La Constitución… si me da la gana

La Constitución… si me da la gana

Feijóo aún no ha caído en la cuenta de que España no es solo Galicia y su tejido caciquil subyacente… aunque hay un tremor de modernidad que sube desde las profundidades sociales.

Feijóo, en una reunión de los parlamentarios del PPEuropa Press News via Getty Images

Alberto Núñez Feijóo llegó como agua de abril o mayo a la jefatura nacional del PP, tras la ‘era brusca’ a fuer de malcriada de Pablo Casado, un inmaduro producto de la política orgánica trepa de Nuevas Generaciones: los cachorros y cachorras con “moito pico e pouca pala” y con nula experiencia de gestión y con las arengas y argumentarios como únicas fuentes de ideología y conocimiento.

Otro ejemplo es Isabel Díaz Ayuso, por ahora con mejor imagen porque sigue minuciosamente y sin el menor desvío ni aportación propia las pautas marcadas por el acreditado Rasputín y fiel aznarista Miguel Ángel Rodríguez, MAR para abreviar. Según algunos, a la presidenta de la Comunidad de Madrid se la puede comparar con el presidente de EEUU, el General Grant. Famoso militar, con más suerte que inteligencia estratégica, cuenta en su biografía André Maurois que otro de sus biógrafos contaba una de sus anécdotas que más o menos era esta: fulanito decía que el presidente Grant “pensaba….pero esa facultad no está acreditada…”.

En el Gobierno madrileño sí que está acreditado y bien acreditado que MAR es un hábil estratega y táctico, y un buen pensador que prepara frases que son un

compendio de retórica y de lámparas de barquillos para pulpos para conquistar las primeras y prime time y las redes sociales. Ahí es el rey.

Pero Feijóo en el fondo solo ha aportado de momento buena educación, más

elegancia en las formas, lo cual no es poco considerando la querencia por el insulto y la faltonería de su antecesor en el puente de mando de la 6ª de Génova 13. Ah, un edificio sin culpa en la red de corrupciones que han pasado por los banquillos, por lo que no hay que malvenderlo sin tener repuesto a buen recaudo y sacarle una sabrosa plusvalía. Normal. Los edificios no tienen cerebro sino ascensores, y a lo sumo, enchufes para los ordenadores o móviles que a estas alturas aportan algo de inteligencia, pero en la modalidad artificial… que a veces se pasa de rosca y convierte en pintorescas erratas y disparatados conceptos las intenciones del que pulsa las teclas.

Feijóo, decían, tiene pinta de llevar una colección de ases, nuevos o manoseados, en la manga

Bien. El nuevo mesías, bendecido con el botafumeiro de la Catedral de Santiago, artilugio inventado en tiempos inmemoriales para disimular los olores y sudores de los peregrinos, nada más coger el timón de la nave que estaba a la deriva, mostró su disposición a renovar el Consejo General del Poder Judicial. Y esto fue una gran noticia. Vienen tiempos sensatos, corearon los que antes aplaudían los insultos. Hasta ese momento el CGPJ solo se renovaba con normalidad cuando el PSOE estaba en la oposición; y muy difícilmente cuando era el PP quien no se sentaba en los bancos azules.

La estratagema de la prórroga ‘a mayores’ impedía que cambiara la mayoría en este órgano y se alterara la composición de los altos tribunales. Opinadores sin duda pérfidos, liantes y nada bondadosos achacaban este bloqueo a la necesidad del PP de tener un auxilio judicial que les echara una mano en sus paseíllos por la Audiencia Nacional, el Tribunal Supremo, el Tribunal Constitucional y juzgados importantes, aunque ese pasteleo produzca una grave diabetes institucional que, de entrada, afecta a la visión y produce ceguera.

Así que la nueva disposición de ánimo fue bien recibida, aunque los pesimistas de siempre no acaban de fiarse. Feijóo, decían, tiene pinta de llevar una colección de ases, nuevos o manoseados, en la manga.

Pero esa buena intención tenía trampa: no era una decisión incondicionada, una voluntad firme de respetar y hacer respetar la Constitución, que es muy clara y contundente al respecto: el artículo 122 no deja lugar a dudas. El CGPJ “estará integrado por el Presidente del Tribunal Supremo, que lo presidirá, y por veinte miembros nombrados por el Rey por un periodo de cinco años”. Cinco años. Ni uno más ni uno menos. Por supuesto, no se alude a ninguna prórroga, ni a ninguna cláusula de conciencia o de cartera, o a la posibilidad de una declaración de insumisión, para lo que la vacuna prescrita se llama 155.

