Jared Kushner, el hombre al que sólo su suegro manda en la Casa Blanca

Jared Kushner, el hombre al que sólo su suegro manda en la Casa Blanca

El esposo de Ivanka, un empresario del ladrillo sin experiencia pública y judío ortodoxo, ha logrado imponerse a críticos y escépticos como asesor estrella.

Jared Kushner, tras Donald Trump, durante una rueda de prensa en el Jardín de las Rosas de la Casa Blanca.ASSOCIATED PRESS

“Mi estrella”. Donald Trump señala hacia donde se encuentra Jared Kushner. El presidente de EEUU mira a su yerno con una ternura y un orgullo poco habituales en el republicano. Fue en junio, tras un encuentro con policías en Washington, al hilo de la crisis del coronavirus. Dos palabras para definir a su “asesor especial”, al hombre que más manda en la Casa Blanca después de él mismo, al esposo de Ivanka. Dicen que a veces Kushner le pone la brida a Trump. Dicen que a veces le alienta las locuras. El caso es que este empresario sin experiencia política se le ha hecho imprescindible.

Kushner (Livingston, Nueva Jersey, 10 de enero de 1981), fue una de las grandes sorpresas en el equipo del presidente cuando tomó posesión del cargo, en enero de 2017. No tenía ni idea de gestión pública. Aportaba la experiencia de ser el rico dueño de una firma de bienes raíces —herencia familiar— y el editor de un semanario, The New York Observer, comprado para influir. Con esa dote había llegado a la familia Trump y había ido escalando a la vez que el magnate subía su apuesta en política.

Primero, le llevó la estrategia en medios digitales, contratando un equipo de expertos que ensalzaran su histriónica figura. Luego, ante la caída en desgracia de Corey Lewandowski, el jefe de la campaña presidencial, tomó su relevo de facto y se rodeó de asesores afines. Hizo sombra hasta al ideólogo de cabecera, Steve Bannon. Así, en volandas, hasta Washington. “Es muy bueno en política”, repite su suegro. “Es un genio oculto, nadie se lo explica”, añade Nikki Haley, la exembajadora de EEUU ante la ONU. “Secretary of Everything”, lo llaman. El secretario o ministro de todo, un rol completamente inusual.

La prensa trata de analizar el “misterio Kushner” y siempre encuentra una huella esencial en su vida y su obra: su origen familiar. Sus abuelos llegaron a EEUU procedentes de Polonia, donde sobrevivieron al Holocausto. Por eso, se repite el clan, la vida es un milagro que hay que exprimir. Hay que ir a por todas.

La empresa inmobiliaria que fundaron los emigrantes tuvo éxito desde los años 50 y pasó luego a manos de Charles, padre del asesor. Hasta 22.000 propiedades para alquilar llegó a tener la familia, centrada en dar servicio a familias de clase media. Jared, hijo mayor, fue criado por un padre estricto y colérico, que no le dejaba ni ponerse pantalones vaqueros. Aprendió, de sus órdenes, a ser refinado en el vestir, y de sus excesos, a ser tranquilo y no perder los papeles.

Sociólogo y abogado, no fue un estudiante brillante. Pasó sin mucha gloria por una escuela judía Frisch —es ortodoxo moderno— y luego ingresó en la prestigiosa Universidad de Harvard, pero con trampa: no lo llevaron allí sus notas ni sus calificaciones deportivas, sino el dinero de su padre, que al año siguiente de su matriculación, disimuladamente, donó 2,5 millones de dólares al campus. Daniel Golden, editor de la organización periodística ProPublica, desveló este dato en 2006, en su libro The Price of Admission (El precio de la admisión), una obra en la que narraba cómo las élites de EEUU tratan de comprar títulos respetables para sus vástagos. En 2007, Jared se graduó también en la Universidad de Nueva York, especializándose en Administración de Empresas. También donación mediante: tres millones de dólares, esta vez.

