¿Hasta qué punto es la ansiedad una emoción normal?

¿Hasta qué punto es la ansiedad una emoción normal?

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Por psiquiatra, responsable de la Unidad de estrés y ansiedad del CHRU de Lille:

Todos sentimos ansiedad ante las incertidumbres de la vida. Nos da miedo ponernos enfermos o perder a seres queridos. Esta emoción es normal y se puede considerar que desempeña una función en nuestra capacidad de adaptarnos a lo que nos sucede.

Pero para muchos de nosotros, la ansiedad deja de ser razonable y no obedece a la lógica, nos domina y nos hace vulnerables. Entonces, nos cuesta conciliar el sueño o concentrarnos. Nuestra mente se aferra a pensamientos de los que no logramos distanciarnos. La ansiedad aparece sin avisar y de repente el pánico se cierne sobre nosotros.

Nuestros familiares y amigos no siempre comprenden ese sufrimiento que no responde a una anomalía que pueda observarse o a un problema concreto. Pero la ansiedad está claramente ahí y nos arruina la vida.

En algunas personas, en ciertas situaciones y en momentos concretos de la vida, la ansiedad se vuelve enfermiza. Para poder calificarse como tal, deben cumplirse cuatro condiciones:

  • Cuando es desproporcionada y surge en relación con aspectos que no son peligrosos en sí mismos. En este caso, adquiere un carácter irracional, ilógico y no responde al sentido común. Somos conscientes de que no existe nada grave, pero no podemos entrar en razón.
  • Cuando es demasiado intensa. En lugar de ayudarnos a adaptarnos mejor a la situación, la ansiedad se convierte en algo improductivo e inútil. Cuando se supera el límite de la ansiedad moderada y se intensifica, obstaculiza lo que estamos haciendo y la sentimos como un verdadero sufrimiento.
  • Cuando se prolonga. La ansiedad se puede volver permanente y dominante. Nos impide vivir con normalidad y no nos da un respiro. Tenemos la impresión de que no acabará jamás, de que nunca veremos el final del túnel.
  • Cuando se vuelve incontrolable. Cuando no podemos dominarla, cuando sentimos impotencia, a veces incluso ira contra nosotros mismos. Nos culpamos por no poder reaccionar.

De este modo, los trastornos de ansiedad se diferencian de la ansiedad normal por la presencia de varios síntomas intensos, duraderos, que generan un verdadero malestar y entorpecen la vida diaria, el trabajo o los momentos de ocio. Estos trastornos afectan a alrededor de una de cada cinco personas y existen diversos tipos.

El trastorno de pánico: se define por la repetición de ataques de pánico (crisis agudas de angustia), algunos de los cuales son imprevisibles y suponen molestias diarias y una ansiedad anticipada («miedo a tener miedo») casi permanente.

Las fobias: se caracterizan por un temor intenso y percibido como excesivo ante objetos o situaciones que no son peligrosos realmente. Cualquier enfrentamiento (real o imaginario) con el objeto o la situación que las causan provoca una ansiedad que puede ser grave y llegar a desembocar en un ataque de pánico. No obstante, la angustia desaparece en el momento en que la persona se siente «a salvo».

Se distinguen dos formas de fobia:

  • las fobias específicas relativas a un solo tipo de objeto o a una situación simple (a los animales, a la sangre, al avión, etc.),
  • la agorafobia, definida por el miedo y la evitación de situaciones en las que a la persona le resultará difícil huir o encontrar ayuda, como las multitudes, grandes almacenes, salas de concierto o transportes públicos.

Las fobias sociales (también denominadas trastornos de ansiedad social) se caracterizan por un temor intenso a la opinión de los demás y a que nos juzguen. La persona teme exponerse a actividades diarias como hablar o actuar en público. Las fobias sociales responden a un verdadero trastorno de ansiedad que no hay que confundir con simple timidez.

El trastorno de ansiedad generalizado se caracteriza por una preocupación prácticamente permanente y duradera (al menos seis meses), relativa a distintos motivos de la vida diaria (riesgo de accidentes o de enfermedades de uno mismo o de familiares, anticipación de problemas financieros o profesionales, etc.), sin que sea posible «entrar en razón» y controlar estos pensamientos. Estos generan un estado de tensión permanente, tanto física como psíquica.

