Del abandono al capricho: el doble drama de ser galgo (y rescatador)

Del abandono al capricho: el doble drama de ser galgo (y rescatador)

Cada año se abandonan decenas de miles de perros cuando termina la temporada de caza. Aunque sean rescatados, su destino no siempre es idílico.

“Estoy de rescate”, escribe Blanca un lunes a mediodía cuando El HuffPost contacta con ella a través de Facebook. “A ver si nos llevamos unos galgos desnutridos. Creo que llegaré a mi casa sobre las seis”, explica en un mensaje.

Pero a las seis la fundadora de Amigo Galgo todavía no ha vuelto a casa, así que la llamada se retrasa. Tampoco conseguimos dar a la primera con Pura, de ACUNR, ni con Vicente, de SOS Rescue. La vida del rescatador de animales, y de galgos en concreto, no es fácil.

A sus 60 años, Blanca, profesora de Contabilidad y Economía en un instituto, imaginaba otros planes de jubilación para sí misma. “Pero esto es como un sacerdocio laico”, afirma. “En el trabajo es donde descanso, me relajo, desconecto, no miro el móvil, pero al salir pienso: ¡Madre mía, a ver cómo me encuentro hoy la casa!”.

El problema con su casa en Los Caños de Meca (Cádiz) es que en ella viven 16 galgos rescatados, “y han llegado a ser 22”, matiza. Antes de nada, Blanca aclara: “No somos una guardería, la idea es que estos perros encuentren un hogar”.

¿Que cómo llegó Blanca hasta ahí? “Todo empezó hace 30 años, un día iba de paseo con mi marido cuando me encontré con un grupo de chicos que llevaban un galgo en brazos para tirarlo. Decían que estaba muerto, pero me acerqué, lo toqué y el perro se movía”, recuerda. Entonces decidió llevárselo a casa, y ahí fue donde se dio cuenta de que ese perro “no era educable”. “Nos quitaba la comida, mordía todo, nos hacía discutir un montón”, cuenta. “No sabíamos nada de galgos”.

  Dos galgos en las instalaciones de Animales con un nuevo rumbo (ACUNR).CARLOS PINA

Esa primera experiencia no fue buena, pero el destino volvió a poner a un galgo en su camino. Más bien, a un galguero, “y ahí empezó mi drama”, bromea la profesora. Un día, Blanca acompañó al hombre — a quien había conocido por casualidad— a ver a sus galgos. “Tenía a 15 perros en 2 metros cuadrados, con un techado de uralita cerrado con candado, donde comían, cagaban y dormían”, rememora. “Le dije que debería tener menos galgos, que eran muchos para tan poco espacio, y me contestó: ’Tú tranquila, tengo algunos para tirar”.

Las protectoras de animales hablan de unos 50.000 galgos abandonados o sacrificados cada año en España cuando dejan de servir para la caza. Para las organizaciones de caza, este cálculo es falso y, según ellas, la cifra no llega ni a 100 ejemplares.

La guerra de las cifras existe desde hace tiempo y lo cierto es que resulta casi imposible determinar la cantidad de perros que son descartados cada año al no ser útiles para cazar o para competir en carreras. “Hay muchos perros que no tienen chip, y otros mueren o son sacrificados antes de llegar a las protectoras, así que no aparecen en ningún registro oficial”, explica Isabel Buil, directora de la Fundación Affinity. Por eso el cálculo es estimado; “es muy difícil calcular la dimensión real del problema”, admite Buil, aunque “está claro que la caza sí tiene una incidencia en los abandonos”.

En 2018 se abandonaron en España 104.688 perros, el 13% de ellos por el fin de la temporada de caza.
Datos de la Fundación Affinity

Los últimos datos recogidos por la Fundación Affinity señalan que en 2018 se abandonaron en España 104.688 perros, siendo las “camadas no deseadas” el primer motivo de abandono (en el 15% de los casos) y el “fin de temporada de caza”, el segundo (13% de los casos). Esto supone 13.609 canes registrados abandonados por la caza, si bien es cierto que cualquiera de los motivos de abandono puede estar relacionado con la caza y las carreras, y a esas cifras habría que sumar todos los animales que son sacrificados y no tienen microchip.

