que la autora se prueba ante un espejo de equívoca luna. Lo que el lector puede ver o entrever en los textos líricos de Mistral no es el nítido reflejo de la que se mira, sino la máscara colorida, la de la voz en verso, la artificiosa, voz del arte, misteriosamente humana por lo sugerente de su vívida dramatización, por su figuración estética de lo inefable”: Santiago Daydí-Tolson.

“Desde su nacimiento hasta su viaje a México en 1922, esos primeros años en Chile, la infancia en Montegrande, en Elqui, en La Serena, la adolescencia angustiada en Vicuña, la juventud curiosa en Concepción y en Punta Arenas y en otros sitios de su país fueron —y ella lo sabe— el espacio donde todo sucedió y sucedería: «Eso de haberse rozado en la infancia con las rocas —le dijo alguna vez a Octavio Paz— es algo muy trascendental». El amor y el desamor, el amor-pasión, el descubrimiento de los buenos y no tan buenos sentimientos, la revelación de la amistad y de la responsabilidad hacia la tierra, la voz de la generosidad, las voces ambiguas de la letra, la vanidad de los escritores, los nombres de las plantas y los de las espinas, los de las estrellas y los de las piedras, el timbre de las emociones, la música de las entrañas, el tartamudeo y el mutismo de las pasiones, el silencio. Esos primeros años de infancia despreocupada y ávida, de adolescencia atormentada y de juventud curiosa fueron el baño lustral en que se templaría su áspera voz dulce. Nunca dejaría de beber en la copa de barro de esos años de formación”: Adolfo Castañón.

“Me gustaba la Mistral en sus claves mayores de Tala y de Lagar que, habiendo vivido en el plazo de las vanguardias, no se encandiló con las vanguardias sino más bien se quedó oyendo sin prisa la lengua oral de sus paisanos de América con arcaísmos y murmullos, como Teresa de Ávila, y así nos dijo el mundo entre adivina y desdeñosa.(…) Algo que aprecio mucho en esta adivina es ese coloquialismo tan suyo, que nunca llega al facilismo retórico y ramplón de las modas que envejecen; ese coloquialismo abrupto y fresco que nos trae la gracia oral de los paisanos de su Chile y de su América”: Gonzalo Rojas.

“El sentido religioso de Gabriela Mistral prohijó en su creación un vínculo profundo con la tierra, la lengua, el hombre y el Cosmos mediante un sentimiento de integración y coparticipación con los efluvios del paisaje, el habla de su pueblo, el talante de su gente y el aliento intangible de lo etern”: Bruno Rosario Candelier.

“Romelio Ureta se llamaba el enamorado de la joven Gabriela, quien se suicida no por ella, sino angustiado por unas deudas contraídas. Él le inspira los tres «Sonetos de la muerte», escritos en alejandrinos, con los que gana su primer lauro. Es la escritora posmodernista que el dolor la convierte —ojalá que no me equivoque— en una expresionista a ojos vistas, y, más aún, en una tremendista a carta cabal”: Carlos Germán Belli.

“La transculturación mistraliana no significa un rechazo total de las propuestas vanguardistas de su tiempo, ni menos una imitación de los nuevos códigos poéticos, como he querido demostrar, sino que bajo el estímulo de las novedades europeas se replegó hacia un legado tradicional vivo todavía en su ‘comarca oral’, para construir un proyecto poético solo comparable en su originalidad al de César Vallejo, otro transculturado”: Mario Rodríguez Fernández.

“La primera estimación sobre su prosa la encontramos en un párrafo temprano de Hernán Díaz Arrieta, Alone, en la reseña crítica a la segunda edición de Desolación (1923): ‘Inventará símbolos maravillosos, parábolas y cuentos llenos de un prestigio antiguo y dejará el verso, para ser más simple, y tocará en prosa los lindes mismos de la perfección artística’. Sabe acuñar expresiones propias (‘haciéndonos dolor’, ‘siento en pueblo’), algunas extrañas a nuestra sintaxis y a nuestros usos preposicionales, que hacen cortocicuito en la lectura que viene fluida”: Pedro Luis Barcia.

“Gabriela Mistral encumbra desde la palestra del Nobel una escuela poética genuinamente hispánica —nuestro Modernismo— que revitalizó sobremanera la expresividad lírica del español después del acartonamiento prosaísta en que incurrió el posromanticism”: Darío Villanueva.

Los temas más popualres de Gabriela Mistral son la naturaleza, la maternidad, la infancia y las personas más necesitadas y desamapraas. La tragedia y la tristeza habitan en muchos de sus poemas, así como esa alteridad de sentirse otra, pero reconocerse en la verdad como lo refleja en El amor que calla:

Si yo te odiara, mi odio te daría

en las palabras, rotundo y seguro;

¡pero te amo y mi amor no se confía

a este hablar de los hombres, tan oscuro!

Tú lo quisieras vuelto un alarido,

y viene de tan hondo que ha deshecho

su quemante raudal, desfallecido,

antes de la garganta, antes del pecho.

Estoy lo mismo que estanque colmado

y te parezco un surtidor inerte.

¡Todo por mi callar atribulado

que es más atroz que el entrar en la muerte!

Uno de los poemas en que confluyen con más acierto los temas y sentires de Gabriela Mistral es el siguiente, y con él despedimos este homenaje que es de todos los días:

Estoy metida en la noche

de estas raíces amargas

como las pobres medusas

que en el silencio se abrazan

ciegas, iguales y en pie,

como las piedras y las hermanas.

Oyen los vientos, oyen los pinos

y no suben a saber nada.

Cuando las sube la azada

le vuelven al sol la espalda.

Ellas sueñan y hacen los sueños

y a la copa mandan las fábulas.

Pinos felices tienen su noche,

pero las siervas no descansan.

Por eso yo paso mi mano

y mi piedad por sus espaldas.

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