Sí, mi hija tiene el pelo corto y es chica

Sí, mi hija tiene el pelo corto y es chica

Si no puedes o no sabes hacer una pregunta educada, no preguntes ni digas nada. No te quedes mirando. Ve a casa y ponte a leer. O pregúntale a Google.

La hija de Alyssa Walker construye un castillo de arena y su hijo juega en el fondo de la imagen.Alyssa Walker

“¿Eso es un chico o una chica?”.

Eso, amigos, es mi hija. Oye vuestras preguntas y percibe vuestras miradas. Y no es eso. Es un ser humano de 5 años. Le gusta jugar al aire libre, dibujar autorretratos, ser una sirena, cantar My Shot en el súper, ir en motos de juguete con su hermano, hornear galletas los días lluviosos y un millón de cosas más que hacen los niños. 

A veces lleva vestidos. Otras veces, sudaderas. Alguna vez se viste de astronauta, de cerdo o de donut. A veces, de las tres cosas a la vez, de lo que llama astrocerdonut. Y lleva el pelo corto.

Esa última característica no debería ser lo que le hiciera destacar. A no ser que, por ejemplo, llevara el pelo en punta, con un tinte neón o con palabras y patrones grabados con cuchilla. Entonces podría comprender las miradas de la gente (yo también me he quedado mirando peinados llamativos y he deseado tener la confianza para atreverme a hacerme uno).

Pero este no es el caso.

Soy una chica con el pelo corto, mamá. ¿Qué le pasa a la gente?

No es que desee tener el pelo morado en punta ni palabras grabadas por encima de la oreja. Esto va por la gente que nos habla en el súper cuando mi hija está cantando My Shot, no para mostrar su asombro por el hecho de que con 5 años ya casi se haya memorizado las canciones del musical Hamilton sobre uno de los padres fundadores de Estados Unidos, sino para decirme: ”¿Tu hijo canta?”.

Mi hija me mira y me dice con los ojos: “Díselo, mamá”. Y eso hago.

“Es mi hija y está cantando una canción de Ham...”, empiezo a decir hasta que me interrumpen.

“Tu hijo... quiero decir, tu hija...”.

Está cantando, imbécil.

Nos vamos y mi hija sigue cantando:

There’s a million things I haven’t done. Just you WAAAAIIIIIT”. [Hay un millón de cosas que aún no he hecho. Tú espera y verás].

Sigue cantando en el pasillo de los pepinillos. Oigo a unos desconocidos preguntarse en voz alta si he dejado que mi hijo se vista como una niña o si he dejado a mi hija vestirse como un niño. Dejo que se lo sigan preguntando.

Supongo que tú también te lo estás preguntando. No pasa nada, pero sí que pasa.

Mi hija es una chica, independientemente de cómo defináis ese término. Es muy obstinada cuando dice: “Soy una chica con el pelo corto, mamá. ¿Qué le pasa a la gente?”. Y si algún día decide cambiar alguna parte de esa afirmación, ¿qué pasa? Es ella misma, yo soy su madre, quiero a mis hijos y eso es todo. Eso es todo para mí, al menos.

Soy consciente de aquello por lo que está pasando. Está descubriendo que algo pasa, y su hermano también. Lo que aún no saben es qué es lo que pasa.

  Los hijos de Alyssa Walker durante su primera aventura en kayak.Alyssa Walker

Lo del súper no fue un incidente aislado.

En el campo de fútbol:

Un padre: “¡Gol! Espera, ese chico tiene nombre de chica... Espera, espera, creo que es...”.

Yo: “Sí, a mi hija le encanta el fútbol, y a su hermano, también”.

En la peluquería: 

(Mi hija esperando en una silla a que le corten el pelo a su hermano).

Peluquero: “¿Le corto el pelo a este chaval también?”.

Yo: “Sí, por favor, a mi hija también”.

Peluquero: “Ah... Es que... Esto... No cortamos el pelo a niñas”. 

Un par de tijeretazos, pago, salimos y nos vamos andando.

Mi hija con los brazos en jarras: “Mamá, ese hombre me ha discriminado por ser chica”.

Mi hijo, ceñudo: “Ojalá pudiera devolver el corte de pelo, mamá”.

Sí, de verdad utilizó la palabra discriminado.

En la piscina:

Desconocido: ”¿Qué hace tu hijo en bikini? O es una... Ah... Tienes otro hijo, pero él lleva un bañador normal”.

