La espiral de la confrontación

La espiral de la confrontación

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, a su llegada a la Llotja de Mar en Barcelona, donde se celebró la reunión del Consejo de Ministros.Pool Moncloa/Borja Puig de la Bellacasa

El Consejo de Ministros en Barcelona antes de Navidad ha puesto de manifiesto la enorme tensión política con la que termina el año 2018 en España. Lo que para el independentismo catalán más intransigente fue una provocación y una humillación para Cataluña en un contexto de represión, para la derecha de ámbito estatal, inclusive el partido de Ciudadanos y algunos medios de comunicación, fue una humillación para España. Tachan a Pedro Sánchez de traidor y de títere del independentismo, mientras desde el independentismo se le pide que deje de ser un títere del "régimen del 78".

Cada uno ve al Gobierno en una posición intermedia, reprochándole que se sitúe demasiado cercana a la del otro y muy alejado de la posición propia.

Durísimas críticas de unos y otros, por motivos diametralmente opuestos, pero en términos parecidos y con un denominador común: cada uno ve al Gobierno en una posición intermedia, reprochándole que se sitúe demasiado cercana a la del otro y muy alejado de la posición propia. Sin entrar a valorar la postura de cada uno y el contenido de sus críticas, el diagnóstico es el de dos bandos que ya solo se ven mutuamente como enemigos a derrotar, descartando el entendimiento, por lo que cualquier intento de intermediación se convierte en blanco de su ira al representar una amenaza para la firmeza de esta irrenunciable causa. El dilema es que mientras ambos desprecian cualquier opción que no sea la victoria total de su causa, ninguno de los dos parece tener la fuerza democrática necesaria para conseguirla.

Por un lado, si la derecha de ámbito nacional se enfrenta virulentamente a todos los demás actores políticos presentes en Cataluña, inclusive los socialistas, ¿qué soluciones podrán aportar, con un respaldo popular que no llegó al 30% en las últimas elecciones catalanas hace poco más de un año? Parecen no aceptar esta realidad, que presumiblemente tampoco cambiaría sustancialmente en unas nuevas elecciones catalanas tras una suspensión de la autonomía mediante el ya famoso artículo 155 de la Constitución que con tanta insistencia exigen. El resultado más probable sería una nueva victoria electoral independentista, como ya ocurrió tras la anterior aplicación del artículo 155.

Por algo sería que Rajoy esperó en 2017 hasta el último momento antes de aplicar el artículo 155, tras haberle dado a Puigdemont una y otra vez la posibilidad de evitarlo

Además, cabe preguntarse si habrán medido los riesgos de una medida tan impopular en Cataluña, percibida como una humillación no solo por el independentismo y que podría resultar contraproducente. ¿Hasta qué punto podría aumentar más aun la desafección hacia España y avivar las protestas en la calle? ¿Qué harían si los disturbios llegaran a un nivel que los diferentes cuerpos policiales ya no son capaces de controlar? Por algo sería que Mariano Rajoy esperó en 2017 hasta el último momento antes de aplicar el artículo 155, tras haberle dado a Carles Puigdemont una y otra vez la posibilidad de evitar esta drástica medida.

Por otro lado, resulta bastante ilusorio creer poder obtener la independencia de Cataluña doblegando al estado y al marco legal vigente, sin tener ni siquiera el respaldo de una mayoría popular clara dentro de Cataluña. De hecho, algunos independentistas así lo han reconocido, por lo que da la impresión que su persistencia se debe en buena parte a que ante las expectativas generadas ya no saben dar marcha atrás, mientras Cataluña sigue pagando el elevadísimo precio de su empeño en términos sociales y económicos.

Los independentistas se han convertido en una fábrica de votantes de una nueva extrema derecha española, que tras décadas de irrelevancia está resurgiendo con fuerza.

Pero es más, de la misma forma que le suelen recordar y agradecer con ironía al Partido Popular su papel como fábrica de independentistas –con razón: no se puede entender su espectacular auge en tan pocos años sin la ayuda de los ataques catalanófobos desde el PP en los años previos– deben ser conscientes de que ahora ellos se han convertido en una fábrica de votantes de una nueva extrema derecha española, que tras décadas de irrelevancia –toda una anomalía en la Europa actual –está resurgiendo con fuerza y con la que el Partido Popular de Pablo Casado parece encontrarse nada incómodo. Como bien advierte Antoni Puigverd en La Vanguardia, los independentistas que se dedican a desgastar el Gobierno de Sánchez tensando la cuerda como si fuera irrompible, a lo mejor se encontrarán con un desenlace muy diferente a lo esperado y acabarán echando de menos el tan denostado "régimen del 78".

Los extremos se retroalimentan y como unos y otros sigan echando leña al fuego, hay motivos para afrontar 2019 con preocupación. Ya se han producido referencias a la vía eslovena por parte del independentismo, es decir, nada menos que el primer eslabón en la terrible guerra de desintegración de Yugoslavia. Y por su parte, con el Partido Popular aun en el Gobierno, Casado advirtió a los independentistas que tuvieran cuidado de no acabar como el catalanista Lluís Companys (torturado y fusilado por la dictadura franquista en 1940 tras ser detenido por sus aliados nazis en la Francia ocupada).

Puede alegarse que cosas así solo se dicen para mostrarse firme ante el electorado y que no deben tomarse al pie de la letra, pero no deja de ser una peligrosísima forma irresponsable de despertar corrientes políticas fuera de control, dispuestas a pasar de las palabras a los hechos. Sin duda la pertenencia de España a la Unión Europea aporta estabilidad y dificultará que la sangre llegue al río, pero estando el espíritu de la propia Unión amenazado por la proliferación de fuerzas autoritarias y eurófobas, tampoco conviene confiar ciegamente en ello.

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