La palpable riqueza del español

La palpable riqueza del español

Más allá del lógico vínculo entre literatura e invención, redoblado en plena conmemoración del 400º aniversario de la muerte de Cervantes, en Puerto Rico se dejó igualmente constancia del componente creativo que atesora la investigación y el conocimiento, ámbitos en los que la huella de nuestro idioma está cobrando un peso creciente.

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Los reyes, a su llegada al congreso, acompañados por el gobernador de Puerto Rico y su esposa/EFE

Pasados los días y las apresuradas anécdotas recogidas por la prensa (como las declaraciones de Eduardo Mendoza, la famosa errata o las vindicaciones identitarias) se hace preciso volver de forma reposada sobre el reciente Congreso Internacional de la Lengua Española, un nuevo jalón simbólico que ha servido para hacer vibrar al idioma y a toda la cultura en español, proyectándola espacialmente --desde el Atlántico hacia el Pacífico-- y temporalmente, a la conquista del futuro. Y se hace preciso porque, lejos de quedarse en meras ceremonias formales, estos congresos que se activaron en 1997 bajo la presidencia de Víctor García de la Concha al frente de la Real Academia, constituyen un foro irremplazable para tomarle el pulso al estado de la lengua y acompañar a través de las instituciones el ya de por sí imparable empuje que reflejan los 470 millones de personas que poseen un dominio nativo del español.

No cabe en este sentido olvidar cómo gracias a los congresos internacionales ha ido cristalizando una red efectiva de trabajo entre las veintiuna academias repartidas por Iberoamérica, a las que se han adherido entidades como el Instituto Cervantes, El Colegio de México, la Universidad de Salamanca, el Instituto Caro y Cuervo de Colombia, la UNAM, además de la Fundación Carolina y tantos otros organismos comprometidos con el porvenir de una comunidad lingüística en la que se fundamenta la filiación de nuestra cultura común. No en balde ahí están --en tanto productos acabados de un proyecto compartido-- el Diccionario panhispánico de dudas o los tomos de la Nueva gramática de la lengua española, que configuran el soporte sedimentado de lo que el propio García de la Concha llamó el "español total".

Pues bien, en esta séptima edición, el Congreso se ha centrado en la esfera de la creatividad, casi un pleonasmo habida cuenta de la simbiosis que todo idioma trenza con las artes, pero que adopta un relieve singular aplicado sobre la inmensa cartografía, pletórica en diversidad cultural, que cubre nuestro habla. De ahí que el rey subrayase la riqueza que propician los contactos inter-lingüísticos, tanto más fructíferos por cuanto proliferan bajo el amparo de una misma plataforma --la que conforma el español-- que las dota de alcance y viabilidad futura. Una idea de protección y a su vez apertura a la pluralidad, que precisamente pude tratar en el Congreso de 2013, pero que ya está incorporando nuevos horizontes geográficos (como Asia y África), ensanchando en consecuencia nuestro caudal léxico e innovador.

Quizá no resulte quimérico pensar en un escenario futuro en el que, además del arte, la ciencia se escriba también en español.

No obstante, más allá del lógico vínculo entre literatura e invención, redoblado en plena conmemoración del 400º aniversario de la muerte de Cervantes (tomada en su conjunto, Iberoamérica es la cuarta potencia en producción editorial), en Puerto Rico se dejó igualmente constancia del componente creativo que atesora la investigación y el conocimiento, ámbitos en los que la huella de nuestro idioma está cobrando un peso creciente. Aparte de contribuir con un 15% al PIB, de ser la tercera lengua en internet y segunda en redes como Twitter y Facebook, donde supera los 140 millones de usuarios, lo verdaderamente relevante radica en el número de revistas científicas que ya suma el español: hasta un total de 91.000 en 2014 --un 130% más que hace 15 años-- y lo que resulta más notorio, con una presencia en los índices de calidad e impacto académico un 280% mayor. No puedo por tanto dejar de insistir en las potencialidades hacia las que, tras su propagación espontánea e inmediatamente artística y comercial, apunta el español en el plano académico, al punto de estar adquiriendo (en paralelo al inglés) nuevo fuste como lengua de comunicación científica.

Vemos consumarse así el ciclo escalonado que incrementa el prestigio global de una lengua --de su uso coloquial y literario al financiero, hasta llegar al nivel de precisión técnico-profesional-- cimentado sobre el quehacer de las universidades y centros superiores de formación. Hace algo más de un siglo, cuando la ciencia se producía básicamente en alemán, muchos profesores hubieron de aprender español para acceder a los descubrimientos de D. Santiago Ramón y Cajal, pioneros en neurología. A la luz de este precedente, acaso no resulte quimérico pensar en un escenario futuro en el que, además del arte, la ciencia se escriba también en español. Una asignatura para la que nuestro idioma está sobradamente preparada.