Yo: “Sí, a mis hijos les gusta nadar”.

Dando un paseo:

Desconocido: “¡Qué ¿niños? más guapos tienes!”.

Mi hija: “Díselo, mamá, díselo”.

Lo que me molesta y no me deja dormir es que esas situaciones no están bien.

Es normal tener curiosidad por las cosas que no comprendes, lo sé. Si alguien tiene una duda o está confuso por algo, puede formular una pregunta de forma educada. A mí me resulta efectivo cuando soy la que no sabe algo. Si no puedes o no sabes hacer una pregunta educada, no preguntes ni digas nada. No te quedes mirando. Ve a casa y ponte a leer. O pregúntale a Google. Si no sabes si tu pregunta es educada, probablemente no lo sea. ¿Por qué no dejamos que cada uno sea como quiera?

Por esto: la obsesión que tiene nuestra cultura con la identidad de género no es sana. No estoy descubriendo nada nuevo cuando digo que el patriarcado funciona bajo la premisa de un sistema binario de dos sexos. Excluyentes. O el uno o el otro. Los chicos hacen esto y las chicas hacen aquello. Lo pillo.

Quiero que mis hijos sepan que nuestro mundo tiene expectativas de género crueles, sistemáticas y plagadas de prejuicios

Sin embargo, esa forma de pensar nos retiene a todos y nos está consumiendo. Nos olvidamos de que todos somos ciudadanos del mundo.

Ojalá...

Cuando estaba embarazada, la gente me paraba en el súper (quizás debería dejar de ir al súper) y me preguntaba qué iba a tener. Eso tampoco es correcto.

“Voy a tener un bebé”, decía. Sabía que estaba siendo una borde y luego me sentía mal porque al fin y al cabo era una señora muy agradable que adoraba a los bebés y solamente tenía interés, pero la pregunta me molestó porque no es asunto de nadie. Nada de esto es asunto de nadie.

“Ya”, me decían y me acariciaban la tripa, algo que me sacaba de quicio, ”¿y de qué tipo?”.

Les respondía: “un tejón australiano” o “un cachorro” o mi favorita: “un baby shark doo-doo-doo-doo-doo-doo” o “un vampiro” o cualquier otra cosa.

Y luego me decían: “No, en serio” y yo les respondía: “En serio que es un bebé, no sé el sexo, no he preguntado”, me iba y me preguntaba de dónde viene tanto interés por conocer el sexo del bebé y por qué se considera correcto acercarse a una desconocida que está a lo suyo para hacerle preguntas sobre su cuerpo.

No es correcto.

Quiero que mis hijos sepan que nuestro mundo tiene expectativas de género crueles, sistemáticas y plagadas de prejuicios. Que nuestro sistema (la cultura, la política, todo) no funciona y que si quieren pertenecer a él (algo que tendrán que hacer porque no hay universos alternativos, por ahora, al menos), tendrán que ser amables y utilizar su poder para defenderse a sí mismos y a otros. Es una misión complicada, ya lo sé.

Quiero que sepan que mucha gente piensa que las chicas valen menos porque crecerán hasta convertirse en mujeres, y que las madres valen aún menos, silenciadas en un rincón que hasta el Gregorio Samsa de Kafka consideraría insoportable. Quiero que sepan que los chicos lo suelen tener más fácil en este mundo. Que “así son las cosas” no lo es todo.

Y, al mismo tiempo, quiero que sean niños, porque eso es lo que son. Quiero escudarlos de la ignorancia y de otras cosas terribles, pero también quiero que sepan cómo es el mundo (y cómo no), aunque sea superficialmente. Es complicado, pero estoy haciendo todo lo que puedo.

Mi hija no se deja el pelo corto como reivindicación política ni para plantar cara a las expectativas de género. Lleva el pelo corto porque se siente más cómoda. Así es. Dice que corre más rápido. Y con eso sobra.

Por muchas ganas que tuviera mi hija de participar en un musical de Broadway sobre una revolución, nunca tuvo intención de ser parte de una revolución real. Ahora empieza a comprender que ya lo es.

Alyssa Walker es escritora y editora. Su trabajo ha aparecido en The New York Times, Engadget y otros medios. Está escribiendo su primera novela. Puedes saber más de ella a través de su página web y seguirla en @lysmank.

Este post fue publicado originalmente en el ‘HuffPost’ Estados Unidos y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.