Hierba mala nunca muere

Hierba mala nunca muere

Si quieres la paz prepárate para la guerra. Hay que ser tonto o ingenuo para no verlo.

Acto de Putin en el aniversario de la invasión de CrimeaAnadolu Agency via Getty Images

Europa creía haber exorcizado para siempre la maldición de las batallas de religión o de cualquier fanatismo o afán territorial que habían convertido al continente en un enorme cementerio. Tras la II Guerra Mundial y la ocupación forzosa soviética de numerosos países nació la OTAN como dique de contención. Y, en efecto, como han venido diciendo todos sus secretarios generales desde entonces, ha sido una “formidable” maquinaria de paz. Hay un dicho cargado de sabiduría que nos han legado los clásicos: Si vis pacem, para bellum. Si quieres la paz prepárate para la guerra. Hay que ser tonto o ingenuo para no verlo.

Y casi de repente, pero con indicios que no quisieron tomarse en serio, Vladimir Putin invade Crimea, y la desgaja de Ucrania. Los nostálgicos de la URSS, jodidos por la hecatombe de sus creencias, era y es imposible disimular la miseria y la falta de libertades en el presunto ‘paraíso’ soviético, buscaron disculpas a esa anexión por las armas.

Siempre puede encontrarse una causa que lo explique, o que lo matice, hurgando en el baúl de los recuerdos. O una buena conspiración en tiempos paranoicos. No hay nada mejor que un contubernio judeo-masónico para desviar la atención del núcleo del problema. Todo dictador que se precie ha creado su fantasma personal al que echar mano en un apuro: Franco y Carrero creyeron hasta el final en una de las grandes fake contemporáneas, que era una trola rusa: el supuesto ‘protocolo de los siete sabios de Sión’.

El presidente ruso, que ha ido secuestrando la democracia que empezó con la glasnost y la perestroika de Mijaíl Gorbachov, y que el borrachín vodka-adicto de Boris Yeltsin convirtió en una piñata en la que se formaron los oligarcas, ha modelado el ‘putinato’, un régimen autocrático, depredador de las riquezas naturales, hecho a su imagen y semejanza. Y es terrible, da escalofríos y una tremenda sensación de impotencia ver en los documentales cómo se ha ido construyendo todo ese tinglado diabólico. Paso a paso, subiendo los escalones del delirio: cómo los jueces y fiscales son meros peleles; como el Kremlin envenena a los disidentes; como se han actualizado los gulags; cómo se persigue a la prensa; cómo se monta un trampantojo para acusar al mundo exterior de rusofobia, cómo se cambian las leyes sin atisbo de crítica, sin que se permita una oposición; cómo se convierten mitos y leyendas en fuentes del derecho legitimadoras de guerras insensatas y de una crueldad medieval que creíamos desterrada.

A todos nos concierne, a pesar de la distancia y la ‘isla ibérica’, el combate que se libra en Ucrania (y antes en Crimea) y las amenazas que se ciernen sobre Polonia y las repúblicas bálticas

Perdón: ‘operaciones militares especiales’. Para no variar, lo que es una  temeridad, se intenta ocultar la realidad; para eso se persigue y amedrenta a los medios de comunicación independientes, por una parte, y por la otra se trata de cortocircuitar a las redes sociales. Pero es en vano. En la era de internet ocultar los hechos, disfrazar la verdad, es una misión imposible: la comunicación alternativa es piramidal: lo que graba con su móvil un chico ucraniano y reenvía a su lista de wasaps crece exponencialmente. Un bombardeo en un núcleo residencial; un hospital despanzurrado; un paisaje de tierra quemada, literalmente. Este tipo de documentos además de la credibilidad visual, explica a los rusos el porqué miles de familias no tienen noticia de los jóvenes que fueron a ‘liberar’ esa ‘tierra prometida’. Están muertos o heridos, y en el mejor de los casos, hechos prisioneros.

La cifra de caídos en combate no para de subir y el dato de 10.000 se considera en algunas fuentes tirando a moderado: los ‘brillantes’ estrategas de Moscú se han topado con una feroz resistencia ucraniana y encima no han tenido en cuenta aspectos logísticos claves. Blindados hechos chatarra. Incapacidad de reacción por un mando muy centralizado. De ahí, la cifra de siete generales y varios coroneles liquidados por tiradores de precisión. Es cuestión de poco tiempo que todo se sepa.

