La España de Weimar

La España de Weimar

Por los meandros de nuestra sociedad discurre una amenaza que pone en jaque el sistema democrático y, mientras esto pasa ante nuestros ojos, dejamos que siga su curso.

El presidente de Alemania Paul von Hindenburg y el canciller Adolf Hitler sentados en un automóvil en 1933.Bundesarchiv, Bild 102-14569 / CC BY-SA 3.0

Un artículo escrito junto al jurista y politólogo Daniel Calderón.

Un pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla, puede que no del mismo modo, pero lo que sí es seguro es que los acontecimientos se reproducen de manera similar a los sucedidos en el pasado.

Si analizamos la coyuntura política y socioeconómica de España, nos puede recordar a otras situaciones históricas europeas. Nos servirá de ejemplo el caso de la República de Weimar: periodo que se inició con el Estado alemán creado tras la Primera Guerra Mundial y finalizó en 1933 con la llegada de Adolf Hitler al poder.

Por aquel entonces lo que acabó con Alemania fue el triunfo del radicalismo —promovido por grupos de ultraderecha— ante una democracia totalmente corrupta e imperfecta, donde el jefe del Estado, Paul von Hindenburg, permitió el encumbramiento de Hitler por la vía electoral tras incendiar el Reichstag, mostrando así una terrible pasividad ante el fenómeno que tenía delante: un autoritarismo salvaje y feroz que acabaría desembocando en los peores actos de barbarie llevados a cabo en la historia de la humanidad.

No exageramos al comparar el nacimiento de este fenómeno con algo que está sucediendo en nuestro país: el resurgir de la extrema derecha. Por los meandros de nuestra sociedad discurre una amenaza que pone en jaque el sistema democrático, y mientras esto pasa ante nuestros ojos, dejamos que siga su curso. En el mejor de los casos miramos hacia otro lado, blanqueamos el fascismo dándole así la bienvenida. En el peor de los casos echamos una mano y colaboramos con su ideario.

¿Quién puede negar que hayamos introducido en lo cotidiano el discurso del odio?

Estamos ante lo que puede ser la normalización de los agentes autoritarios, algo peligroso si comparamos estos actos con el ejemplo analizado. ¿Quién puede negar que hayamos introducido en lo cotidiano el discurso del odio? El enfrentamiento del penúltimo contra último, la idolatría del salvapatrias o el marketing de banderas son ya el pan de cada día. Ante este escenario, unos pocos se frotan las manos, les estamos allanando el camino.

Hitler se presentó a unas elecciones con un discurso populista y triunfó. ¿Su único acierto? Enfocar el argumentario en la nube gris que cubría el panorama nacional: hiperinflación, el crac del 29, altas tasas de desempleo y un descontento político generalizado. Se podría decir que ante problemas muy complejos ofrecía soluciones sencillas, algo que hasta el día de hoy no hemos logrado sofocar. La democracia no resiste bien los problemas de la globalización y el capitalismo en los que estamos inmersos, pero no seamos ignorantes, el fascismo tampoco.

La democracia no resiste bien los problemas de la globalización y el capitalismo en los que estamos inmersos

El contexto actual no es muy distinto al de entonces. En lo económico: altas tasas de desempleo superiores al 16%, disminución del consumo privado o caídas del producto interior bruto. En lo político: manifestaciones de ultraderecha, militares abogando por el  fusilamiento de 26 millones de españoles, saludos y cantos fascistas en bases del Ejército, suscriptores de manifiestos en favor del dictador, la huida o el desfalco del rey emérito son algunos de los muchos sucesos a los que hemos acudido en los últimos meses. Todo ello con total impunidad y sin intervención alguna por parte del Gobierno o del jefe del Estado.

Huele a Alemania de Weimar, donde los grupúsculos de extrema derecha alentaban al odio contra oponentes políticos y judíos sin ser condenados, algo que por cierto, pocos años después, favoreció su ascenso al poder aniquilando cualquier ápice de democracia.

La impunidad en la España de Weimar sigue los mismos criterios: entiende de barrios, colectivos, clases y estratos. En la España de Weimar no parece descabellado pensar que Franco —no daría o más bien no le sería necesario— dar un golpe de Estado. Hoy, con las bases autoritarias bien asentadas, se presentaría a las elecciones y sacaría 52 escaños. Está en juego la democracia y en nuestras manos avanzar o retroceder.

Posdata: cuídense del populismo, de mensajes fáciles y cargados de odio, de reducir los problemas a la culpa de unos pocos y recuerden siempre las páginas negras de nuestra historia.

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