Karina, la memoria sin arrugas

Karina, la memoria sin arrugas

Todo estaba conjurado para que Maribel Llaudes ganara el Festival de Eurovisión el 3 de abril de 1971.

La cantante Karina posa durante una sesión de fotos en la presentación de su último disco en Madrid en 2019.Óscar González / Nur Photo / Getty

Creo que ha perdido un poco de tono de color, me dice Maribel Llaudes, Karina, mientras sujeta el vestido con el que actuó en el Gaiety Teathre de Dublín el 3 de abril de 1971. Todo estaba conjurado para que esa noche España ganara el Festival de Eurovisión dentro de una cuidada operación de marketing iniciada seis meses antes.

TVE, que desde hace poco dirige Adolfo Suárez, había animado a las principales discográficas del país a que presentaran a uno de sus principales artistas al programa Pasaporte a Dublín. A lo largo de 12 semanas, solistas y grupos deberán atraerse la simpatía de los espectadores que  con sus votos decidirán quien ostentará la representación española en el Eurofestival.

La foto de los aspirantes resume a la perfección la multitud de estilos que en ese momento conviven en el panorama musical patrio: desde los más cercanos al flamenco o la copla, con Rocío Jurado, Conchita Márquez Piquer o Encarnita Polo, al pop, que cultivan Los Mismos, Cristina y Los Stop, Junior o Karina, pasando por grandes voces melódicas, como las de Nino Bravo, Jaime Morey o Dova.

Hispavox es en ese momento la primera empresa discográfica del país. Algunas de sus grabaciones, como el Himno a la alegría o María Isabel alcanzan ventas millonarias en todo el mundo. En su catálogo, hay artistas de prestigio internacional de la talla de Raphael, Waldo de los Ríos o Mari Trini. El director artístico de la compañía, el productor Rafael Trabucchelli, está decidido a utilizar la plataforma que les ofrece la televisión pública para abrir una nueva etapa en la carrera profesional de Karina.

La artista había recibido ese nombre artístico en las instalaciones de Hispavox, todavía en la calle Cartagena de Madrid, gracias a Torrebruno, otra de las estrellas del sello, que al conocerla repitió: Carina, Carina. De la mano de Trabucchelli y Frank Ferrar, alter ego de Waldo de los Ríos, se convierte en uno de los ídolos de la juventud de los sesenta. Al principio, interpreta versiones de éxitos franceses o italianos.

—A la compañía llegaban muchos discos extranjeros, incluso maquetas. Rafael y Waldo, que tenían un don especial para saber lo que le iba a gustar a la gente, elegían tres o cuatro. Me llamaban, las escuchábamos y elegíamos la que mejor se adaptaba a mi tono. Waldo insistía en que trabajara las armonías, que yo me hiciera la segunda voz, y llevaba razón, fue un acierto.

En la última parte de la década encuentra un repertorio a su medida: Las flechas del amor, que Albert Hammond ofrece a Trabucchelli para ella, Romeo y Julieta y sobre todo El baúl de los recuerdos. Sin embargo, en 1971, después de una década sobre los escenarios, Karina, como el mercado y el público que la sigue, ha cambiado.

Semana a semana, Trabucchelli y De los Ríos eligen cuidadosamente las canciones que interpreta Karina en Pasaporte a Dublín: rescatan el Yo te diré, de Los últimos de Filipinas, se atreven con The Beatles y Something, y llevan a Bach al pop en Concierto para enamorados. Según explica Karina en sus memorias, la convivencia con los otros concursantes se hace difícil a veces, tanto que no duda en recurrir al mismísimo Adolfo Suárez. Sin embargo, la noche del 30 de diciembre de 1970, el recuento de votos no deja lugar a la duda.

Desde ese momento, el productor y el arreglista empiezan a trabajar con Tony Luz en la composición que Karina debe defender en Irlanda.