La ansiedad, en las distintas formas citadas anteriormente, constituye el problema psicológico más frecuente. Diversos estudios realizados sobre un gran número de sujetos en todo el mundo demuestran que entre el 15 y el 20 % de los encuestados sufre un trastorno de ansiedad en algún momento de la vida, según un estudio publicado en 2005. Las fobias específicas son las más frecuentes (11,6 %), seguidas de la ansiedad generalizada (6 %), las fobias sociales (4,7 %), el trastorno de pánico (3 %) y la agorafobia (1,8 %).

Los estudios han demostrado que los trastornos surgen en los adultos jóvenes (personas de 18 a 35 años) y a veces incluso en niños (ansiedad por separación, fobia social…). Tras un periodo de estabilidad en la mediana edad, se observa un nuevo repunte a partir de los 65 años. Todos los estudios indican que la ansiedad afecta al doble de mujeres que de hombres. Esta particularidad no tiene una sola explicación y se han planteado varias hipótesis, como características biológicas y hormonales, factores sociológicos (la función social de las mujeres) o psicológicos (sensibilidad).

Los trastornos de ansiedad afectan a todas las categorías sociales y a personas de todos los orígenes. La ansiedad parece ser más frecuente en ciudades que en entornos rurales. Esto se atribuye al estrés de las ciudades relacionado con la urbanización. La contaminación también podría desempeñar una función en el sistema neurobiológico de la ansiedad.

¿Por qué sentimos ansiedad? Durante mucho tiempo, la ansiedad se atribuyó a una naturaleza débil y emotiva o a una falta de voluntad, antes de que se reconociera que tenía causas tanto médicas como psicológicas y que no se han precisado todavía.

En cuanto a la biología, los investigadores no han encontrado ninguna anomalía y apuntan más bien una exageración del funcionamiento biológico normal. No se ha encontrado ningún gen que codifique un neurotransmisor o una enzima implicada en la biología de la ansiedad.

Los nuevos métodos de exploración del cuerpo y del cerebro como el diagnóstico por imagen (escáner, resonancia magnética), la neurobiología y la genética demuestran alteraciones cuando se produce ansiedad. Al sufrir ansiedad, las estructuras del cerebro implicadas en la reacción del miedo muestran sensibilización, como indica este estudio publicado en 2016.

Por lo tanto, para las personas que presentan una vulnerabilidad genética, la intervención en los factores de estrés y sus consecuencias psicológicas sigue siendo la mejor forma de prevenir la aparición o la evolución de un trastorno de ansiedad.

Sabemos que la ansiedad no puede explicarse únicamente por la biología y la genética. También existen causas psicológicas, como los acontecimientos vividos en la infancia, la educación y las experiencias que han dado forma a nuestra personalidad. La ansiedad es una emoción fundamental, necesaria en el desarrollo del niño, en la construcción de su personalidad y su adaptación al mundo y a sus peligros.

La ansiedad no solo se trata, sino que también se gestiona y podemos aprender a aceptarla para que deje de ser un obstáculo en la vida. Se puede actuar sobre la propia ansiedad. Cuando se tiene un carácter ansioso, no se va a cambiar, pero, poco a poco, podemos reaccionar de forma totalmente distinta ante circunstancias que antes fomentaban la mecánica de la ansiedad. Con el tiempo, podemos llegar a comprender mejor nuestras reacciones.

Cuando la ansiedad es más fuerte y más resistente, podemos recurrir a tratamientos. Los medicamentos ansiolíticos calman de forma transitoria la ansiedad, pero exponen a la dependencia. Como tratamiento de fondo, se recomiendan los antidepresivos que actúan como un verdadero filtro emocional. No obstante, hay que limitar el consumo de medicamentos y proponer otros métodos igualmente eficaces, sobre todo las psicoterapias.

Los medicamentos se prescriben cuando es necesario mitigar los síntomas y cuando no es posible hacerlo de forma inmediata con otros medios. No hay que considerarlos como un fin en sí mismos, sino que se debe recibir otro tratamiento que implique un compromiso personal, como las terapias cognitivas y conductuales (TCC). Con técnicas de relajación y de meditación se pueden aliviar también los síntomas. Las TCC y la meditación de conciencia plena tienen una eficacia equivalente a los medicamentos, con la ventaja de que sus efectos son más estables y, además, evitan la recaída.

Artículo traducido gracias a la colaboración con Fundación Lilly

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original 

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