La gran lucha del mundo, el barroco mexicano “okupa” la calle

La gran lucha del mundo, el barroco mexicano “okupa” la calle

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Gracias al Festival de Almagro y a la repesca que ha hecho la Casa de México, se ha podido ver en Madrid La gran lucha del mundo. Obra mexicana de la Quinta Teatro y de Alerta Compañía que partiendo del espíritu de El gran teatro del mundo de Calderón de la Barca proponen una lucha libre entre los de siempre. Los malos y los buenos, que se comportan y se pelean como digan las autoridades, los autores de la competencia a la que estábamos y estamos sometidos en esa interpretación tan darwinista de nuestro tiempo. Una propuesta de carácter callejero y festivo que, esta vez, se ha montado en una sala más bien pequeña, pero suficiente para llenarla de un público que, independientemente de la edad, no sabía como reaccionar, cuando abuchear o cuando jalear a los enmascarados, si no fuera por unos cuantos mexicanos que se encontraban en la sala.

La idea es la de siempre. Un autor, el sempiterno autor, tratando de construir un mundo rimado y con ritmo pero sin ripio, pone en marcha la lucha entre los rudos (los malos) y los técnicos (los buenos). Lo hace, en este caso, sobre la arena y con unas reglas y unos códigos muy pautados, los de la lucha libre mexicana. Esa que parece una broma de la hiperhormonada lucha libre norteamericana, pero que presenta cuerpos sinceros. Los cuerpos como son, como los da la vida, la dieta y el ejercicio común y corriente. Una vida, una comida y un ejercicio de la gente.

Porque lo que pocas personas saben es que esta lucha libre mexicana trata de contar como funciona el mundo. El papel que juega cada cual en este mundo. De ahí que los luchadores enmascarados se presenten siempre como ese luchador que son, y no como la persona que los encarna. Ese superhéroe sin identidad propia sino es otra que la de su propia heroicidad, su máscara. De tal manera, que incluso van enmascarados fuera del cuadrilátero en las grandes ocasiones y su currículo no se corresponde con el de la persona que encarna a ese héroe, sino con la del héroe mismo. Las veces que ha peleado, ganado, cómo. No son actores haciendo personajes, sino el personaje mismo haciéndose, construyéndose, en ese cuadrilátero. Algo que solo pueden hacer buenos actores que no anteceden lo que va suceder, sino que viven la escena en presente y nada más. Nada más y nada menos como hace Ludor Chaitan, la única luchadora real que hay en el espectáculo, los demás son actores entrenados, algunos incluso fueron en el pasado luchadores.

  El autor del artículo con los actores de la obra. 

Una lucha llena de locura, de golpes reales, de moratones, que suenan sobre el cuadrilátero cuando se hace caer al contrario. Golpes que duelen al espectador seguramente más que al luchador caído que al ser tirado sobre el acolchado suelo del ring produce un ruido como si se hubiera podido partir por mil y un sitios. Una lucha que favorece y facilita la transformación. De tal manera que me cuenta la compañía que ahora se está llenando de luchadores “exóticos”. Esos que asumen roles LGTBI pero sin reivindicación ninguna. Por el simple hecho de serlo y vivirlo. Sin afectación ni debilidad. Algo similar a lo que ocurre en esta obra con la aparición de un tal Narciso, que a pesar de su excentricidad, su pelo morado, su amaneramiento, su torso desnudo y su falda rosa, lucha como el que más por imponerse a Mr. Mundo. O la madre luchadora que se ve por los mercados mexicanos haciendo la compra como la que más.

Pocas personas saben que esta lucha libre mexicana trata de contar como funciona el mundo. El papel que juega cada cual en este mundo.

Roles simbólicos que los niños y los adultos ven e integran en su imaginario. En un ambiente, como ya se ha dicho, festivo, pues el trabajo está pensado para verse en la calle, en una verbena, y gritar, abuchear y reírse con la golpiza, como en esas películas de cine mudo o esos cartoons americanos de persecuciones. Obra en la que se muestra, como se hacía en los autos sacramentales del estilo de El gran teatro del mundo de Calderón, el funcionamiento del mundo, que, en nuestra contemporaneidad, según estos artistas, una vez aprendido no deja más opción que la revuelta y la revolución contra el autor de este nuestro mundo injusto y malsano que nos obliga a luchar a unos contra otros y, si es necesario, a matarnos. Una violencia amable que sucede entre la música popular y la poesía que se dice con el acento y la prosodia de otra época, otro tiempo, y que funciona en ese mundo bizarro y barroco, patrimonio inmaterial de la humanidad, de la lucha libre mexicana, sus formas y sus enmascarados. ¡Viva este excesivo y callejero México!

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