La república de la casa de los resentimientos

La república de la casa de los resentimientos

Un cambio constitucional para sustituir la monarquía parlamentaria por una república no es posible sin la derecha.

Imagen de archivo del vicepresidente del Gobierno y líder de Podemos, Pablo Iglesias. Stringer . / reuters

Es difícil distinguir si Pablo Iglesias (bis) no acaba de entender cabalmente la situación, o que lo ciega el poder de poder ser, o algo así muy profundo y filosófico. Hace dos años Carolina Bescansa, en la primera fase de su portazo de despedida, recriminó a la cúpula de Podemos que en el proceso separatista catalán no tuviera “un proyecto político para España”. “A mi me gustaría –dijo–  un Podemos que le hablase más a España y a los españoles y no solo a los independentistas”. Los resultados electorales, muy pertinaces como la sequía en el franquismo, combinados con los datos que arrojan de entonces a ahora las encuestas, públicas o privadas, confirman la exactitud de este aserto. 

En el País Vasco pierde fuerza el radicalismo en beneficio del pragmatismo, el pactismo y la ambigüedad del PNV; y en Cataluña, parece desplomarse el apoyo al independentismo bajo el trastornado mandato del incompetente Quim Torra. En este sentido, la pandemia ha ‘destrozado’ la estrategia del teleñeco de Puigdemont al frente de la Generalitat. 

El frente de antisistemas que ha aprovechado la ocasión del estallido del ‘caso Juan Carlos’ para fortalecer sus posiciones destinadas a quebrar lo que llaman despreciativamente ‘régimen del 78’, es decir, el entero Estado constitucional, no ha apretado el acelerador de la historia solamente por las puras y arcangélicas convicciones ideológicas. Esquerra Republicana de Catalunya y la tropa cambianombres de Puigdemont trabajan este conflicto para seguir con la fracasada rebelión y su delirante república, y a la vez para tapar el desastre sin paliativos de la gestión de la pandemia. Piden la abdicación del rey en el Parlament, pero no reprueban la ‘organización criminal’ de la familia Pujol. Eso sí, ERC señala hacia el esperpéntico puigdemonista Torra, porque, sospecha, con un par de hábiles jugadas del balón covid, el semipreso Junqueras podría ganarle al mismísimo expresident huido en Waterloo. 

Y los herederos o hijos espirituales de ETA y Batasuna, por parecidas motivaciones. Recobrar la influencia perdida en la sociedad, considerada en sentido amplio, frente al Partido Nacionalista Vasco que ofrece a los parroquianos seguridad, estabilidad, tranquilidad y fructíferas negociaciones con Madrid. 

En estas circunstancias, el líder podemita y vicepresidente segundo del Gobierno de Sánchez rescata una república modelo imperio austrohúngaro, que en el mundo actual tendría grandes semejanzas con la bolivariana y de las JONS. Una ‘república federal plurinacional’… y de los grandes expresos europeos, de vía estrecha, cuando el actual modelo territorial autonómico es un fiel reflejo, necesitado de algún retoque, del actual federalismo alemán. 

La sobreactuación de Iglesias no deja de ser la clásica maniobra de huida hacia adelante; aunque quizás no haya medido acertadamente la distancia a la que está del precipicio.

Plantear así las cosas en ‘esta’ Europa actual, atormentada por el despertar de los fantasmas que se creían enterrados tras la II GM, no es muy cuerdo que se diga. Sobre todo si estamos presenciando en tiempo real que por primera vez en las últimas décadas la UE muestra su voluntad de avance mediante el fondo de solidaridad para la reconstrucción de los socios más afectados por el drama del coronavirus.

Decía Sun Tzu en El arte de la guerra que “levantar la pelusa de otoño no requiere mucha fuerza; distinguir el sol de la luna no es una prueba de clarividencia, oír el retumbar del trueno no demuestra que se posee un fino oído…”. Pues bien: el problema de Estado planteado por la conducta personal del exjefe del Estado se tiene que resolver por las vías ordinarias, que para que las leyes sean verdaderamente igual para todos exigen que a Su Emérita Majestad se le trate con arreglo al principio de igualdad con los demás ciudadanos. Un alto ejecutivo defraudador no implica la desaparición forzosa de la empresa; lo mismo que los graves episodios de corrupción en los partidos no llevan la pena pareja de su disolución. Si fuera así, por los episodios de ‘mayor cuantía’ y escándalo público habrían desaparecido casi todos, PSOE y PP incluidos, los transfuguistas profesionales de la corrupta CiU de los Pujol y compañía; Coalición Canaria, etcétera.

