Juan Guaidó, un año saltando obstáculos... o intentándolo

Juan Guaidó, un año saltando obstáculos... o intentándolo

El "presidente interino" de Venezuela, avalado por una cincuentena de países, no logra sacar a Maduro del poder ni unir a una oposición deslavazada

El presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela, Juan Guaidó, trepa una valla en un intento fallido de entrar en el Parlamento, el pasado 5 de enero.Associated Press

“Juro asumir las competencias del Ejecutivo nacional como el presidente encargado de Venezuela”. Juan Guaidó, un opositor casi desconocido y recién nombrado presidente de la Asamblea Nacional por problemas varios de los antichavistas (divisiones, encarcelamientos, exilios), levantaba su mano el 23 de enero de 2019 ante una populosa concentración contra el Gobierno de Nicolás Maduro, en Caracas.

Recibió aplausos, vítores y silbidos de admiración de quienes no tenían muy claro si estaba sencillamente lanzando una proclama algo teatral o iba en serio. No, no fue sólo un discurso, sino su autoproclamación como mandatario alternativo al bolivariano, que con los días fue reconocida por más de 50 países del mundo, de EEUU a España, pasando por la Unión Europea y una parte importante de América Latina.

Ha pasado un año del órdago del “chico nuevo”, como lo llamaba Maduro, pero las cosas no han cambiado demasiado en su país. No se ha cumplido ni uno sólo de los propósitos esenciales de su levantamiento: ni ha “cesado la usurpación” del Gobierno “ilegítimo” de Venezuela, ni se ha instaurado un Ejecutivo de transición ni se han convocado elecciones “libres y democráticas”.

El apoyo popular, inmenso, que cosechó en los primeros meses de su batalla se ve hoy notablemente más reducido, mientras que la oposición que lo aupó con una sola voz se muestra fragmentada como nunca. Aún así, su figura recupera terreno en las últimas semanas. ¿Se ha acabado o no se ha acabado la ofensiva de Guaidó?

La vida sigue igual

Lo reconoce el propio opositor: las cosas no han ido como esperaba. “Hago un mea culpa por no haber hecho lo suficiente (...) pero hemos hecho todo lo que ha estado a nuestro alcance”. Las calles estaban hace un año llenas contra un Ejecutivo impopular, reclamando el fin de la era Maduro, Washington le daba su aval (y su dinero, y sus medios), Europa lo encumbraba como su hombre en Caracas... pero el poder real ha seguido en manos del oficialismo.

“La cúpula de las fuerzas armadas se mantiene con Maduro, el poder judicial igualmente está controlado por el presidente, el legislativo está partido en tres [la Asamblea Nacional, que dicen presidir a la vez Guaidó y el exopositor Luis Parra, más la Asamblea Nacional Constituyente creada por el chavismo], la dictadura impone sus métodos y genera redes muy tupidas de intereses creados y lealtades férreas y, además, no hay que olvidarlo, hay quien en la base aún cree de veras en el bien de la revolución bolivariana”, explica el investigador americanista Sebastián Moreno.

El margen de maniobra del “presidente encargado” es “bien limitado. Digamos que es un enfrentamiento asimétrico, porque Maduro, eso es innegable, tiene un poder tocado pero grande, mientras Guaidó tiene autoridad moral, pero no mucho más”, ahonda.

Guaidó (36 años) sostiene que 2019 fue el año en el que se “construyeron capacidades” para hacer cosas, pero que 2020 debe ser el año de las “realizaciones”. “Eso sigue siendo una tarea pendiente y una responsabilidad”, reconoce, tratando de quitar hierro a lo poco avanzado aún. Denuncia que es Maduro y su “régimen ilegítimo” el que está “bloqueando las instituciones, generando una emergencia y bloqueando una solución al país”, pero lo cierto es que de su lado no se han dado pasos determinantes que cambien la situación y, si se han intentado dar, han salido mal.