“Ahora mismo estamos cogiendo camadas enteras, son cachorros. Pero no constan, no hay registro porque no tienen chip. Este es un país sin ley”, critica Blanca. Leyes hay, pero, efectivamente, España es el único país de la Unión Europea donde sigue siendo legal la caza con galgos.

“Y no sólo galgos”, matiza Pura, cofundadora de la asociación Animales con un nuevo rumbo (ACUNR), que tiene su sede en Arganda del Rey (Madrid). “Podencos, setter, bracos... todos los animales de caza o de carreras se abandonan más. Lo que pasa es que los galgueros tienen muchísimos perros, porque prueban si valen para la caza, si valen para correr o si no”, explica. Y partir de ahí, van descartando, sostiene.

  Pura, fundadora de Animales con un nuevo rumbo (ACUNR)CARLOS PINA

En los 11 años de vida de su asociación, Pura ha visto de todo. Perros con ansiedad, desnutridos, con marcas en el cuello por haber estado siempre atados, fosas de animales muertos, perros robados para peleas ilegales o carreras... 

“Hay gente que dice que ya no hay maltrato a los galgos. Pero, ¿qué es tratar bien a un animal? ¿Tenerlo hacinado a base de agua y pan? Eso no es vivir. Tenerlo es una elección que hace el ser humano. Si les vas a dar una vida de mierda, no los tengas”, defiende la mujer de 51 años y madre de dos hijas.

ACUNR cuenta ahora con tres trabajadores (dos guardas y una veterinaria) y aproximadamente 30 voluntarios, pero los comienzos no fueron fáciles. “Todo empezó con 50 euros que puse para montar la asociación”, recuerda Pura. En todo este tiempo, Pura, que trabaja en unas instalaciones deportivas municipales, se ha dado cuenta de que el suyo “es un proyecto de vida”. 

“A estas alturas ya no sé decir si [crear la asociación] fue una equivocación. Está siendo un proyecto largo y de muchos, muchos sacrificios. Estaba embarazada, teníamos muchos perros en casa y surgió la forma de organizarnos. Lo único que teníamos en común era los animales y, la verdad, no nos lo pensamos mucho. De las tres que lo fundamos, sólo quedo yo”, cuenta. 

“Mis hijas [ahora de 15 y 11 años] se han criado aquí [en la sede de la protectora]. Cuando pasaban otra tarde más en el albergue, les pedía: ’No le digáis a papá que hemos estado aquí”, recuerda. “Yo sufría mucho, aunque luego aprendí a crearme una coraza”, admite.

“Si volviera atrás sabiendo ahora todo lo que he pasado, no sé si lo haría otra vez. Pero al mismo tiempo, no puedo dejarlo. Tengo un vínculo muy fuerte con esto, es como si fuera parte de mí, parte de mi familia”, reflexiona.

  Naiara, la hija de Pura, con algunos de los galgos del recinto CARLOS PINA

Algo parecido le ocurre a Blanca, con la particularidad de que ella tiene en su propia casa a los perros rescatados. “La asociación soy yo”, resume. “Ahora en vez de jardín, tenemos tierra batida”, describe.

Igual que piropea a los 16 galgos que conviven con ella y su marido, Blanca opina que “esto no es vida”. “No tenemos sitio para más. Tengo un chico francés en casa que me ayuda, pero no nos queda ni dónde sentarnos”, ilustra. 

“Blanquita, tienes que bajar el número”, le dice su marido. Y ella reconoce que para su jubilación, que será el próximo septiembre, “no tenía pensada una vida así”. “Tenemos un pisito en Madrid y la idea era pasar allí los inviernos, pero ahora no sé qué será de nuestra vida”, relata Blanca. “Esto es como la mafia: cuando entras no sales”.

La gaditana rescata cada año “unos 120 galgos”. “Algunos galgueros me dicen: ‘Tengo un perro para tirar’, y entonces voy a buscarlo”, explica. Otras veces alguien le da el aviso o se los encuentra ella misma cuando sale a pasear con la tropa. Aunque hay quien argumenta que recoger a los perros directamente del galguero es “hacerle el juego”, Blanca prefiere eso antes que encontrarse al animal en una cuneta. “Si no voy cuando me llaman, lo matan”, zanja.

