La libertad de la Iglesia

La libertad de la Iglesia

La Iglesia ha demostrado su libertad. El Espíritu Santo y la Iglesia, con una sola voluntad, no buscan lo que conviene sino lo que necesitan. El cauce de esa decisión son los señores cardenales que dedican horas a la oración para hacer la voluntad de Dios, con independencia de la oportunidad, de la conveniencia.

La aparición del cardenal Tauron en la loggia de las bendiciones, unos minutos después de las ocho de la tarde del pasado miércoles, pasará a la historia como una nueva constatación documental de la libertad de la Iglesia. Se ha hablado hasta la saciedad del error de cálculo mayúsculo de los vaticanistas, de los expertos, de los informadores religiosos y de los que no lo son. Incluso se ha pedido que devuelvan sus nóminas de este mes, por no habérselas ganado. El cardenal Bergoglio no estaba en las quinielas. Sin embargo, no han caído en el desánimo, ya han comenzado nuevas quinielas sobre la composición del equipo de Gobierno del nuevo Papa. Es lo que tienen las quinielas, que sólo funcionan si la mayoría no acierta, y en este caso se ha demostrado.

Durante dos días, entre el martes y el miércoles, los periodistas sólo han podido hablar de humo, negro o blanco pero sólo humo. No había nada más. Como las páginas de los periódicos y las horas de radio y televisión muchas veces se llenan de humo, esta vez no iba a ser una excepción. El foco de dos dimensiones fue aplicado hasta al más pequeño indicio que salía de la chimenea de la Capilla Sixtina. Así, el mismo miércoles, algunos hablaban con "datos" del resultado del primer escrutinio. Otros ya apuntaban que era el cardenal español Santos Abril, el que mejor posicionado estaba. Ninguno citaba a sus fuentes. Normal, sólo los cardenales habían estado dentro y nadie había hablado con ellos.

La aplicación del criterio horizontal y vertical, izquierdas y derechas, progresistas y conservadores, suele ser una reducción habitual (y a veces necesaria) para abordar realidades complejas desde medios de comunicación en los que no siempre hay espacio ni tiempo para los matices o el hilado fino. A esta dificultad habitual se añade, en lo que a la Iglesia se refiere, lo difícil que es incorporar criterios espirituales o de profundidad que son necesarios para hablar de la Iglesia. Por eso, en la información sobre el cónclave, los errores, con toda la buena voluntad del mundo, se han ido acumulando hasta convertirse en noticia: Ningún perfil publicado, ningún nombre ofrecido en los medios ha acertado. Varios papas, no sólo uno, salieron del cónclave cardenales, casi tantos como medios de comunicación se apuraron en las quinielas. Al final no fue ni Scherer, ni Scola, ni Oullet. No fue joven, ni curial, ni europeo.

¿Dónde ha estado el origen del error? El error está en que no se ha contado ni con la libertad de la Iglesia ni con la acción del Espíritu Santo, que suelen ir muy unidas. Es normal, porque si difícil es hablar de realidades complejas, mucho más lo es hablar de realidades espirituales, pero reales. El Espíritu Santo y la Iglesia, con una sola voluntad, no buscan lo que conviene sino lo que necesitan. El cauce de esa decisión son los señores cardenales que dedican horas a la oración para hacer la voluntad de Dios, con independencia de la oportunidad, de la conveniencia, de la apetencia o de la imagen, que suelen ser criterios que se utilizan para otras elecciones.

La Iglesia ha demostrado su libertad: ha elegido lo que necesitaba, sin dejarse llevar por opciones muy legítimas, pero muy humanas. Ha mirado con los ojos de Dios su realidad y ha elegido un Papa llamado a confirmar en la fe a todos los creyentes y a ofrecer una luz de esperanza a todos los hombres de buena voluntad. Por si nos sirve a los que nos dedicamos a la comunicación, en nuestras próximas informaciones sobre la Iglesia podríamos incorporar la tercera dimensión: profundidad y la cuarta dimensión: la dimensión espiritual.