El destino le puso la empresa familiar en sus manos con apenas 24 años, cuando su padre tuvo que ingresar en prisión. La acusación de evasión de impuestos, contribuciones ilegales a campañas y sobornos a testigos se enredó por una trama de película: Charles, enfadado por el reparto de la herencia familiar, contrató a una prostituta -cuyos servicios había requerido en el pasado- para enzalamar a su cuñado, llevárselo a la cama, grabarlo y, así, chantajearlo a él y a su propia hermana para que no declarasen en su contra en el juicio. El resultado fue el contrario: denuncia inmediata. Pasó 14 meses en prisión en Alabama, donde su hijo iba de visita, sin falta, cada fin de semana.

Pocos meses después, el yerno de Trump adquirió el Observer, una publicación conservadora fundada en 1987. Estuvo al frente del semanario hasta inicios de 2017, cuando entró en la Casa Blanca, cediendo su puesto a su hermano Joseph. En ese tiempo, además de comerse editores como rosquillas —seis en siete años—, sus páginas fueron un arma política pilotada para defender a su padre y los intereses afines y, luego, a su suegro. Entre otros, su diana fue Chris Christie, el fiscal federal que enchironó a su padre. Un nombre que sonaba como vicepresidente para Trump y que él quitó de la lista. “El niño te ha estado apuntando con un hacha en la cabeza”, le dijo Bannon a Christie para explicarle por qué el elegido, al fin, había sido Mike Pence.

  Jared Kushner e Ivanka Trump, en junio de 2019 en Osaka, durante la reunión del G-20. BRENDAN SMIALOWSKI via Getty Images

En esos años cruciales cuajó su alianza con Ivanka. Unos amigos comunes los presentaron en una junta de negocios. El empeño era puramente empresarial. Sin embargo, en dos años se estaban casando, después de una separación temporal porque Jared decía que no podía casarse con una no judía. La hija de Trump, hoy también asesora en la Casa Blanca, se convirtió y la boda se celebró en 2009.

La confianza plena que tiene en sí mismo se vio acrecentada por el apoyo de una mujer que es “el pilar” de su vida, dice. Y eso que Trump, al principio, no hacía más que burlarse de él, se mofaba de su voz suave y de su planta poco atlética. “No es Tom Brady”, resumía, aludiendo al jugador de fútbol americano. No le hacía ascos, ha confesado, al emblema de la saga Kushner, una torre en la Quinta Avenida neoyorkina, de 41 pisos, 140.000 metros cuadrados que valen casi 400 millones de dólares. Sólo algo menos dorado que la Torre Trump. Su fortuna se calcula en 1.800 millones de dólares, cuando la del presidente es de 3.100. Los paralelismos entre las carreras inmobiliarias de los dos hombres los ha unido fuertemente.

En ese tiempo de negocios y amores, Kushner aún era afín al Partido Demócrata que hoy lidera Joe Biden, el otro aspirante a la Casa Blanca en las elecciones del próximo noviembre. Hay constancia documentada de que cooperó económicamente en 2006 con Barack Obama. De chaval, su padre hizo que ayudase a Al Gore, el que fuera vicepresidente con Bill Clinton y candidato derrotado a la presidencia, en la búsqueda de fondos. Los analistas ahora confiesan que su ideología es “desconocida”, más allá de la lealtad de acero a Trump y a su familia.

Kushner se ve como “el buen hijo” de Trump. Si fue leal a su padre en los peores momentos, redoblando su entrega cuando entró en prisión, con su suegro le pasa algo parecido, explica el periodista Franklin Foer en un formidable perfil para The Atlantic. Su equipo sostiene que su carácter tranquilo calma al mandatario y que, a la vez, su fidelidad infinita alienta a veces las peores ocurrencias del político más poderoso de la tierra.

“Esta es la esencia del legado de Jared Kushner: la brecha entre su fe inquebrantable en sus propias buenas intenciones y la sombría realidad de la administración que él ayuda a dirigir. Una vez más, el imperativo de servir fielmente a su padre sustituto triunfó sobre cualquier otro impulso competitivo”, señala Foer.

