La esencia de la Semana Negra de Gijón

La esencia de la Semana Negra de Gijón

Como lectora, siempre me sentí atraída por este certamen literario en el que puedes encontrar a tus autoras y autores favoritos en cualquier rincón de la ciudad, rodeados por un ambiente de feria...

Pilar Sánchez Vicente y Mónica Rouanet, durante la presentación de 'No oigo a los niños jugar' en la Semana Negra de Gijón 2021.Roca Editorial

¿Qué lector o escritor de género negro no ha oído habla de la mítica Semana Negra de Gijón? Como lectora, siempre me sentí atraída por este certamen literario en el que puedes encontrar a tus autoras y autores favoritos en cualquier rincón de la ciudad, rodeados por un ambiente de feria, y codearte con ellos. Me imaginaba recorriendo las diferentes barracas de tómbola mientras oía de fondo los gritos felices que salen de las atracciones y me veía envuelta por un aroma penetrante a chocolate y churros, a algodón de azúcar, hasta llegar a las casetas colmadas de libros donde personas como yo, ávidas de historias repletas de intrigas infinitas y personajes misteriosos, hacían cola para escuchar a sus creadores. Pero nunca pude acercarme. Demasiado lejos para un viaje relámpago que mis obligaciones laborales me impedían dilatar en el tiempo.

Cuando comencé a traspasar al otro lado, al de los inventores de historias, el deseo por acudir a Gijón en su Semana Negra se volvió, si cabe, más intenso. Soñaba con viajar hasta esta hermosa ciudad en el famoso tren negro y conversar en el camino con todos esos autores y autoras fetiche de los que tanto he aprendido, mientras el paisaje tras las ventanas se teñía de verde.

Pero llegó la pandemia y las cosas cambiaron. El año pasado, el terrible 2020, solo permitió celebrar este mítico festival en zonas interiores. Por primera vez, la gran Semana Negra de Gijón no tomaba las calles.

Este es, por fin, mi primer año en el festival. No he viajado en tren, sino en avión, y no he coincidido durante el vuelo con ningún otro participante. Pero no me importa. Sé que, de nuevo, la Semana Negra se sitúa junto al mar, esta vez en la otra orilla, y yo formo parte de ella.

En cuanto el avión toma tierra, descubro a un joven de ojos sonrientes sobre una mascarilla blanca esperándome en el aeropuerto, al que han enviado las increíblemente organizadas Lorena y Sangara. Sujeta un cartel con las magnéticas palabras: SEMANA NEGRA que me hace sonreír casi de oreja a oreja. Me conduce en un coche engalanado con el mismo título hasta la ciudad mientras, por el camino, responde a todas mis preguntas: que si has recogido ya a cierta escritora, a este otro autor… Por fin llegamos al hotel y, nada más entrar, me topo de frente con caras conocidas, casi todas cubiertas por mascarillas de diferentes colores. Por un momento siento tristeza; temo que las cosas hayan cambiado tanto que el festival literario de todos los festivales haya perdido su esencia. Pero enseguida me doy cuenta de que la emoción y el alma siguen ahí. José Sanclemente es el primero en recibirme y, con su simpatía, me hace sentir en casa. Me presenta a Cristina Higueras y al fotógrafo Daniel Mordzinski, que rápidamente me pide que sujete el extremo de una enorme tela negra que sirve de fondo para retratar a José. Marta Robles se levanta al verme y me brinda un abrazo de los permitidos por la pandemia, y Ángel de la Calle se acerca a darme la bienvenida. Todo tan emocionante como había soñado.

Poco antes de la presentación de mi última novela, No oigo a los niños jugar, nos acercamos caminando desde el hotel hasta el puerto deportivo, donde este año se ubica la feria literaria. En el camino se nos une la escritora Pilar Sánchez Vicente, quien me va contando las diferencias estructurales entre esta nueva Semana Negra y las anteriores. Sí, es cierto que ha cambiado de ubicación y que se han reducido los espacios comunes, pero la ciudad entera se ha volcado, como siempre, en hacerla imprescindible. Tanto es así que, a pesar de la lluvia, el aforo de las carpas de presentación es completo y, a la salida, se forman diferentes colas frente a las casetas de madera para conseguir ejemplares dedicados por los autores.

Y es que hay cosas que no cambian: ¡Gijón sabe cómo llevar la literatura hasta los lectores y transformarlos en los verdaderos protagonistas!

  Portada de la novela 'No oigo a los niños jugar', de Mónica RouanetRoca Editorial