Inversiones “verdes”: de loables a impostergables

Inversiones “verdes”: de loables a impostergables

Como ya ha pasado con la energía y el transporte, las finanzas sostenibles también demuestran que son rentables.

EFE

Hasta hace pocos años, hablar de “inversiones verdes” era casi un oxímoron. Eso de cuidar el planeta estaba bien, pero imaginar que abrazando los postulados de la ecología era posible hacer dinero era poco menos que un delirio.

Sin embargo, mientras escribo estas líneas, el término arroja casi 21 millones de resultados en un buscador de internet, y existe una gama cada vez más variada de instrumentos financieros de todo tipo que apuntan, precisamente, a conciliar las dos cosas.

También es cierto que apenas a comienzos de este siglo las energías alternativas a los combustibles fósiles eran impagables, los automóviles eléctricos cosa de ciencia ficción, e invertir en sustentabilidad tenía que ver más con la filantropía que con el rendimiento.

La percepción general en la comunidad inversionista era que se trataba de esfuerzos loables, pero de ningún modo redituables. 

Pero la tecnología avanzó, algunos gobiernos y corporaciones se comprometieron con la búsqueda de nuevas opciones y el cambio climático y sus consecuencias se hicieron más evidentes, con lo cual las cosas comenzaron a cambiar.

De hecho, han cambiado tanto, que en los últimos 14 años el mercado de los llamados “bonos verdes” ha crecido a un ritmo de 95% al año, y para diciembre de 2020 se estima que se había emitido un billón (trillion en inglés) de dólares

A pesar de que en otros ámbitos, los términos “verde”, “sostenible” o “ecológico” pueden significar una diferencia importante de precio con respecto a lo “normal”, los bonos “verdes” suelen tener el mismo precio que los bonos regulares.

Invertir en bonos verdes, entonces, es lo mismo que invertir en cualquier otro bono, pero con un componente adicional. Y además, con beneficios importantes tanto para los emisores como para los inversionistas. 

Aunque requieren más trabajo que un bono “normal” (volveré sobre esto más adelante), los emisores tienen la ventaja de poder “mostrar” sus activos “verdes”, mejorar su imagen pública y diversificar su base de inversionistas.

Para los inversionistas tienen la ventaja de que los requerimientos de transparencia y uso adecuado de los fondos son mucho más exigentes. De hecho, los propios inversionistas están más atentos al destino final de su inversión.

Pero están mucho más atentos aún a su impacto real en los problemas que pretenden resolver (o reducir). Los bonos verdes requieren, entonces, un control muy cercano del uso de los fondos y un esfuerzo minucioso para reportar los resultados. Por eso dan más trabajo.

También hay mucha más vigilancia de las organizaciones ecologistas y la sociedad civil para que este tipo de inversiones no se conviertan en un mero ejercicio de relaciones públicas para mejorar la imagen de inversionistas y corporaciones (el llamado “greenwashing”). 

Por eso los emisores dedican grandes esfuerzos en diseñar instrumentos que de verdad contribuyan a la sustentabilidad, y que no se conviertan en una mera etiqueta para mejorar la apariencia de las carteras de inversiones.  

No cabe duda de que un momento clave para este despegue de las inversiones verdes fue la Cumbre del Clima, en París (2015). Los compromisos que asumió el mundo para cuidar el planeta tuvieron, naturalmente, impacto en el mundo financiero.

Básicamente, la comunidad inversionista se dio cuenta de que invertir a largo plazo no tenía sentido si no se garantizaban, también a largo plazo, la buena salud del planeta y la supervivencia humana. 

Es un esfuerzo global en el que están comprometidos los bancos centrales, los bancos de desarrollo, la banca privada y cientos de gobiernos en todo el mundo. Las finanzas verdes llegaron para quedarse y tienen cada vez más sentido.

De hecho, las cláusulas de sustentabilidad y mitigación del cambio climático ya son prácticamente estándar en casi todos los contratos de préstamo de la banca de desarrollo del mundo y de América Latina. 

En el contexto actual, a pesar de sus devastadoras consecuencias para millones de familias en el mundo, la necesaria recuperación post-COVID abre la puerta a imaginar la construcción de una nueva economía más “verde”, más sustentable. 

Ya no se trata de tener opciones a la hora de invertir. Se trata de que la realidad impone que las inversiones miren mucho más allá del mero retorno, y se centren en su impacto social y ambiental, sin descuidar los rendimientos. 

En otras palabras, se puede proteger el medioambiente y, al mismo tiempo, obtener beneficios financieros. Las inversiones “verdes”, antes loables, ahora -por el bien de la humanidad- son absolutamente impostergables.