O sea, es una insensatez y una tropelía condicionar esta obligación constitucional a una bajada de impuestos con argumentos falaces. El conductor que en una autopista no siga las instrucciones de las señales de tráfico, del Código de la Circulación o de la Guardia Civil… tiene un serio problema. Feijóo aún no ha caído en la cuenta de que España no es solo Galicia y su tejido caciquil subyacente… aunque hay un tremor de modernidad que sube desde las profundidades sociales. Tampoco la pluralidad de los medios de comunicación es la misma; ni el manejo de la publicidad institucional al modo de palo y zanahoria en años de penurias e incertidumbres ante la inevitable digitalización… Arenas movedizas en las que hay que manejarse con prudencia y olfato.

La Constitución es muy clara y no deja lugar a dudas para un sincero constitucionalista, palabra pareja a la de constitucionalismo, que se usa hasta el empalago, porque no es lo mismo que se sea un político o un partido constitucional a que se sea y parezca (por lo de la mujer del César y por los jueces) constitucionalista; como no es lo mismo ser europeo que ser europeísta. Europeo es un imperativo geográfico y en todo caso legal; europeísta es un sentimiento, un ánimo, un futuro, un querer. Ser constitucionalista es un grado superior a ser meramente constitucional. Bildu, Junts, ERC, muchos de los componentes de Podemos, como otros elementos de VOX, son constitucionales pero no parece que sean muy constitucionalistas…al menos de la constitución vigente, por sus palabras o por sus hechos o por sus deslices.

El artículo 1 establece que “España se constituye en un estado social y democrático de derecho, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político”. Estos cuatro puntos van juntos y son inseparables. No hay tutía ni tu tía, ni cuñados ni familiaje. No se deja la puerta abierta a ocurrencias como la de una comunidad libertaria, de tabernarios y al margen del principio fiscal del interés general. El cocido cerebral tiene que tener los hervores necesarios para dedicarse al servicio público.

Vamos a ver si se entiende: artículo 31.1 de la CE78: “Todos contribuirán al sostenimiento de los gastos públicos de acuerdo con su capacidad económica mediante un sistema tributario justo, inspirado en los principios de igualdad y progresividad, que en ningún caso tendrá alcance confiscatorio”. Pues bien: ni Alberto Núñez Feijóo puede condicionar el cumplimiento de un mandato constitucional expreso a bajar los impuestos ni Isabel Díaz Ayuso puede llevarle la contraria a la Ley Fundamental y, ambos, al sentido común y a la responsabilidad como gobernantes.

Mientras no se cambie el chip, con Feijóo o sin Feijóo, los males no tienen remedio y el PP tendrá un problema que regurgitará, con perdón, en el momento más inconveniente

El mundo mundial (no solo el nuestro) aún no ha salido del todo de la pandemia covid cuando Rusia invade Ucrania y toda Europa y más allá lo padece. Nadie escapa. Y cuando Bruselas plantea aumentar la fiscalidad para hacer frente a los gastos sobrevenidos para mantener el ‘estado del bienestar’, o sea, el ‘estado social’, demagogos y redes de embozados antisistema defienden justo lo contrario, en uno de los países más favorecidos con las ayudas Next Generation y en la cola tributaria.

¿Qué parte de ‘todos’ no se entiende?, ¿y “de acuerdo con la capacidad económica”?, ¿y de los principios de igualdad y progresividad? No es sensato que en momentos críticos como los actuales, en que las naciones UE no han sido para nada culpables de estos acontecimientos, se disparen los beneficios de las eléctricas, las petroleras, de las empresas especulativas, los lobbys feroces multinacionales, mientras se hunde la economía trabajadora, las pymes, y nuevamente las clases medias. En los ‘valores superiores’ de la CE78 no figura ni Google, ni Apple, ni Twitter, ni Iberdrola, ni Repsol, ni los bancos ni el sursum corda. La petulancia es mala consejera. Como decía Talleyrand, “lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible”. Aunque sirva como engodo y anzuelo para incautos en unas elecciones.

Como exclamaba retóricamente un amigo periodista: “Señor Feijóo, señor Feijóo… ¿cuándo cumplirá la Constitución incondicionalmente y sin que pueda sospecharse que hay intenciones ocultas para nuevas demoras?” No es bueno lo que es malo. Mientras no se cambie el chip, con Feijóo o sin Feijóo, los males no tienen remedio y el PP tendrá un problema que regurgitará, con perdón, en el momento más inconveniente. Siempre es así.