Hacia dónde va el 'streaming'

Hacia dónde va el 'streaming'

El negocio ya ha cambiado, el cambio es irreversible y se ha asentado sin que a las industrias culturales convencionales les quepa la menor posibilidad de reacción. En el futuro, tal vez veamos a Apple intentando desembarcar en el negocio del streaming, o asistamos a la fusión de otros competidores.

Seguramente una de las conclusiones más simples y repetidas cada vez que se plantea el problema de la piratería en la red es la que conduce a afirmar que a la industria cultural no le queda otra opción que aceptar la realidad y cambiar su modelo de negocio.

En realidad, soy de la opinión de que este cambio mágico es simplemente imposible. En primer lugar porque a las compañías multinacionales (y muy especialmente a las discográficas) esa reconversión les exige un esfuerzo que sus dimensiones mastodónticas hacen dificilísimo. Y en segundo lugar, porque ese cambio ya se ha producido y ha dejado fuera de juego a las industrias culturales convencionales.

Si internet ha provocado una innovación en la forma de explotar y distribuir los contenidos culturales esa es el streaming, el acceso sin soporte físico. Las compañías convencionales tomaron demasiado tiempo en entender internet, llegaron tarde a un escenario que se había vuelto demasiado complicado de golpe y en su ausencia. Desde ese momento, tuvieron que aceptar que otros agentes de sectores tecnológicos irrumpieran interponiéndose entre ellos y sus clientes finales, exigiendo un peaje que reducía su rentabilidad.Apple lo hizo lanzando iTunes y aprovechando la producción discográfica para vender hardware, primero con iPod y luego desembarcando en la telefonía móvil con iPhone. Después, fueron los productores de software online los que se autoinvitaron a un mercado que cada día recuerda más al camarote de los Hermanos Marx; Spotify (junto a otros competidores) generó la plataforma de streaming más utilizada en la red, y ha alcanzado los cinco millones de usuarios de pago.

Tanto unos como otros viven de poner a disposición de los usuarios los contenidos que generan las compañías discográficas, una puesta a disposición que ellas ya no controlan sino residualmente (incluso para vender discos físicos deben pasar porAmazon) y que se lleva una buena porción del pastel. Las compañías discográficas ya no están en condiciones de competir con estos servicios porque generar los suyos propios restringiría la oferta a sus respectivos catálogos y las colocaría en un sector de mercado superpoblado, sin apenas opciones de abrirse hueco. Las discográficas, por tanto, siguen asumiendo el 100% de los costes de producción, pero ven recortados los beneficios de comercialización que tratan de compensar en lo posible jugando con los precios de las licencias para suministrar su música a los operadores de streaming.

Mientras tanto, estos operadores se quejan de que ese regateo permanente encoge su propio margen comprometiendo la viabilidad de sus negocios, y recuerdan a sus proveedoras que dificultar la difusión de contenidos o limitarla no haría sino beneficiar a magnates del lado oscuro comoKim Schmitz. El negocio ya ha cambiado, el cambio es irreversible y se ha asentado sin que a las industrias culturales convencionales les quepa la menor posibilidad de reacción. En el futuro, tal vez veamos a Apple intentando desembarcar en el negocio del streaming (algo que Steve Jobs rechazaba), o asistamos a la fusión de otros competidores para hacerle frente.

Lo que es casi imposible es que nos sorprendan con un giro revolucionario que, en realidad, solo se producirá si la evolución tecnológica nos vuelve a dar un susto inesperado y no queda otro remedio.