Glasgow: el marco común de acciones futuras

Glasgow: el marco común de acciones futuras

Es paso a paso como hemos de construir el consenso global necesario para caminar hacia un mundo sostenible y justo.

REUTERS/Phil NoblePHIL NOBLE via REUTERS

Tras dos semanas de duras negociaciones, de avances y desacuerdos, se aprobó el sábado por la noche la resolución final de la COP26, esto es, el Pacto Climático de Glasgow. 

El documento aprobado, que tuvo que ser aceptado por el consenso de las 196 partes, usa un lenguaje cauto y en algunos casos ambiguo, lo que puede justificar la frustración de científicos, activistas y, en general de aquellos que abogan por la necesidad de avanzar más rápido. 

No obstante, aunque no se trata de un nuevo tratado, ni el documento es todo lo ambicioso que nos hubiera gustado y que debiera ser, el resultado alcanzado en el texto final es muy positivo por varios motivos. 

En primer lugar, porque se mantiene vivo el objetivo de limitar el aumento de las temperaturas a 1’5ºC. Las advertencias científicas están dentro del acuerdo, ya que por primera vez se plasma en el texto de la COP el objetivo científico que el IPCC fijó en su informe especial de 2018 sobre los impactos del calentamiento global de 1,5°C por encima de los niveles preindustriales, de reducción de forma rápida y profunda de las emisiones mundiales de dióxido de carbono en un 45% para 2030 en relación con el nivel de 2010 si queremos limitar el calentamiento global a 1,5 °C. 

Plasmar este objetivo es una gran victoria para quienes quieren centrarse en el objetivo del 1’5ºC en lugar del límite superior de 2ºC del acuerdo de París. Además, el texto recoge la necesidad de llevar a cabo reducciones importantes de otros gases de efecto invernadero.

En segundo lugar, porque por primera vez en el acuerdo resultante de una COP se recoge la mención a la necesidad de eliminar los subsidios a los combustibles fósiles y de reducir el uso del carbón, aunque el lenguaje de borradores anteriores era mucho más directo en relación a la eliminación de este último. 

Este es otro gran paso adelante, ya que nunca antes se había hecho una referencia explícita a la necesidad de reducir progresivamente el carbón ni a eliminar progresivamente las subvenciones a los combustibles fósiles. Aunque el texto original se refería a la “eliminación” y no a la “reducción” del carbón, el hecho de que el proceso de adopción de acuerdos sea por consenso ha dificultado la adopción de un lenguaje más ambicioso. No obstante, su mención en el acuerdo final adoptado envía un fuerte mensaje y sienta un nuevo e importante precedente en estas conversaciones.

En tercer lugar, también es significativo que la adaptación ocupe un lugar tan destacado en el acuerdo, ya que tradicionalmente los textos resultantes de las COPs se han centrado más en la mitigación y bastante menos en la adaptación. Esta ha sido una demanda constante de los países en vías de desarrollo, pero no ha sido hasta ahora cuando la adaptación tiene por primera vez el reflejo que se merece en una COP: 

Probablemente, que las cada vez más extremas condiciones meteorológicas hayan afectado a todos los continentes sin distinción tenga algo que ver en que la adaptación quede reflejada de manera adecuada en el texto del acuerdo.

A su vez, junto con el Pacto Climático de Glasgow se han adoptado numerosos acuerdos y declaraciones que, aunque voluntarios, mandan claros mensajes sobre la necesidad de actuar en ciertas áreas y sectores como la deforestación, la reducción del metano o la eliminación de los vehículos de combustión. El acuerdo de cooperación entre los dos mayores contaminantes del planeta, EEUU y China, es también histórico.

Por otro lado, me resulta llamativo que en un bloque tan progresista como es la Unión Europea, surjan de nuevo divergencias sobre el uso de la energía nuclear como energía verde. Ni la energía nuclear ni el gas deberían tener cabida en la descarbonización de la economía ni recibir financiación europea. Sólo las inversiones en energías verdes y renovables pueden llevarnos en la buena senda de la neutralidad climática.

Por último, me gustaría señalar que el avance de esta COP radica en el establecimiento de un marco común, de unas reglas de juego armonizadas y de unas pautas comunes de actuación. Tras la COP, es el turno de los países, de las regiones, de las entidades locales. Todos tienen que adoptar medidas y desarrollar acciones conforme al marco adoptado. En este sentido, sería necesario que los países volvieran a publicar sus planes de acción climática, con objetivos más ambiciosos de reducción de emisiones para 2030, antes de finales del próximo año y que los países desarrollados efectivamente aumenten la financiación a los países que ya sufren los efectos del cambio climático, más allá del objetivo actual de 100.000 millones de dólares, como ha quedado acordado en este marco común de juego.

Los resultados podían haber sido más ambiciosos o mejores, pero es paso a paso como hemos de construir el consenso global necesario para caminar hacia un mundo sostenible y justo.