Hablar para no hacer

Hablar para no hacer

Fácilmente nos ponemos de acuerdo en que la escuela debe cambiar. Una y otra vez, nos ponemos de acuerdo. Y luego no cambia. ¿Qué pasa? Creo que la cuestión está en la noción misma de 'ponernos de acuerdo'. Es que no se trata de ponernos de acuerdo...

Fácilmente nos ponemos de acuerdo en que la escuela debe cambiar. Una y otra vez, nos ponemos de acuerdo. Y luego no cambia. ¿Qué pasa?

Creo que la cuestión está en la noción misma de ponernos de acuerdo. Es que no se trata de ponernos de acuerdo...

El problema es de orden complejo. Es fácil ponerse de acuerdo porque el acto consciente de acordar trae calma. No transforma, pero calma. No necesariamente transforma, pero casi siempre calma. Nos pasamos la vida haciendo acuerdos que la mayoría de las veces no cumplimos. ¿O no? En todos los órdenes. Empezamos dietas que no seguimos; establecemos órdenes de prioridades que violamos; replaneamos rutinas que no seguimos; pactamos fidelidades que muchas veces... El problema no es que los violemos. El problema es que no reconocemos la inutilidad estructural de los acuerdos o compromisos como determinadores eficientes de los actos. Sean personales o institucionales. Al contrario, suelen servirnos para exculparnos, para calmarnos y no para lo que teóricamente deberían servir, que es para marcar la línea de nuestras actuaciones. Somos psicológicamente ingenuos, a favor de nuestras cómodas sensaciones de bienestar por lo acordado. El reino paliativo de las autoayudas. Los placebos de siempre.

Nuestros actos nos determinan. Pero no responden a nuestras voluntades más voluntaristas. No funciona así el aparato psíquico. El infiel no está en desacuerdo con la infidelidad; simplemente es infiel, por causas que trascienden su voluntad. No suele estar de acuerdo con su infidelidad, tampoco. Solo es infiel. Piensa y cree una cosa y hace otra cosa. Así es. Así somos.

No necesariamente hacemos lo contrario de lo que pensamos; no. A veces coinciden. Lo cierto es que aunque coincidan, no lo hacemos porque lo pensemos y estemos de acuerdo. Hace falta algo más, que es de otro orden.

Vamos en busca de eso.

La matriz que determina o guía nuestros actos tiene otra entidad distinta de la voluntad. Freud lo llamó inconsciente. Podemos llamarlo así o de otro modo, pero la clave es deslindarlo de la hegemonía de la conciencia. Pasan cosas que la conciencia no entiende ni controla. Hacemos cosas que no sabemos por qué hacemos ni estamos de acuerdo con ellas, aunque las hagamos. (¡Y muchas veces pasan las cosas buenas así!) La clave es el deslinde y la inteligencia lúcida de que el motor de la acción está deslindado del discurso sobre los actos.

¿Y qué nos define mejor entonces, lo que decimos o lo que hacemos? Lo que hacemos. Lo que decimos que hacemos es para otro palco; para escenas más triviales; para declaraciones de principios; para intríngulis obsesivos que cada quien usa donde le toca. Somos lo que hacemos, esencialmente.

Por eso, para cambiar la educación como queremos cambiarla debemos conseguir operar al nivel de los actos. Incidir en lo que las personas y las instituciones hacemos cuando educamos o somos educados. Si no, nos viciaremos de escenas discursivas interminables y monótonas sobre lo que decimos que hemos hecho, que hacemos o que vamos a hacer, para luego hacer lo mismo que hacíamos. Caeremos en la trampa. Seremos presa de nuestro propio ingenuo voluntarismo.

¿Qué propongo, entonces?

Uno. Entender cómo funciona el modelo psíquico individual y colectivo y aceptar que debemos operar y validar en un nivel distinto al del discurso.

Dos. Silenciar el orden discursivo. Recogernos. ¿Y para qué? Uno, para que emerja más rápido la angustia que nos está trabajando a los educadores por debajo; angustia útil, si la dejamos operar. El discurso -recordemos- nos calma, como al gordito la dieta que empezará el próximo lunes. Y dos, para poder poner en escena la acción. Para que viremos a ver qué estamos haciendo, qué están haciendo los otros, qué está pasando en las escuelas, en las aulas, en cada escena educativa.

Tres. Actuar sobre las actuaciones. ¿Cómo se hace eso? Estando ahí donde las cosas suceden. Trabajando ahí sobre lo que realmente sucede. Desconfiando de las declaraciones y dándole entidad a las acciones. No aceptando las justificaciones por las que las acciones no se corresponden con las declaraciones, sino entendiendo que siempre es así. La neurosis que nos atraviesa vive justificándose del por qué no hace lo que debería, lo que acordó, lo que quisiera hacer. Y es eficiente y sofisticada en su sistema de justificación; tanto que nos convence y se convence. Por eso debemos huir de ahí. Escuchar menos y mirar más. Acreditar en lo que veo. Aceptar que se me juzgue por lo que hago.

Y cuatro. Trabajarnos y dejarnos trabajar al nivel de la trama simbólica de valores, creencias, deseos o como queramos llamarlos que determinan nuestras actuaciones. (Y si no determinan, para no ser tan categóricos, al menos orientan nuestros actos.) Y saber que ese nivel se interviene en el plano de las actuaciones y no de los debates; que se trabaja con acciones y no con explicaciones al nivel de lo actuado. Que no necesariamente voy a comprender lo que sucede ni lo que me sucede. Al contrario, necesito comprender que no lo voy a comprender, que no lo vamos a acordar, que no lo vamos a discutir, sino que lo vamos a hacer. Y que después de hacerlo, en retrospectiva, creada y vivida la experiencia de haberlo hecho -y vuelto a hacer-, entonces sí podremos abrir paso al debate sobre lo que hemos hecho, sobre lo que estamos haciendo. El debate como recapitulación de la experiencia.

El mismo debate, montado sobre la experiencia de estar haciéndolo, es totalmente otro debate. ¿Nunca les ocurrió? Cambio de luces. Inversiones. Poner la acción por delante de la reflexión genera una nueva ética y abre nuevas perspectivas de transformación.

En educación -definitivamente-, creo que nos toca cambiar de metodología y de ética. Propongo ésta, en la que confio muchísimo. Sobre todo teniendo en cuenta que aquella con la que andamos probando durante años y años nos ha mostrado que para transformar nuestras prácticas no ha servido de nada.