Guzmán, esos días felices que ya no volverán

Guzmán, esos días felices que ya no volverán

Casi medio siglo después de que lo llamaran para grabar en Hispavox, sigue en la brecha.

Con pocos años ingresó en el conservatorio; a los catorce escribió su primera canción, Calles del viejo París; a los dieciocho, era músico de estudio; a los veinte, formaba parte de un grupo icónico en el pop español: Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán. De banda en banda o en solitario, José María Guzmán ha transitado por medio siglo de la música, su país de la luz.

Mientras jugaba, José María Guzmán (Madrid, 1952) no perdía de vista a su abuela, que pasaba las horas muertas pegada a los programas de música clásica de RNE. Mendelsson, Chopin, Mozart o Bach le empujaron a interesarse por el violonchelo y la flauta. No debió ser mal alumno porque en plena adolescencia saltó al pop y empezó a ganar dinero acompañando a artistas de la talla de Micky. Antes de cumplir los veinte, el mítico productor Rafael Trabucchelli lo reclutó como músico de estudio en Hispavox.

“Trabucchelli era un hombre muy simpático -me cuenta mientras desayuna-, un milanés afincado en España que en la música era un todo terreno: producía, hacía arreglos, tenía una visión muy clara de lo que quería pero siempre dejaba mucho margen a los artistas para que opinaran. No imponía su criterio. Mientras grabábamos se bebía su güisquito sin dejar de fumar. Era otra época, ahora parece inconcebible que fumáramos y bebiéramos güisqui en el estudio, pero sí Trabucchelli nos dejaba hacer”.

Guzmán intervino en la grabación del segundo disco de José y Manuel, dos hermanos malagueños en cuyo lanzamiento se implicó especialmente Trabucchelli. Como los resultados no fueron ni mucho menos los esperados, a finales de 1972 el productor animó al dúo a que se unieran a Guzmán y a Rodrigo García Blanca (Sevilla, 1947). Así nació Solera.

“En el disco incluimos Calles del viejo París, una canción que yo había compuesto a los catorce años. Había estado en un cajón mucho tiempo y cuando se publicó fue todo un éxito. Todavía la sigo tocando en directo, me persigue. Incluso viajo a otros países y la conocen. En realidad, todo el disco era muy bueno, estaba también Linda prima, que era de Rodrigo. Él componía de otra forma, era muy sarcástico, muy buen letrista. Yo era más romántico, más etéreo algunas veces. Él, en cambio, sabía ser más concreto, más consistente, más directo. Uno y otro llevábamos en cierta forma la voz cantante del grupo, aunque José y Manuel componían mucho y Trabucchelli ayudaba en todo lo que podía, no sólo nos dejaba hacer sino que se encargó de los arreglos de cuerda o de flauta en algunos temas”.

Aunque con el tiempo el disco de Solera se convertiría en objeto de culto para los aficionados al pop español, el grupo se disolvió. Los malagueños retomaron su carrera junto a Nuevos Horizontes y Rodrigo y Guzmán buscaron a dos nuevos compañeros, Juan  Robles Cánovas y Adolfo Rodríguez, que ya tenían una trayectoria en Franklin y Los Íberos, respectivamente. En la primavera de 1974, Hispavox anunciaba la aparición del primer elepé de una nueva banda.

“El nombre, muy largo, Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán (CRAG) se me ocurrió a mi para que no hubiera problemas con el uso de la marca. La de Solera era de los cuatro y no pudimos volverla a utilizar. Para que no haya problemas, dije yo, usamos los nombres de pila y así, si nos separamos, cada uno se lleva el suyo. Como Cánovas, es una palabra esdrújula, la puse en primer lugar; Rodrigo y Adolfo, llanas, después y, por último, Guzmán, aguda. Sonaba bien: Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán, -repite casi tarareando-. Sin embargo, no parecía muy comercial. Recordaba a Crosby, Still, Nash & Young. En aquél momento todo era así, estábamos muy influenciados por los grupos de la Costa Oeste, como Eagles o Dooby Brothers.”

Durante el verano de aquél año, el de la flebitis de Franco, en las radios españolas empezó a sonar con insistencia Señora azul, la canción que daba título al disco y en la que muchos creían ver un atisbo de protesta política.

“Nada más lejos, el color era lo de menos. Podía haber sido rojo. No había ninguna historia política detrás. Simplemente, Rodrigo hacía un reproche a los críticos musicales de aquella época. Se creían únicos, lo que decían iba a misa. La gente le hacían mucho caso en lugar de prestar atención a lo que oían. La Señora azul es la crítica desautorizada, no había más. En cambio, para la censura María y Amaranta, que trataba de dos lesbianas, pasó desapercibida. Los censores leían las letras, escuchaban las canciones y las autorizaban o no. Con esta no hubo problema. Sin embargo, se ensañaron con Jovencita, otro tema de Rodrigo. Se fijaron en una frase, ‘el invierno te esperaba/si te dejabas querer’, y la prohibieron. Con María y Amaranta, como era tan poética, no se debieron dar cuenta de lo que había detrás”.

