La crisis multidimensional y la necesidad de un cambio de paradigma

La crisis multidimensional y la necesidad de un cambio de paradigma

Nos encontramos inmersos en plena crisis multidimensional. Los pilares que han sostenido el modelo industrial desarrollista caen por su propio peso. Ha llegado el momento de apostar por otras formas de convivencia más armónicas con la naturaleza, que no pongan en peligro nuestra propia supervivencia en el planeta.

ALFONSO GARCÍA DEL REY

¿Se acerca la era post-capitalista?

El modelo capitalista heteropatriarcal ha generado altísimos niveles de desigualdad, insostenibilidad e ingobernabilidad. Una situación que nos empuja a cambiar nuestra forma de pensar y actuar, tanto de manera individual como colectiva.

Nos encontramos inmersos en plena crisis multidimensional. Los pilares que han sostenido el modelo industrial desarrollista caen por su propio peso. Ha llegado el momento de apostar por otras formas de convivencia más armónicas con la naturaleza, que no pongan en peligro nuestra propia supervivencia en el planeta.

La primera de las patas de la llamada crisis multidimensional es la crisis del capitalismo, a la que habría que añadir también un componente social, político y cultural. La sociedad occidental se fundamenta en un modelo económico que pretende hacernos creer que es posible el crecimiento ilimitado y constante en un planeta finito. Lejos siquiera de cuestionarnos un modelo cortoplacista que nos lleva al abismo, damos por hecho que no hay alternativas viables y que, como defienden las corrientes clásicas de los negacionistas, la tecnología nos salvará y llegarán supuestos avances que permitirán superar las dificultades.

La siguiente pata es la de la crisis energética. Después de las primeras crisis mundiales, ocurridas a comienzos de los años 1970, se empieza a cuestionar la excesiva dependencia y uso de los combustibles fósiles y los materiales no renovables. A su vez, el impacto del modelo industrial desarrollista empieza a ser más que evidente en muchos de los ecosistemas del planeta. Si bien puede parecer que después de cuarenta años poco han cambiado las cosas, quizá nos estemos equivocando. El famoso pico del petróleo, del que se empezó a hablar por aquel entonces es una realidad hoy en día. Tal vez no ayude el hecho de que se produzcan descensos en el precio del barril de 'Brent', o que las nuevas técnicas de fracking hagan brotar nuevos manantiales de oro negro en lugares insospechados. Sin embargo, son muchos los economistas que sostienen que hemos pasado ya ese pico máximo de petróleo y que este será cada vez más escaso.

No menos importante es la crisis ecológica. Al ya conocido deterioro ambiental y la pérdida de biodiversidad, hay que unir el fenómeno del cambio climático, otra consecuencia más del modelo desarrollista. El calentamiento global que ya estamos sufriendo provoca que las masas de hielo presentes en los polos se estén derritiendo y, por tanto, se produzca una subida del nivel del mar tal y como lo conocemos hoy en día. El aumento de la temperatura del agua alterará la circulación atmosférica de tal manera que sufriremos fenómenos meteorológicos extremos, es decir, tanto grandes sequías como grandes inundaciones. Esta variabilidad climática afectará a las cosechas y forzará a miles de personas a trasladarse de un lugar a otro. A los refugiados de guerra y a los migrantes económicos habrá que añadir los exiliados medioambientales.

¿Hay alternativas?

Nuestra actitud frente a la crisis multisistémica puede ser la de esperar a que los gobiernos o los organismos internacionales tomen las decisiones correctas en los momentos adecuados. O bien se puede apostar por construir alternativas autogestionadas. Encontramos algunos ejemplos en el Buen Vivir, los grupos de consumo locales, las monedas sociales o las llamadas ciudades en transición. Todos estos movimientos beben de las ideas de la agroecología, el ecofeminismo, la biomímesis o el decrecimiento, por poner algunos ejemplos. Tienen en común la crítica al modelo desarrollista y la búsqueda de alternativas más justas, solidarias, empáticas y respetuosas con el planeta. En ellas prima la cooperación frente a la competitividad y se promueve la cohesión social frente al individualismo. No existe una fórmula mágica ni una receta única que nos vaya a sacar del atolladero en el que ya estamos metidos. Sin embargo, sabemos con certeza que el modelo actual no nos sirve, y que cuanto antes nos pongamos a trabajar para cambiarlo mejor nos irá. ¿O seguiremos esperando que unos iluminados tomen las decisiones por nosotros?