¿Se entiende ahora por qué los antiguos países de soberanía limitada (o sea, esclavos sin tapujos ni vergüenzas ajenas) en cuanto cayó el comunismo real y colapsó el Pacto de Varsovia abrazaron la OTAN? A la vista de lo que estamos viendo, tenían poderosas razones. La Alianza Atlántica impidió la conflagración, ciertamente, pero no desapareció el enemigo, que a falta de mejor definición viene a ser el comunismo del siglo XXI. Dictadura con oligarcas. Y un líder que, en la práctica, quiere ser un Zar (término que se deriva de César): absolutismo con siervos.

Las imágenes de los telediarios son la mejor acta notarial del horror de la guerra de Putin, que ha traspasado todos los límites. Esta no es una guerra menor; ni una guerra por un trozo de tierra. La historia es una lucha continua, un tour de force inacabable entre la democracia y la dictadura. Igual que en el seno de las democracias, como explica en sus cartas Thomas Jefferson, la tensión es entre la izquierda y la derecha. Rodríguez Adrados en su Historia de la democracia, de Solón a nuestros días, desmenuza el sistema de partidos en la Grecia clásica. Y de Pericles, por cierto, dice que fue el primer socialdemócrata.

Esto es lo que se está dirimiendo en los últimos años en el ‘continente de la tranquilidad’. La aparición de los nacionalismos populistas, el resurgir de la extrema derecha y, en menor medida, pero ya asoman la patita, la extrema izquierda, son síntomas inquietantes. ‘Suenan tambores de guerra’, se ha dicho como aviso preventivo desde hace años ante este revival de los fantasmas que cabalgaron desbocados en el pasado. Y sí, pese a las almas de cántaro que lo negaban mientras discutían, y siguen haciéndolo, sobre el sexo de los ángeles, arcángeles y serafines, sonaban.

A todos nos concierne, a pesar de la distancia y la ‘isla ibérica’, el combate que se libra en Ucrania (y antes en Crimea) y las amenazas que se ciernen sobre Polonia y las repúblicas bálticas. España no es ajena a un fenómeno que, en el fondo, desborda todas las fronteras. La única esperanza es que el esfuerzo bélico y el fracaso estratégico y táctico, junto con la panoplia de sanciones internacionales, así como esa verdad que hará libre a la sociedad rusa, dinamiten desde dentro el putinismo.

Es inevitable el rearme de Europa porque el mal, lo estamos viendo en todo el mundo, nunca descansa

Ya ha pasado un mes para lo que se inició con la trompetería de un desfile militar que iba a durar dos días. El agresor no solo se ha empantanado sino que ha hecho añicos la fama de su ejército y ha debilitado al país en todos los aspectos. La difusa sonrisa de Xi Jinping no puede ocultar la complacencia ante las dificultades de su vecino; aunque tampoco le interesa para su penetración en la economía global una victoria arrolladora de EEUU y las democracias liberales.

La ‘lección aprendida’ por la izquierda cándida o tropicalizada española, esa a la que Alfonso Guerra llama boba, debe ser que no se pueden desatender los equilibrios y los riesgos tanto lejanos como de aquí al lado. El yihadismo en el Sahel, en fase de expansión; el conflicto entre Argelia, que pierde la batalla de la RASD, una creación suya en la ‘guerra fría’, y Marruecos, en plena escalada militar, con firmes apoyos internacionales y un salto económico reconocido por la ONU… son factores que apuntan hacia la incertidumbre en el área atlántico-

mediterránea. La disuasión tiene que ser en las dos direcciones.

Ucrania es un punto de inflexión. Todos tenemos que sentirnos ucranianos y ser solidarios de la única forma efectiva: ayudándoles a rechazar la agresión. Y eso no se hace con rogativas y sahumerios: es inevitable el rearme de Europa porque el mal, lo estamos viendo en todo el mundo, nunca descansa. Hierba mala nunca muere. Los tiempos del todo va bien han pasado de golpe y porrazo. A sangre y fuego. Las tradiciones valen hasta que dejan de valer. Entender el pacifismo como lo entiende la izquierda trasnochada y quizás trastornada de la revolución pendiente, como inacción, desarme y ‘hágase en mí según tu voluntad’ es el mejor camino hacia la derrota. Nuestra tarea es entregar a las nuevas generaciones europeas un legado de democracia, paz, seguridad y libertad. Amén.