Paso a paso

Guaidó, con una campaña centrada en hacerse fuerte en las calles, se convirtió en pocos días, tras su proclamación, en un hombre de estado, el opositor escondido en el que confiar para acabar con Maduro. La magnitud de las protestas que convocaba son buena muestra de ello, fruto del empuje de un rostro diferente y del cansancio acumulado en buena parte de la población. Les sonaba a esperanza.

Sin embargo, cada vez que hizo una apuesta importante por dar pasos que desgastasen al Gobierno no acababan por cuajar en un golpe definitivo que mandase a Maduro a la lona. En febrero, al calor de esas protestas masivas, salió de forma clandestina de Venezuela, pese a que la Justicia se lo había impedido (una maniobra para tenerlo controlado), y se presentó en un concierto antichavista en la frontera con Colombia.

La foto con el presidente Iván Duque y con cantantes como Alejandro Sanz o Miguel Bosé dio la vuelta al mundo, pero el objetivo principal no se logró: introducir desde el país vecino ayuda humanitaria para sofocar la crisis venezolana y apuntarse ese tanto de solidaridad e imagen. Ni las fuerzas armadas ni los policías de la frontera se sumaron a su plan. Alguno le ayudó a salir del país (luego regresó, sin represalias, tras una gira por América Latina), pero meter camiones con ayuda posiblemente de EEUU era otra cosa.

A finales de abril, Guaidó intentó organizar una revuelta que le diera un giro a todo: liberó al también opositor Leopoldo López (su mentor, en arresto domiciliario) y llamó a los militares y al pueblo a “cambiar” Venezuela. La Operación Libertad estaba en marcha. Maduro denunció una “tentativa de golpe de Estado”, pero todo quedó en nada, porque Guaidó no consiguió el apoyo en el Ejército que necesitaba. Lo dijo a posteriori: había pensado que tenía más apoyos entre los uniformados de los que finalmente fueron y, con esos mimbres, su toma de bases y su ascenso al poder no fueron nunca nada. La cúpula siempre estuvo con Maduro.

Las cosas se le complicaron y, como sus discursos pidiendo elecciones no calaban en el presidente, cedió y se iniciaron unas negociaciones ilusionantes con el equipo de Maduro, auspiciadas por Noruega, un país con amplia experiencia de mediación. Hubo contactos en Oslo, pero también en Barbados. Cuando se pensaba en un posible acuerdo, porque nadie había roto aún la baraja, se desplomó el sueño.

Al desencuentro esperado entre las partes y las acusaciones cruzadas de incumplimientos varios se sumó un escándalo del que los opositores aún no han levantado cabeza: la Fiscalía General abrió una investigación penal por el supuesto desvío de los fondos destinados a ayuda humanitaria, por parte de Guaidó y su equipo. “Eso ha hecho mucho daño interno, ha desunido aún más a los críticos y aún no se ha resuelto... Le esperan problemas”, pronostica Moreno.

Ese escándalo, sumado a la pelea interna entre los opositores por recibir el apoyo o los favores de países como EEUU, más las divisiones ideológicas de viejo (una cosa es que todos vayan contra Maduro y, otra, que todos piensen igual) y la falta de unidad de acción llevaron a la oposición al bloqueo actual, que ha dado lugar a episodios muy doloroso para las filas de Guaidó. Por ejemplo, una escisión crítica decidió en septiembre abrir un “diálogo nacional” con el chavismo y algún antiguo colaborador, como Luis Parra, a quien hoy Maduro apoya como presidente de la Asamblea Nacional, dieron el portazo en diciembre.

Guaidó, en un intento de tener más “autonomía”, ha anunciado este mes que deja Voluntad Popular, su partido madre, donde creció a la sombra de López, otra fractura seria que nadie sabe aún dónde va a llevarle.