Pese a la popularidad y las excelentes referencias que se hicieron del disco, las ventas no acompañaron. En los gustos de la época, los grupos habían dado paso a solistas como Camilo Sesto o Nino Bravo. Las diferencias de caracteres acabaron en menos de un año con CRAG.

La fuerte personalidad de Rodrigo era la que rompía los esquemas. Cada diez años venía y nos decía: Vamos a hacer un disco. Hasta que en 2004, coincidiendo con la reedición de Señora azul, decidimos no volver a unirnos más. Hemos seguido actuando Cánovas, Adolfo y yo. Con Rodrigo era imposible porque siempre ponía trabas a todo. Nosotros somos más de carretera y manta y de tocar en directo, que es el alimento del artista. Y ahí seguimos, hace dos sábados cantamos los tres por última vez”.

En 1978, Guzmán decidió lanzarse a cantar en solitario, fichó por CBS y publicó El país de la luz. En los créditos aparecen músicos importantes, como Luis Cobo “Manglis”, Javier Monforte, Horacio Icasto, Tomás San Miguel e, incluso Rodrigo  y Pepe Robles.  El tema que daba título a la obra, un canto a la madurez, al equilibrio. (Vivir sin ninguna tensión/Tener toda la libertad/Disfrutar de la paz que nos da el universo…), estaba dedicado a su hijo que había nacido ese año.

En la cultura española está germinando la movida, el pop evoluciona. Con Javier de Juan, Eduardo Ramírez de Cartagena, al bajo, Pedro Agustín Sánchez, en el teclado, y el propio Guzman en la guitarra, Cadillac se presenta en 1981. Los éxitos no tardan en llegar:  Llegas de madrugada, Se ha cruzado un tonto o Vivir sin dinero.

“Si Hispavox fue la gran compañía de los setenta, Polygram ocupó ese lugar en los  ochenta. Allí estaban Miguel Ríos, Nacha Pop, Los Secretos, La Frontera. Con ellos grabamos cuatro discos. En el quinto pedimos la carta de libertad y nos fuimos a CBS. Ahí fue cuando sacamos Valentino. En aquella época éramos teloneros de Camilo Sesto en América, teníamos el mismo mánager. Mientras hacíamos un programa de televisión en Puerto Rico nos llamaron para decirnos que nos habían elegido para ir a Bergen, en el norte de Noruega, para cantar en el festival de Eurovisión. Nada más volver, el grupo se fue al traste. Estábamos muy cansados los unos de los otros, cada cual iba por su lado. Los grupos tienen eso: duran mucho menos que un solista, que lo es toda la vida. Siempre me ha gustado trabajar en equipo, compartir canciones, hacer voces, las risas, el espíritu de compañerismo, viajar juntos… eso siempre me ha encantado, pero también quema mucho. Hacíamos diecinueve vuelos, con sus diecinueve aterrizajes, en un mes. Tanto hotel, tantos días sin dormir, mata mucho”.

Casi medio siglo después de que lo llamaran para grabar en Hispavox, Guzmán sigue en la brecha. En ese tiempo ha alternado las etapas en grupos, con otras como intérprete en solitario, el doblaje o los musicales. No tiene la intención de retirarse por ahora, aunque el negocio haya cambiado tanto.

“Ahora, gente que toca muy bien pero ha habido tantas revoluciones de grupos, cantantes y tecnología… no da tiempo a abarcarlo todo -explica con el café apurado-. Ringo Starr solía decir: ‘Éramos cuatro grupos y todos conocidos, ahora hay tantos que no llegan a ser famosos’. Mi hijo Abel está en un grupo, Astrobahn, y sé lo que cuesta abrirse paso hoy en día, ni siquiera con las redes, hay demasiada información. Es muy complicado todo: la música es muy barata, en las plataformas la gente escucha lo que quiere y paga muy poco y el artista apenas cobra nada. La música está por los suelos y ahora con la pandemia… todavía peor. Un país con música es un país rico, vital y creativo. Sin arte, está abocado a la destrucción. La música es algo más que un simple pasatiempo”.

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Miguel Fernández (Granada, 1962) ejerce el periodismo desde hace más de treinta y cinco años. Con 'Yestergay' (2003), obtuvo el Premio Odisea de novela. Patricio Población, el protagonista de esta historia, reaparecería en Nunca le cuentes nada a nadie (2005). Es también autor de 'La vida es el precio, el libro de memorias de Amparo Muñoz', de las colecciones de relatos 'Trátame bien' (2000), 'La pereza de los días' (2005) y 'Todas las promesas de mi amor se irán contigo', y de distintos libros de gastronomía, como 'Buen provecho' (1999) o '¿A qué sabe el amor?' (2007).