Insultos, acoso y amenazas de muerte: cómo el covid ha puesto a los científicos en la diana

Insultos, acoso y amenazas de muerte: cómo el covid ha puesto a los científicos en la diana

Desde la pandemia, el odio en redes se dirige (también) hacia los divulgadores, y esto tiene consecuencias.

Manifestación de negacionistas en agosto de 2020 en Madrid.Marcos del Mazo via LightRocket via Getty Images

¿Quién no ha recibido algún comentario ofensivo en Twitter? ¿Quién no ha tenido que silenciar o bloquear alguna cuenta que se estaba pasando de la raya? ¿Quién no ha cerrado alguna vez su propia cuenta porque ya no podía más? No debería ser normal, pero a medida que crece la visibilidad en redes de una persona, y sobre todo si pertenece a determinados ámbitos, esto se convierte en el pan de cada día. Hasta hace dos años, la ciencia no formaba parte, en general, de esos ámbitos más sensibles. Desde la llegada del covid, sí, y esto ha tenido consecuencias para los investigadores y expertos, así como para su divulgación. 

Según un estudio de la revista Nature publicado hace un mes y realizado entre más de 300 científicos de diferentes países, el 60% de los participantes había recibido algún ataque por hablar públicamente sobre el coronavirus, más del 20% había sido amenazado con violencia de tipo físico o sexual, y el 15% había recibido amenazas de muerte.   

A los epidemiólogos consultados por El HuffPost todo esto les suena demasiado, aunque curiosamente tratan de minimizar su caso. Salvador Macip, doctor en Medicina e investigador de la Universidad de Leicester, forma parte de ese no tan selecto club de científicos que han sido amenazados de muerte simplemente por explicar la situación de la pandemia y dar su opinión sobre algún tema relacionado.  

Hasta cierto punto, te acostumbras a que te insulten por Twitter, pero esa vez la cosa pasó de castaño a oscuro

Macip, que es catalán pero reside en Inglaterra, recuerda que ocurrió “justo cuando se empezó a hablar de vacunar a los niños”. Cuenta que le entrevistaron en televisión, y “eso atrajo la ira de los grupos antivacunas, que son especialmente sensibles con el tema de los niños”. “Hasta cierto punto, te acostumbras a que te insulten o a que te escriban de forma maleducada por Twitter, pero esa vez la cosa pasó de castaño a oscuro”, explica. “Se creó una campaña organizada en Instagram, en Facebook y en YouTube, de gente que me insultaba y que llegaban a escribir amenazas físicas e incluso de muerte. Esto ya fue a otro nivel”, describe.

Bloquear y “esperar a que se cansen”

Los acosadores le decían que sabían dónde vivía y que iban a ir a por él. Macip, sin embargo, trató de no darle mucha importancia. “Cerré los comentarios en redes un par de semanas, bloqueé a mucha gente, y esperé a que se cansaran”, cuenta. 

El epidemiólogo Pedro Gullón también sabe de lo que habla su colega. Hace un mes, cerró temporalmente su cuenta de Twitter por el acoso de haters y trolls que, sin ser negacionistas, no toleraron su postura sobre los medidores de CO2 y los filtros HEPA. “Me llegaron varios insultos por unas declaraciones y dije: ‘Paso’”, recuerda Gullón, que insiste en que “no fue nada grave”, pero “llevaba un tiempo” sin que le pasara “algo así” y prefirió desconectar. “Tampoco es para tanto, pero cuando no estás acostumbrado te choca. Y me cansé”, dice.  

Este acoso forma parte de un problema mayor que tenemos con las redes y la facilidad con la que se emplea el odio ante una visión contraria

Para Alexandre López Borrull, experto en fake news e investigador de la UOC, esta es una de las claves. Este tipo de acoso no es del todo nuevo en redes sociales, pero para los científicos, sí. “La exposición mediática que ha tenido este colectivo a raíz de la pandemia ha dirigido hacia ellos un tipo de violencia verbal a la que no estaban acostumbrados, y que en otros ámbitos de más visibilidad llevan sufriendo un tiempo”, explica López Borrull. El experto recalca que no trata de “minimizar” la cuestión, sino de “contextualizarla”, al considerar que forma parte de un “problema mayor que tenemos con las redes sociales y la facilidad con la que se emplean el odio y la poca argumentación frente a la visión contraria”, señala.

Lo cierto es que desde hace aproximadamente dos años el conocimiento científico en redes, de algún modo, se ha democratizado, y esto ha tenido consecuencias positivas, pero también negativas. “En el momento en el que todo el mundo puede opinar sobre un preprint o un artículo sobre el uso de una vacuna, empiezan a verse críticas que no tienen que ver con la argumentación científica”, explica López Borrull. Estas pueden venir de parte de movimientos negacionistas y conspiranoicos, pero no sólo eso; “también de gente a la que no le gustan determinadas decisiones”, cita el experto. 

El caso de Fernando Simón y sus homólogos extranjeros

Durante muchos meses, en España, la figura que catalizó todo ese odio fue Fernando Simón. El director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias (CCAES), designado en 2012 por la entonces ministra de Sanidad del PP Ana Mato, saltó a la ‘fama’ de la noche a la mañana por dar las cifras de contagios covid a diario y tratar de explicar las nuevas medidas que tomaba el país. Simón —que afortunadamente para él no tiene perfil en redes sociales— fue objeto de burla, mofa, humillación, acoso familiar, reproches e incluso denuncias ante los tribunales.   