Durante el otoño y el invierno, el nombre de Guaidó ha conquistado pocos titulares. Su estrella, dentro y fuera de su país, ha decaído. Han ganado la desgana por la falta de frutos, la desconfianza en otro líder que -por ahora- tampoco logra cambios. La popularidad del opositor ha pasado del 63% en febrero del pasado año al 38,9% de diciembre, según los sondeos de Datanálisis. “Quien no hace, le hace”, como dice el dicho local. Aún así, sigue siendo el político mejor valorado del país, ya que Maduro no pasa del 13%. Hugo Chávez, desde la tumba, sigue ganándole, eso sí, con un 60 de apoyos.

¿Presión? internacional

La muleta de su aliado, Estados Unidos, tampoco ha cuajado en avances. Las sanciones económica al país (sobre todo, al sector petrolero) y a miembros destacados del Ejecutivo no han hecho la mella esperada. Debilitan, pero no hunden a Maduro. Washington apostaba por lograr una “rápida transición negociada y pacífica”, en palabras del secretario de Estado, Mike Pompeo, hasta llegar a celebrar unas elecciones “libres y justas”. Para ello, ha reconocido contactos directos con el chavismo, igual que Rusia -fiel aliado de Maduro- ha hablado con los opositores. Nada.

Ahora, EEUU bastante tiene con Oriente Medio y el impeachment como para mirar a Venezuela, donde el ala dura entiende que sólo queda la opción militar pero que hoy ni se contempla. Demasiadas urgencias que taponar en otros lados por lo que, como mucho, se puede esperar un incremento de las sanciones.

La Unión Europea, entre elecciones y relevos propios, se aferra a sus comunicados y a las reuniones periódicas del llamado Grupo de Contacto, que poco han removido. Está con Guaidó y con la convocatoria de elecciones, en eso insiste.

Por su parte, Uruguay y México, más la Comunidad del Caribe, impulsaron una iniciativa, el Mecanismo de Montevideo, para buscar una solución negociada a la crisis venezolana en cuatro fases: “Diálogo Inmediato”, “Negociación”, “Compromisos” e “Implementación”. Esperando estamos. La región latinoamericana también está débil, con elecciones (Argentina), levantamientos populares (Bolivia, Ecuador, Colombia, Chile) o crisis locales (Brasil, México) como para tener los ojos puestos en Venezuela.

El informe de la Alta Comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos (ACNUDH)Michelle Bachelet, que denuncia cerca de 7.000 presuntas ejecuciones extrajudiciales en Venezuela en año y medio, más “control social” y represión de las manifestaciones, sólo sirvió para sacar un rato los colores al régimen, que niega la mayor. No ha habido represalias ni respuestas concretas a dicha denuncia.

Recuperando terreno

Tras este año yermo, Guaidó afronta el inicio de 2020 con una cierta recuperación. Es verdad que el sábado pasado sólo reunió a 500 personas en su última protesta en Caracas (frente a las decenas de miles de antaño), pero el problema generado en la Asamblea General le ha permitido, de nuevo, estar en el escaparate y demostrar su arrojo.

Por orden del Gobierno, grupos de militares y policías han estado impidiendo el acceso de los diputados opositores a la Cámara, esos que desde diciembre de 2015,  cuando ganaron las elecciones, son mayoría (112 de 167), y que elevaron a Guaidó a la presidencia. El “presidente encargado” ha protagonizado encendidos choques con esas fuerzas, se le ha visto empujando puertas y escalando verjas, hasta lograr entrar en el Parlamento y ser reelegido como presidente de la Asamblea, con 100 votos a favor. Frente a él, el presidente que reconoce Maduro, Parra.

La pelea entre los dos, antiguos aliados, es fiera, y se ha traducido esta semana en incidentes graves, cuando grupos de paramilitares, de “milicias armadas pro-régimen” (según la denuncia de Guaidó) han atacado a los disidentes a tiro limpio.

