'Hamlet', un encuentro con Shakespeare en Río de Janeiro

'Hamlet', un encuentro con Shakespeare en Río de Janeiro

Una compañía no muy conocida en España que con este Hamlet muestra que sería interesante conocerla en nuestro país.

.Un momento de la obra. Aramazém

Río de Janeiro, famoso por sus garotas, playas, amaneceres y atardeceres, esconde un barrio alternativo y bohemio llamado Lapa que es muy popular entre los cariocas. Un barrio muy parecido en espíritu y aspecto al madrileño Lavapiés. Es en ese barrio donde la Fundiçào Progresso ha rehabilitado un viejo almacén para su sede que incluye un teatro en el que la compañía Armazém representa Hamlet de Shakespeare. Una compañía premiada y reconocida tanto dentro como fuera de su país y que ha pasado con otros trabajos por el Festival Internacional de Edimburgo y Avignon. Una compañía no muy conocida en España que con este Hamlet muestra que sería interesante conocerla en nuestro país, pues asume riesgos con el mismo atrevimiento con el que lo hacen los reputados directores y compañías que por ejemplo llegan a los Teatros del Canal o el Matadero de Madrid, o pasan por Temporada Alta o por el Festival de Otoño y que tanto hacen disfrutar al respetable.

Ese conocimiento y riesgo seguramente son los que hayan condicionado la elección de la actriz Patricia Selonk para representar al huérfano príncipe de Dinamarca. Ese personaje acuciado por el fantasma de su padre y que no acepta las nupcias de su madre con su tío poco después de que muriese su progenitor. El que a Hamlet lo interprete una mujer no es nada nuevo. Es una tradición que empezó con Sarah Bernhardt, de la que en España tuvimos una gran representante en esa tradición con la Portillo haciendo de Hamlet en el mítico montaje de Pandur en el citado Matadero de Madrid. Montaje con el que el Hamlet de Río se une por la intensidad y la furia con la que está hecho y esa referencia buscada en la música pop de los últimos tiempos, aunque no solo, pues como espectáculo carioca también hay referencias a la música popular brasileña (MPB).

Patricia Selonk es parte de un elenco de buenos actores. De esos que no solo saben estar en escena, sino entrar en ella, ocuparla y decir el texto con la espontaneidad que pide el teatro y este montaje en particular. A lo que se añade que saben dotarse de la presencia escénica para ser e interpretar sus personajes y de una forma de decir que resulta contemporánea no solo por el uso del micrófono para algunos monólogos, puestos a la manera de discursos. Personajes que resultan cotidianos porque van vestidos de forma muy actual, muy de la calle. Todos los recursos enumerados hasta aquí ponen de manifiesto su necesidad de traer esta tragedia a sus coetáneos. Hacerles entender que no habla de algo caduco cuyo interés es meramente académico o historicista. No. Hamlet es una historia de hoy en día. Como dice su director, Paulo de Moraes, Shakespeare es un autor que “tiene cosas urgentes que decir sobre las guerras, la locura y nuestros políticos”. 

Seguramente por esa búsqueda de contemporaneidad, de acercarse al hoy de sus posibles espectadores, la obra empieza con una fiesta en la que los actores reciben al público, dándoles la mano o presentándose. Toda una declaración de intenciones. También les indican los mejores asientos, ya que las entradas son sin numerar, como los puestos que a uno le tocan en la vida, asientos que son una especie de viejos, aparentemente sucios y destartalados sillones. Actores que se muestran en ese recibimiento con la misma elegancia, pompa y reverencia que la que se ve en las televisiones en las recepciones reales o aristocráticas. El mismo grado de superficialidad y buena educación. Los mismos tópicos que nada tienen que ver con la vida. La vida que luego pasará a ser presentada durante la representación.

La obra, a pesar de la intensidad con la que está hecha, se permite alguna que otra nota de humor.

Un juego que pone en situación al que se sienta frente a un espacio enladrillado dividido en dos debido una cristalera. Elemento que marcará lo que pasa fuera de escena, y se ve borroso a través de dicha cristalera, y lo que pasa delante de ese cristal, los hechos que están claros en la obra. Como ocurre cuando Hamlet le cuenta a su amigo Horacio la lujuriosa relación entre su madre y su tío. Una relación que a través del cristal se torna más imaginaria que real, con cierto tono del porno que se ve en Internet, como la podría imaginar un joven Hamlet educado en las hiperconectadas sociedades urbanas actuales. O como cuando Hamlet dice ver el fantasma de su padre, en esta versión una proyección gigante con respecto a la dimensión humana de los personajes que recuerda una de las muchas fantasmagóricas emisiones en streaming o un vídeo de YouTube. Escena en la que Hamlet es el fantasma, ya que se encuentra tras la cristalera y se le ve borroso. Estableciendo un interesante juego contemporáneo de contrarios entre lo que es y lo que parece ser.

Obra que a pesar de la intensidad con la que está hecha, se permite alguna que otra nota de humor, pocas, como esa broma telefónica sobre el ser y no ser. Un humor sutil que alcanza su esplendor en la escena de la tumba con el enterrador. Propuesta en la que el director en colaboración con los actores hacen un montaje lleno de ruido, del ruido de la vida, como esas venas que pulsan en la sien, consiguiendo, no solo, dotar de sentido a la conocidísima frase final, sino mantener durante unos largos instantes el silencio en el patio de butacas, reclamando silencio, tensionando a un espectador que estaba preparado para levantarse y aplaudir. Un público que sabe que es el fin no porque conozca la obra, sino porque deja de oír su propio run-run y, mirado por un Hamlet comprensivo, que por fin entiende lo que es el resto. “El resto solo es silencio” frente al estridente ruido con el que se (pre)ocupa la vida.

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