Gonzalo, con las manos en los bolsillos

Gonzalo, con las manos en los bolsillos

A mediados de los setenta en España era impensable que un hombre pudiera proclamar que era bellísimo.

A mediados de los setenta en España era impensable que un hombre pudiera proclamar que era bellísimo. Gonzalo no sólo se atrevió sino que además transformó la letra del Padre nuestro en un canción erótica. El escándalo fue monumental. Tras descubrir a Javier Álvarez, Ella baila sola o Guaraná, Gonzalo ha encontrado en la copla su otra mitad.

Antes de convertirse en el ídolo de millones de fans que pegaron su fotos en las pastas de cuadernos y libros de texto, Gonzalo Fernández Benavides (Madrid, 1956) era un actor con futuro. Estaba representando en Barcelona una de las obras teatrales del momento, Godspell, cuando recibió la visita de José Luis Gil, un importante ejecutivo discográfico que acompañaba a Raffaella Carrá en un gira promocional. A los quince días, le llamaron de la multinacional CBS. El éxito no se hizo esperar.

“Saqué un tema que se titulaba Lentamente y luego otro, Sálvame, pero no pasó nada. Después grabé Bellísimo, una adaptación al español de una canción italiana, y fue un éxito rotundo. Resultaba extraño que un muchacho joven dijera en una canción: Soy bellisimo, soy bellísimo… Enseguida, mis productores, Honorio Herrero, Luis Gómez Escolar y Julio Seijas, quisieron ir más allá en la provocación y grabamos El amor nuestro de cada día, inspirado en el Padre nuestro. Yo avisé a Ramón Crespo, el director de la compañía, que era una apuesta muy arriesgada; que, de alguna manera, me jugaba mi futuro y el de mis hijos. No te preocupes, dijo, Franco ya se ha muerto y no va a haber ningún problema. Nada más salir el disco se montó un escándalo terrible, incluso amenazaron a sus hijos y a los del director de la Cadena SER. Se asustaron y retiraron el single del mercado. A mi no se me ocurrió otra cosa que llamar a Crespo y soltarle: Eres un payaso, me habías dicho que ibas adelante con este proyecto y ahora te echas atrás, que sepas que me hundes. ¿Qué hizo la compañía? Castigarme, tenerme tres años mirando a la pared, sin sacar un solo disco”.

Por si fuera poco, ese silencio discográfico coincidió con su incorporación al servicio militar. La fama, el trabajo, los proyectos desaparecieron de la vida de Gonzalo que, de pronto, se vio en paro y con dos hijos pequeños. En ese trance, escribió ¿Quién piensa en ti?, con la que en 1983 regresaría a las listas de éxitos. “Cuando volví de la mili, me encontré así, con las manos en los bolsillos. Después del éxito enorme de Bellísimo, que llegó a número uno en los 40 Principales durante tres semanas, y vender un montón de discos… estaba más solo que la una. ¿Quién piensa en ti? es la historia de alguien que siente que nadie se acuerda de él y que, a pesar de todo, piensa que no hay mal que dure cien años. Todos nos hemos encontrado así en algún momento de nuestra vida. La compuse del tirón, como si alguien me la estuviera soplando. Mientras la escribía experimenté una catarsis de emociones y claro… por muchos años que hayan pasado, le sigue gustando a la gente”.

En efecto, la mala racha empezó a conjurarse gracias, otra vez, al teatro. Mientras representaba Historia de un caballo, con José María Rodero y Francisco Valladares, “un musical precioso”, Antonio Mercero le ofreció aparecer en un episodio de Verano azul. “Por extraño que parezca, ese papel es el trabajo que más repercusión ha tenido en mi carrera, más que Quién piensa en ti. El otro día fui a recoger al colegio a una de mis hijas, que tiene ocho años, y un niño me llamó: Gonzalo, Gonzalo, ¿me puedes firmar un autógrafo? Te he visto el otro día en Verano azul”.