Según datos de Affinity, que el dueño acuda a una protectora a entregar al animal es algo minoritario. En el 91% de los casos, son las protectoras, la Policía o un particular quienes recogen de la calle al perro abandonado.

A veces, los galgos rescatados tardan un año en llevar una vida normal; otros no se recuperan nunca.
Blanca, Amigo Galgo

Y, muchas veces, llegar a la protectora no significa que se acabe el calvario para los perros. “Los animales vienen aterrorizados, no pueden salir a la calle, a veces se meten en un rincón y ni comen. Es superdifícil, les destrozan la cabeza”, cuenta Blanca. “Muchos vienen con parásitos, otros con leishmaniosis. A veces tardan un año en llevar una vida normal y otros no se recuperan nunca”, lamenta. “Con una galga llevamos cinco años trabajando y sigue sin estar bien; no la sacamos por la ciudad porque no va a gusto. Sólo está cómoda en el campo y en la playa”.

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Pura entiende perfectamente de lo que habla Blanca. En el albergue de ACUNR hay varios perros con ansiedad y algunos permanecen en cuarentena. El resto comparte espacio.

“Ahora tenemos pocos perros, unos 40”, explica Pura. Al año gestionan “unas 300 adopciones”, previa visita a la casa de los futuros dueños para certificar que las condiciones de la vivienda son las adecuadas.

Algunas personas no llevan bien esto, asegura Pura, pero la asociación no está dispuesta a dejar que un perro viva en una casa con vallas bajas, por ejemplo, por riesgo de fuga. Al conocer a la familia de acogida, también tratan de evitar que esta se arrepienta de tener al animal, e intentan aconsejarla en base a sus circunstancias.   

Por ejemplo, “si vas a estar diez horas fuera de casa, no cojas a un cachorro”, recomienda Pura. “No puedes tenerlo metido 10 horas al día en un transportín. Tienes que asumir que puede romper cosas de la casa, que se va a mear, que se va a cagar, que va a llorar y que tienes que estar dispuesto a aguantarlo”, advierte. “A veces los perros te sorprenden y resulta que se portan bien, pero nosotros ponemos a la gente en lo peor para que se haga a la idea de lo que puede pasar”. 

  Uno de los cachorros de galgo en ACUNRCARLOS PINA

Porque, tras la acogida, también hay fracasos. En ACUNR han visto casos de gente que se queda sin trabajo, devuelve al perro y nunca vuelve a preguntar por él; personas que se han encaprichado de dos cachorros y después devuelven a uno de ellos; perros desatendidos que han matado a la mascota del vecino y luego han sido devueltos a la protectora.

Por eso a Pura le da mucha rabia que la acogida de perros se haga “por capricho”, algo que ocurre especialmente con los galgos. “Se han puesto de moda, la gente siente que está salvando a un animal; pero hay otros que necesitan ser salvados y apenas tienen visibilidad”, denuncia. “Por Lily jamás han preguntado porque es una chucha, es mestiza. Y probablemente ella lo necesita más que un galgo”, se queja.

La gente no pregunta: '¿Qué animal lo necesita más?', la gente viene diciendo: 'Quiero un galgo'.
Pura, ACUNR

Es la paradoja de los galgos: son una de las razas más maltratadas y, al mismo tiempo, la más demandada en las protectoras. “Somos muy selectivos a la hora de adoptar. La gente no pregunta: ‘¿Qué animal lo necesita más?’, la gente viene diciendo: ’Quiero un galgo”.

Pura insiste en la importancia de dejarse aconsejar. Muchas veces los adoptantes no tienen en cuenta su situación vital ni la de los perros, de ahí que luego se produzcan irresponsabilidades... y hasta desgracias. 

“Hace poco tuvimos un caso delicado. El dueño se encaprichó de un galgo, le avisamos de que no se llevaba bien con gatos ni con perros pequeños. Al poco tiempo nos lo devolvieron porque había matado al gato de la vecina”, cuenta Pura. “En realidad no puedes culpar al perro: cazar es lo que le han enseñado a hacer”, aclara. “Ni el dueño ha tenido cuidado ni la vecina tampoco. No es normal que luego venga quejándose porque ha sido muy generoso con ese perro”, critica. “Deberíamos mirarnos la generosidad”.