Trump lo quiere porque aporta “la inteligencia y el poder” de la empresa privada al sector público, además de su “capacidad de aprender”. “Si Trump es el presidente de una compañía, Jared es efectivamente el jefe de operaciones”, dice de él Peter Thiel, fundador de Paypal. “Camina con la seguridad de quien tiene la espalda bien cubierta cuando se vaya”, dijo otra fuente a la CNN. El problema, sostienen los que lo conocen bien, es que esa lejanía al final se nota, deja grandes lagunas en su acercamiento a las materias y, además, eso se adereza con su tozudez a la hora de creer que tiene respuestas para todo. No siempre es así.

En su actuación ante el coronavirus, por ejemplo, se ha visto desbordado y es, posiblemente, el momento en que más inseguro se ha mostrado en todo el mandato. Hizo un buen primer acercamiento al problema, en cuanto a diagnóstico y plan de actuación, pero la mejora de los datos de contagios en verano le hizo relajarse. Luego ha vuelto la ola y, a la desesperada, prepara argumentarios que ponen en duda el uso de la mascarilla o ataca a los demócratas por ser agoreros.

Es un genio oculto. Nadie se lo explica
Nikki Haley, exembajadora de EEUU ante la ONU

Kushner ha sido importante a la hora de abordar flancos espinosos, como las relaciones con México y el muro anti inmigración (que le ha valido hasta una condecoración) y, sobre todo, el conflicto entre Israel y Palestina. Suya fue la idea de trasladar la embajada de EEUU de Tel Aviv a Jerusalén, suyo el empuje para reconocer como israelíes los Altos del Golán (ocupados a Siria), suyo el Acuerdo de Abraham que propone ayudas económicas a los palestinos a cambio de renunciar a su soberanía y el reconocimiento de Israel por países del Golfo.

Washington ya no es árbitro, sino parte, gracias a un hombre cuya familia tiene intereses económicos en los asentamientos ilegales en Palestina y que es amigo de toda la vida del primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, quien se quedaba en el cuarto de Jared cuando iba a Nueva York, amigo como era de su padre. El chaval se iba a dormir al sótano, pero luego se tomaba la revancha con Netanyahu jugando al baloncesto.

Sin saber de diplomacia, Kushner también ha sido quien ha mantenido abiertos los principales canales de comunicación con China o Canadá, en unos años en los que la guerra comercial con uno y el nuevo acuerdo económico con otro han sido temas centrales de la Administración.

Las más polémicas han sido sus relaciones con Rusia. El asesor fue citado a declarar en el Congreso para revisar la posible obstrucción a la Justicia del presidente, durante la investigación de la llamada trama rusa. Estuvo “bajo escrutinio” del FBI y del Senado. Ha quedado demostrado que tuvo encuentros con el embajador ruso, en 2016, y que se reunió con el director de un banco estatal ruso sancionado por EEUU.

Durante meses, el súper asesor no tuvo siquiera acceso a los secretos de estado, después de que el diario The Washington Post publicase que funcionarios de Israel, China, México y Emiratos Árabes Unidos habían sido escuchados discutiendo en privado sobre lo fácil que era usar a Kushner para facilitar sus intereses comerciales. Era demasiado riesgo. Tardó meses en recuperar la confianza de los servicios secretos.

Kushner, a diferencia de su suegro, tiene la cuenta limpia de tuits, y a primera hora de la mañana lo que prefiere es meditar, justo antes de hacerle el café a su esposa. Residente en Kalorama, vecino de Jeff Bezos y Barack Obama, pasea a su perro Winter y antes de las siete está de camino a la Casa Blanca. Tiene un despacho pequeño, pero estratégicamente situado al lado del comedor privado del presidente. Entre galletas de mantequilla de cacahuete y la foto de sus abuelos —lo único que se llevó al Ala Oeste—, revisa cada paso del presidente menos predecible de la historia con una mezcla de reverencia y ambición. Y lo seguirá haciendo si vencen en noviembre.

La gran pregunta es si después de la experiencia con su suegro se animará a dar él mismo el salto a la carrera presidencia. Arrojo y ganas parece que no le faltan.

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