No. El calvario que desde ‘lo’ del elefante y la amante –descubierto por su rotura de la cadera la madrugada del 14 de abril de 2012  en Bostwana– empezó a recorrer el poco después abdicado rey Juan Carlos I no puede implicar (al menos por ahora) a la Corona y al sistema de monarquía parlamentaria diseñado en la Constitución de 1978. Como la corrupción de un presidente de la república no sería causa de disolución de la propia república. Quedarían muy pocas. Podríamos acudir a cómo se resolvieron situaciones similares en otras monarquías democráticas europeas, por ejemplo, el escándalo en 1976 de la comisión de un millón cien mil dólares que el príncipe Bernardo de Holanda, esposo de la reina Juliana, padre de la luego reina Beatriz y abuelo del actual rey Guillermo Alejandro, exigió y cobró de la empresa de aviación  norteamericana Lockheed Corporation por la compra de F-104 para las fuerzas aéreas de los Países Bajos. Trabajó en más de 300 consejos y comités empresariales de todo el mundo. También fue un gran mujeriego, que reconoció a dos hijos extramaritales…

La sobreactuación de Iglesias no deja de ser la clásica maniobra de huida hacia adelante; aunque quizás no haya medido acertadamente la distancia a la que está del precipicio. El viaje al extranjero del rey emérito ha sido planteado tramposamente por una poco santa alianza como una fuga cuando no es tal, sino una decisión consensuada por el rey Felipe VI y casa real con el presidente del Gobierno, con algunos objetivos principales: ‘marcar distancias’ públicas del emérito con el actual monarca, parte de la siempre importante política de gestos, y aflojar la presión mediática gracias al distanciamiento físico mientras la maquinaria de la justicia sigue funcionando.

No es Pablo Iglesias el mejor para dar lecciones de ética a nadie: él no ha ‘abdicado’ por ninguno de los muchos sucesos  y fracasos que ha protagonizado, sea la traición a sus electores con la compra de la mansión de nuevo rico en Galapagar, con los sucesivos fracasos electorales catastróficos y con el escabroso ‘caso Dina’, en manos del juez.

Un cambio constitucional para sustituir la monarquía parlamentaria por una república no es posible sin la derecha.

Por ahora, todos estos problemas reales han pasado momentáneamente a un segundo plano, porque las aventuras de Juan Carlos y Corinna son un culebrón al que aún le quedan algunos capítulos. El director de orquesta hará los bises que sean necesarios del programa para tapar cualquier otra partitura que no sea la del enfrentamiento y la impostura.

Pero los tiempos han cambiado en el sentido que preveía la gallega Carolina Bescansa. Y como ella, millones de españoles. Uno de ellos, un empleado público en la ULPGC, inquieto y esforzado sindicalista, me comentaba así la posibilidad de que Ciudadanos actuara de contrapeso frente a Podemos: “Yo espero –decía por Whatsapp– que el giro al centro de Arrimadas sea real. Favorece a los que nos gusta la tranquilidad, el desarrollo y no el retroceso. Es mi modo de pensar”.

Y el de otros muchos. Aventuras las justas, y con un buen seguro detrás. Plantear un cambio ‘revolucionario’ del sistema no tiene fácil encaje en una sociedad que ha experimentado desde 1978 hasta hoy (¡42 años ya!) una extraordinaria transformación. Integrada plenamente en Europa, ‘erasmizada’ hasta el tuétano de la juventud, no es propensa –por lo que reflejan los sociobarómetros– a intentonas en la cuerda floja.

Hay otra cuestión que las fuerzas grises y las oscuras parecen no haber tenido en cuenta: un cambio constitucional –sin él no hay forma– para sustituir la monarquía parlamentaria por una república, no es posible sin la derecha. Mientras no haya un partido conservador fuerte y republicano que con socialistas y centristas propongan un republicanismo europeo sin aventurerismos, el republicanismo seguirá  siendo una ilusión imposible en España, aunque sea la fórmula más racional en condiciones normales de presión y temperatura democrática y liberal, en el buen sentido del término. Porque así como bajo la monarquía parlamentaria juegan todos los partidos, todas las ideas, hasta las más excéntricas y disparatadas, una república no podría ser diferente en este carácter abierto, participativo y esencial. Sería un paso atrás, con el abismo rugiendo abajo.

Esta reacción de ‘despistaje’, como me decía gráficamente y con mucho aspaviento sobre todos estos nuevos episodios nacionales un cazador con mucha gracia: “es como si yo dijera: ya el ‘jodío’ conejo me riscó la perra…¡Viva la República!”. La república, convinimos seriamente entre risas, no va a convencer a los conejos para que no desrisquen a la perra.