La polémica parlamentaria y el renovado apoyo internacional a Guaidó ante esta duplicidad de poder y el aniversario de su autoproclamación traen a primera línea, de nuevo, al dirigente. “Solos no podemos”, ha reconocido en público. Por eso, más allá de la guerra de medios, de exposición, tiene que reactivar a las bases. Benigno Alarcón, director del Centro de Estudios Políticos de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB), ha explicado a la agencia AFP que los venezolanos “están dispuestos” a movilizarse, con un aumento de las protestas sociales pese al retroceso de las manifestaciones políticas, pero piden “tener muy claro el objetivo”. Las últimas convocatorias, añade, “no están generando expectativas sobre su utilidad”. Conectar “lo social” y “lo político” es el desafío, agregó.

Lo mismo piensa Maryhen Jiménez, nacida en Venezuela y profesora de política en la Universidad de Oxford, citada por AP. “Es importante volver a tomar impulso (...). Pero después está el otro lado de la historia, que es la pasión de los venezolanos por un héroe”, subraya, algo que se olió en los primeros días, hace un año.

Guaidó tiene por delante el pulso en la Asamblea y el de la calle pero, también, una importante prueba de fuego, muy próxima: la de las elecciones legislativas que el Gobierno va a convocar este año, aún sin fecha, y a las que la oposición aún no sabe si va a concurrir. Perder el parlamento es perder la única institución en manos de la disidencia, de ahí el riesgo de repetir el boicot que ya hicieron los opositores a los comicios presidenciales de 2018, alegando un presunto fraude, por lo que llaman  “usurpador” a Maduro.

La presidencia de Venezuela ha avanzado que invitará a observadores de las Naciones Unidas y la Unión Europea para que supervisen el proceso. Lo que no se ve, ni cerca ni lejos, es una convocatoria de elecciones presidenciales. Ahí Miraflores no cede y, por ahora, Maduro tiene mandado hasta 2025.

Michael Shifter, presidente del Diálogo Interamericano, defiende que el diálogo es la vía que le queda a Guaidó, ante el estancamiento de la presión económica o diplomática. “El primer objetivo al que debe apuntar Guaidó es lograr elecciones democráticas, terminando así con la tensión política”, y eso se logra hablando, de forma “directa”. “Hace un año que Estados Unidos está aplicando sanciones económicas a Venezuela y Maduro está bastante cómodo, ha sobrevivido. Hay que romper con esto. Las sanciones pueden ser un instrumento para lograr la negociación y, de ahí, a elecciones”.

Así lo ve Maduro

Mientras, Nicolás Maduro sonríe al ver que no le han ido muy bien las cosas a su contrincante, el que se las hizo pasar canutas en las primeras semanas de levantamiento. Sostiene el presidente que Venezuela está hoy “triunfante”, tras un año de “agresiones imperiales” de EEUU, entre las que incluye el ascenso de Guaidó, al que tilda, en su línea, de “miserable cipayo” y “muñeco ventrílocuo”. Por su “culpa”, el país ha sufrido pérdidas de 30.000 millones de dólares, señala.

Dice que el “show de su autoproclamación reveló que la oposición carece de política propia, de patriotismo y de sentido de pertenencia” y que ha pagado las consecuencias. No obstante, asume que las sanciones que se le han impuesto en estos meses y el aislamiento internacional “sí han limitado” las capacidades del país, en el que un 80% de ciudadanos quiere cambios, según Datanálisis. Con 4,5 millones de venezolanos exiliados (el 20% de la población), con una crisis que entra entre las 10 peores emergencias humanitarias de la ONU para este año, con los informes independientes que dicen que hace falta al menos una generación para salir del atolladero... Parafraseando a Karina Sainz Borgo en La hija de la española, Venezuela hoy “no es una nación, sino una picadora”.

“Simplemente, el plan de Guaidó de acabar con el Gobierno no ha sucedido. La comunidad internacional lleva años subestimando a Maduro, desde que tomó el revelo a Chávez en 2013. Ha seguido adelante y, parece, lo seguirá haciendo. Aún tiene el poder”, concluye Moreno.