La isla de las mentiras

La isla de las mentiras

El argumento de este filme se inspira libremente en hechos reales y rescata, nunca mejor traído el verbo, la historia de tres heroínas de una fortaleza interior inenarrable.

Al igual que en otros órdenes de la vida, en el cine también se están perdiendo las formas. Esto no es nuevo. Tras los sobresalientes resultados de etapas de innovación visual como la década de los setenta, o de experimentación narrativa como la de los noventa, sobrevino una meseta inane de pastiche, remake, reboot y redundancia. Esto tampoco es nuevo. 

Pese a ello, existen excepciones a la norma, piezas en las que se aprecia la originalidad, la innovación y, sobre todo, el riesgo, realizadas por autores que se atreven a mirar el cine con otros ojos, bien fragmentando lo ordenado, como tan pulcramente lo hace Michel Gondry, bien ofreciendo un ágora en la que solazarse estéticamente, según la estela de Wong Kar-wai o Mike Leigh. 

La película La isla de las mentiras guarda una profunda e innegable concomitancia con el trabajo de este último, quizá porque pocos autores se han atrevido a disfrutar tan desahogadamente del placer visual como Leigh. El carácter pictórico que la directora Paula Cons ha querido imprimir a su opera prima de ficción es un aspecto tan destacado, que sin duda hace de La isla de las mentiras una película heterodoxa. 

En sus noventa y tres minutos de metraje no existe ni un solo plano cuyo encuadre no busque la máxima expresividad, belleza y provecho argumental. Esto no es baladí, ya que muchos autores, en su afán por demostrar su competencia, olvidan que el cine es mostración al servicio de la narración. No se trata de desplegar una galería de fotogramas estéticamente bellos, sino de buscar imágenes que sirvan a un fin superior, que es el hacer avanzar la trama. Esta es, entre otras cosas, la diferencia entre el cine y una colección de estampas. En este aspecto, Cons no podía haber rendido con mayor eficacia, ofreciendo una cita que combina una historia real con un planteamiento novedoso y una estética brillante.

Sostiene la directora que Los santos inocentes de Mario Camus fue un referente de primera magnitud para su película, porque quizá no se haya percatado de que en su trabajo asoma la influencia de Jean Renoir de modo aún más notorio, con esos encuadres pictóricos, esa tensión conducida por la psique de los personajes y esa aparente inacción.

La isla de las mentiras tiene, además, la ventaja de crecer a fuego lento, tanto en su visualización como en la persistencia en la mente de la audiencia. Dos meses después de su estreno, todavía subyace en mí la huella de su atmósfera.

Quizá uno de los máximos aciertos de esta película sea el enfoque del que ha dotado Paula Cons a la trama, un thriller contenido alejado del manido drama.

Su argumento se inspira libremente en hechos reales y rescata, nunca mejor traído el verbo, la historia de tres heroínas de una fortaleza interior inenarrable. En 1921 un barco con destino a Buenos Aires sufre un accidente en las costas gallegas, concretamente, frente a una pequeña isla, la de Sálvora. Sus habitantes, todos ellos marineros y siervos de un cacique local, se encuentran celebrando el año nuevo, salvo las mujeres, quienes están al cargo de sus familias. Tres de ellas, María (Nerea Barros), Josefa (Victoria Teijeiro) y Cipriana (Ana Oca) vislumbran la tragedia y se adentran en el mar para salvar a los náufragos, aunque deban dirimir a marchas forzadas el modo de organizar la embarcación para que entren todos. Con escasos medios, unas condiciones ambientales adversas y un pequeño bote las tres se enfrentan a una misión que les supera en todos los sentidos. La dimensión del accidente y el gran número de hundidos hace presagiar una tragedia humana, de la cual logran rescatar a cuarenta y ocho personas.

A la mañana siguiente, cuando las autoridades y los medios se hacen eco de la hazaña, también arriba a la isla León (Darío Grandinetti), un reportero argentino cuyo espíritu detectivesco le hará quedarse en Sálvora para indagar qué motivo el hundimiento y por qué esas tres mujeres abigarradas se muestran tan devastadas en lugar de jubilosas. La aparición de los cadáveres mutilados y la sospecha de que el naufragio fuera provocado harán que León vea en el caso un suculento galimatías que tratará de descifrar.

'La isla de las mentiras' es una vuelta al cine de ritmo pausado y deleite visual al que ya no estamos acostumbrados.

Quizá uno de los máximos aciertos de esta película sea el enfoque del que ha dotado Paula Cons a la trama, un thriller contenido alejado del manido drama, lugar común ante el que acaban sucumbiendo todas las cintas de cierto peso argumental.

Asimismo, La isla de las mentiras es una cinta de actores, ya que son ellos y sus reacciones los que hacen avanzar la historia. La mirada de Nerea Barros es tan desgarradora y elocuente, que ni siquiera necesita palabras para desvelar lo que está pensando. Y cómo no, Darío Grandinetti, actor extraordinario, de expresión sagaz e interpretación siempre soberbia, cuya presencia resulta imprescindible para entender esta película. Juntos dibujan un tour de force tan sosegado y, al mismo tiempo, tenso que procura una hora y media de competición de alto nivel.

Y es que La isla de las mentiras es una vuelta al cine de ritmo pausado y deleite visual al que ya no estamos acostumbrados. Sin duda un desafío valiente para los tiempos que corren.