  Fernando SimónJ. Hellí­n. POOL/ Europa Press via Getty Images

Alexandre López Borrull explica que, en este caso, Simón no era sólo visto como científico, sino como “portavoz del Gobierno central en los peores momentos de la crisis”. El artículo de Nature refleja que los homólogos de Simón en otros países también han sufrido graves casos de acoso, hasta el punto de que al estadounidense Anthony Fauci le asignaron seguridad personal después de que su familia recibiera amenazas de muerte, y el belga Marc Van Ranst tuvo que ser evacuado junto con su familia a un lugar seguro cuando un francotirador decidió salir a la caza de virólogos. 

“Cuanto más prominente seas, más acoso vas a recibir”

“Cuanto más prominente seas, más acoso vas a recibir”, apunta la historiadora Heidi Tworek, que estudia el acoso online a divulgadores durante la pandemia, a la revista Nature. Tworek también ha observado que si además de científica eres mujer y/o racializada, los insultos se harán sobre esa base. 

Los insultos misóginos o con contenido sexual son el clásico comodín para desacreditar a una mujer, pertenezca o no al ámbito de la ciencia. Se vio, por ejemplo, en julio de 2020, cuando la periodista y divulgadora Rocío Vidal (conocida como ‘La gata de Schrödinger’) fue hostigada y acosada en una manifestación antivacunas que había ido a cubrir, mientras uno de los organizadores, aparte de humillarla, desacreditarla e infantilizarla llamándola “querida” a gritos, comentaba sobre su “bonito físico”.

Conociendo casos así, el epidemiólogo Mario Fontán comenta a El HuffPost que, “comparativamente”, lo suyo es “mucho más leve”. Él ya se ha acostumbrado a recibir “insultos por Twitter” en los que le acusan de tener “intereses ocultos”. Le ocurre, principalmente, cuando habla de temas “polémicos”, como la apertura de colegios o la transmisión del covid por aerosoles, cita.

Utilizan dinámicas muy tóxicas en las que una de estas cuentas cita tu tuit, y el resto de perfiles similares se abalanzan

Aunque ya ha “bloqueado o silenciado” muchas de estas cuentas, Fontán ha observado que los acosadores son casi siempre los mismos. “Cada vez que toco estos temas, me llegan mensajes muy agresivos desde los mismos perfiles. Utilizan dinámicas muy tóxicas en las que una de estas cuentas cita tu tuit, y el resto de perfiles similares se abalanzan”, detalla. Al epidemiólogo le llama la atención cómo estas personas actúan como parte de “grupos cuasirreligiosos”. 

El investigador Alexandre López Borrull explica esto. “Algunas de estas comunidades usan Telegram y otros sitios para difundir y ahí, en sus grupos, ponen: ‘Mira lo que ha hecho este’, citando a algún científico”, cuenta. A partir de ese momento, el divulgador recibe una avalancha de comentarios y tuits, algunos rebatiendo su postura y otros, directamente, con insultos y críticas ad hominem

“Autocensura” y “que divulgue tu tía”

Todos los expertos consultados coinciden en que, en conjunto, estas malas experiencias son minoritarias dentro de todo el feedback que reciben, pues son muchas más las personas que les agradecen que se tomen el tiempo de aclarar conceptos y argumentar medidas. Pero aun así, el acoso cala. 

“Si a lo mejor antes comentaba más a la ligera sobre estos temas, ahora me lo pienso mucho más”, reconoce Mario Fontán. La investigación de Nature también refleja esta tendencia, que López Borrull califica de “autocensura”. “Muchos científicos deciden callarse para evitar enfrentarse a estos colectivos”, afirma el experto, que lo considera “un problema”, sobre todo “en un contexto en el que la ciencia tiene que ser abierta y difundirse”.

Si a lo mejor antes comentaba más sobre estos temas, ahora me lo pienso mucho más

En cualquier caso, López Borrull entiende la postura de quienes deciden callarse y dejar de divulgar como antes. “Sienten que no tienen por qué aguantar determinado tipo de ataques, que eso no va con su oficio”, señala.  

Cuando Salvador Macip empezó a recibir amenazas de muerte hace unos meses, decidió que “eso no [le] iba a frenar”. “Salgo a divulgar porque creo que puedo ayudar, es mi pequeña contribución”, explica Macip, que por otro lado advierte de que el acoso de un “grupo de radicales, por mínimo que sea”, puede tener “un efecto importante” en la divulgación y, por tanto, en la sociedad. “Nosotros lo hacemos por conciencia, de forma gratuita, porque creemos que es bueno para la sociedad, pero si encima hay que aguantar insultos y amenazas, habrá gente que diga: ‘Que divulgue tu tía’”, dice. 

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Marina Velasco Serrano es traductora de formación y periodista de vocación. En 2014 empezó a trabajar en 'El HuffPost' como traductora de inglés y francés en Madrid, y actualmente combina esta faceta con la elaboración de artículos, entrevistas y reportajes de sociedad, salud, feminismo y cuestiones internacionales. En 2015 obtuvo una beca de traducción en el Parlamento Europeo y en 2019 recibió el II Premio de Periodismo Ciudades Iberoamericanas de Paz por su reportaje 'Cómo un Estado quiso acabar con una población esterilizando a sus mujeres', sobre las esterilizaciones forzadas en Perú. Puedes contactar con ella escribiendo a marina.velasco@huffpost.es