—Cuando la escuché por primera vez pensé: qué difícil va a ser cantarla—recuerda. Desde el principio, necesita mucho amor, mucho sentimiento. No era la típica canción ye-yé, va subiendo de medio en medio tono. Grabamos con una orquesta sinfónica de más de 40 músicos. Para los arreglos, Waldo, que hizo también una estupenda versión instrumental, se inspiró en otros trabajos anteriores, como Tú y yo, Regresarás y La fiesta. En Eurovisión no se admitía un fade out y Waldo buscó por todo Dublín un bombo para la apoteosis final. La gente se quedó impactada. En un mundo nuevo marcó un antes y un después en mi carrera. Como el vestido, estuvo hecha a mi medida, para que me quedara perfecta.

En las semanas que preceden al festival, Karina graba la canción en francés, inglés, alemán, italiano y portugués e inicia una gira de promoción por varios países.

TVE, por su parte, desplaza a Dublín a un numeroso equipo para rodar un documental presentado por Joaquín Prat, Radiografía de un festival. En los primeros ensayos, Karina, en mini-shorts, deslumbra. Todas las quinielas la dan como favorita. La suerte juega mucho en todo esto, dice en una entrevista. El presentimiento se hace realidad en el momento de iniciar su actuación.

—¿Qué ocurrió? Llevo medio siglo contestando a esa pregunta—dice entre risas. Entré un pelín tarde en la canción. Waldo hizo su introducción y me dio paso. Ahí ocurrió todo, serían los nervios… lo que fuera. Me quedé como petrificada. Entré en “las cosas claras verás”, menos mal que lo hice tranquila. El técnico creyó que entraba ahí. En el teatro, por los monitores, me oí perfectamente, pero en el exterior no y claro pareció otra cosa. Peor fue lo que les pasó a Azúcar Moreno, que tuvieron que parar.

Tras el festival, en el que quedó segunda, Karina inicia esa nueva etapa que buscaban ella y su discográfica. Año y medio después, aparece Tiempo al tiempo, uno de los discos más sólidos en el que, además de asumir su pasado sesentero en Al pasar los años, deja una excelente interpretación de Vicent, de Don Mclean. Los años de trabajo con Waldo y Trabucchelli tienen su punto final en la canción que da el título al elepé.

Esa evolución continúa en 1973 con Lady Elizabeth, que, pese a su ambición y calidad, no alcanza, como ocurrió con el anterior, las ventas esperadas. Desde ahí la carrera discográfica de Karina cae en picado, aunque sigue siendo una cantantes más contratadas del país.

—Siempre me han resultado muy difíciles los directos. Es muy bonito el contacto directo con el público, pero intervienen otros factores, una sonrisa a tiempo, una frase ocurrente, un chiste… Hay que tirar de otras herramientas. Aun así, me he hartado de hacer galas. En el año de Eurovisión, por ejemplo, hice 32 solo en el mes de agosto, a más de una por día. Hacíamos kilómetros y kilómetros por las carreteras de entonces. Empezábamos en primavera y cantaba a diario hasta otoño.

En 1977, Hispavox prescindió de una manera abrupta de una de sus estrellas. No queremos horterillas, parece que le dijeron. Para entonces, Waldo había muerto, Tony Luz había dejado de ser el marido de Karina y Trabucchelli el director artístico del sello.

—Hubo como un corte en el cordón umbilical. Mi historia, y la de otros intérpretes estaba ligada a Hispavox. Sin ese grupo de creativos, en el que también habría que incluir a Fernando Salaverri, que gestionaba la promoción de una manera formidable, nada en mi carrera fue igual. Creo que todo empezó a desbaratarse mucho con la muerte de Waldo y luego vino lo demás…

Casi 60 años después, a muchacha que soñaba ser como Brenda Lee y que escuchaba a Neil Sedaka y Paul Anka, no ha perdido el contacto con su público a través de Instagram y otras redes sociales. Allí les ha enseñado el vestido del festival, que conserva como oro en paño y al que algunos fans llaman “la gatera”.

—La tela está perfecta, lo he cuidado muy bien, aunque ha perdido un pelín de tono de color, pero nada más… Siempre he estado contenta con mi paso por Eurovisión, con lo que me ha dado la música. Me gusta cantar, desde siempre. Como el vestido, los recuerdos de mi carrera, de mi vida, no tienen arrugas.