La paralizante pregunta que puede volvernos tontos

La paralizante pregunta que puede volvernos tontos

¿Puede cualquier persona ser más inteligente? ¿El líder se nace o se hace? ¿Todos podemos ser más creativos?

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¿Puede cualquier persona ser más inteligente? ¿El líder se nace o se hace? ¿Todos podemos ser más creativos? Sea cual sea el terreno por el que transitemos surgen cuestiones de este tipo que, a pesar de parecer distintas, en realidad son la misma. Y, de manera nada sorprendente, todas ellas tienen la misma respuesta.

El ser humano parece una criatura orientada al éxito. Es posible que llevemos grabada en nuestra médula espinal la idea de ganar. Ya sea frente a otros oponentes en un proceso de selección o encontrando un chollo en las rebajas. Es probable que sea una tendencia atávica de nuestro pasado más animal, en el que ganar significaba vivir. Por tanto, el mismo ímpetu que, en la sabana o en la selva, nos ayudaba a vencer a otras criaturas, hoy nos empuja a buscar un mejor aspecto, una casa más grande o un salario más abultado.

Por eso, cada vez que una habilidad se pone de moda y se relaciona con el éxito, todos comenzamos a preguntarnos si podemos hacernos con ella. Por ejemplo, en el siglo pasado, la pregunta giraba en torno a la inteligencia. Porque alguien supuso, hoy sabemos que erróneamente, que el éxito estaba fundamentado en esa cualidad. Con el advenimiento de la inteligencia emocional el planteamiento cambió, y todos pasamos a preguntarnos si la empatía viene de serie o se puede adquirir. Y, en fin, en otros momentos nos hemos preguntado por otras capacidades, como el liderazgo o la creatividad. Pues bien: la respuesta a todas esas cuestiones y otras similares es invariablemente la misma: . Todos podemos ser más sensibles o atractivos y también mejorar en el dominio de otras lenguas. Y, por supuesto, todos podemos ser más inteligentes.

El ser humano parece una criatura orientada al éxito. Es posible que llevemos grabada en nuestra médula espinal la idea de ganar.

La cuestión de fondo es que tradicionalmente hemos gastado una enorme energía y hemos vertido caudalosos ríos de tinta reflexionando en torno a estas preguntas. Y todo el tiempo que hemos invertido en pensar y en discutir, lo hemos perdido en hacer. Es más, da la impresión de que el hecho de llegar a una conclusión positiva, en lugar de acercarnos a la mejora en esa habilidad, cualquiera que sea, nos hace entrar en una beatífica paz durmiente, en la que acabamos sin movernos del sitio. Acaso porque siempre es más fácil dormir tranquilo pensando que aún no es el momento de aprender un idioma que ponerse manos a la obra e invertir varios años de esfuerzo en lograrlo. Y lo mismo rige para el resto de habilidades. Por eso estas preguntas son paralizantes.

Y por eso, en lugar de invertir tiempo y razonamientos en ellas, tal vez sería mejor utilizar nuestra fuerza de voluntad, por cierto otra habilidad que también se educa, para intentar lograr esa nueva capacidad que tiene que ver con el éxito, ya sea la resiliencia o la comunicación. Sobre todo porque, al igual que podemos mejorar en todo con perseverancia y esfuerzo, también podemos empeorar, por descuido o inactividad. Es decir, al igual que pasa con la velocidad lectora, la memoria o la capacidad aeróbica, podemos también progresivamente ir perdiendo cualquier habilidad que poseamos o que hayamos intentado cultivar. Y sí, con el tiempo también podemos ser menos inteligentes de lo que somos ahora, y todos los sinónimos que de esa expresión se nos ocurran.