Apenas año y medio después de la emisión de la serie, se producía su regreso triunfal a la música: con un contrato con Hispavox y el encargo de representar en Washington a TVE en el Festival de la OTI, que en esa edición incluyó un mensaje de Ronald Reagan. En pleno auge de los sintetizadores, la organización no admitió en la orquesta algunos instrumentos electrónicos que el arreglista Danilo Vaona había utilizado en la grabación del disco. La canción quedó relegada en la votación final al quinto puesto. “Después se editó Vuelve, una balada muy bonita que dediqué a mi exmujer. Es la historia de mi vida, siempre rompo con mis parejas y luego quiero volver. Y volver, volver, volver –canturrea–. A todo el mundo le pasa lo mismo. Hay miles de canciones de ese estilo que cuentan que, cuando pasa la ruptura, sólo te quedas con lo bonito de la relación y te apetece volver pero la otra persona se encuentra ya en otra fase y es difícil la reconciliación”.

Precisamente, el amor de una novia llevó a Gonzalo a vivir en México una larga temporada a finales de los ochenta. Los ordenadores se han instalado en las casas y monta un home studio con el que aprende los secretos de la producción. A mediados de los noventa, mientras pasea en bicicleta por el Retiro escucha cantar a un muchacho temas de Tracy Chapman. “Este chico tiene una bombilla encima de la cabeza, pensé. Me acerqué y le pregunté si tenía composiciones propias. Me llamo Javier Álvarez, respondió. Cantó La edad del porvenir y me gustó. Con una maqueta me presenté en EMI, en el antiguo edificio de Hispavox. Coincidí en la escalera con Carlos Sanmartín, el director general, y lo abordé: Carlos, Carlos, que he descubierto un cantautor. Mándame la maqueta, respondió, que llevo mucho tiempo buscando uno. A las pocas semanas estábamos grabando. Por esa época, estaba trabajando también con Pedro Guerra, pero luego él prefirió marcharse con Víctor Manuel. Me anunció que se iba por teléfono. Me sentó tan mal que dije: Te vas a enterar. Empecé a meterle caña a Javier y saqué el disco antes que Guerra. Nosotros vendimos 150.000 copias, él, un gran artista que tenía mucha más experiencia, 30.000. Con el tiempo, Javier también me dejó. Pero ya trabajaba con Ella baila sola. Las chicas vendieron un millón y medio de copias a pesar de que en la mayoría de las discográficas me habían advertido que las mujeres no tenían tirón comercial. Cuando las conocí, Marta y Marilia tenían diecisiete años. Grabamos el disco a los veintiuno. Fue un éxito tan repentino, tan brutal, que llegó a superarlas. Habían sido compañeras de colegio y arrastraban un pasado de pequeñas rencillas que el éxito magnificó. Los pequeños problemas se volvieron grandes, discutían por tonterías que terminaron por ser irreconciliables”.

Con Guaraná y La casa de Inés y las Hijas del Sol arriba del todo se desató la fiebre de la piratería. Gonzalo ve venir una gran crisis en el negocio discográfico. Deshizo su agencia de management, dejó de producir discos y se fue a vivir a Mallorca. Poco antes de la pandemia, una noche se despertó a las cuatro de la madrugada cantando María la portuguesa. “Yo no llegué a conocer a Carlos Cano pero repasé su repertorio y aluciné. Las canciones eran tan bonitas y él tenía esa forma de interpretarlas… tan varonil, con una voz llena de armónicos. Descubrí que Carlos había hecho una recopilación de la época de oro del género. Así nació La copla rota, un espectáculo que ahora estoy llevando por toda España. Son tiempos difíciles pero… empecé a cantar a los catorce años, ahora tengo más de sesenta. Tienes una gran voz, me dijo en una ocasión el manager de Raphael. En el pop tenía que disimularla. Carlos Cano pensaba que para cantar la copla había que tener voz y haber vivido. Creo que reúno las dos condiciones. No, nunca he parado. Soy un bicho inquieto. Me moriré vivo. Aunque a veces haya tenido que llevar las manos en los bolsillos”.

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Miguel Fernández (Granada, 1962) ejerce el periodismo desde hace más de treinta y cinco años. Con 'Yestergay' (2003), obtuvo el Premio Odisea de novela. Patricio Población, el protagonista de esta historia, reaparecería en Nunca le cuentes nada a nadie (2005). Es también autor de 'La vida es el precio, el libro de memorias de Amparo Muñoz', de las colecciones de relatos 'Trátame bien' (2000), 'La pereza de los días' (2005) y 'Todas las promesas de mi amor se irán contigo', y de distintos libros de gastronomía, como 'Buen provecho' (1999) o '¿A qué sabe el amor?' (2007).